jueves, 20 de agosto de 2009

Tercera clase - Profesor, el libro está todo en español

Bueno, ayer tuve mi tercera clase, y tampoco fue muy mal la cosa, porque además, la planteé más práctica que la anterior y les gustó más, o eso me decían sus caras.
Quería llegar con tiempo a la Universidad para pasarme antes de ir al despacho por la casa que me prestan, y ver qué necesitaba en el caso de que fuera por allí algún día (agua, algo de comida que no necesite nevera, y esas cosas de urgencia que debe haber en todas las casas), y, bueno, ya que iba a la casa, aprovché e hice alguna foto curiosa. Es una casa muy grande, con dos habitaciones, con un baño en cada una de ellas, un salón gigante y una cocina, algo pequeña, pero que para hacerme algo rápido antes de ir al despacho sí que me da.


La mirada se introduce por este tablero de ajedrez en forma de reja en una ventana y se funde con el patio, con lo tropical, lo extranjero y exótico de este país. El agua de la lluvia que todo lo inunda ha dejado su tizne verde en las hojas, y el ambiente gris amenaza una nueva descarga de monzón. Las hojas se visten de belleza y pueblan todo el patio de luces. Vegetación olvidada que vaticina un nuevo colorido en el que las gamas del verde se escriben en todas partes.


La luz invade el hogar a través de su allanamiento de morada. Paredes blancas. Una puerta al fondo que nos ilustra y anuncia la entrada a una habitación. Al lado derecho una puerta amarilla sirve de entrada al baño de invitados, con hospitalidad, y más cerca de nosotros, un pasillo amueblado también por la luz nos conduce hacia la cocina y dos cuartitos sirvendo de despensa. A la izquierda, podemos acceder a la otra habitación, pasando antes por un pequeño cuarto de baño, y más cercano a nosotros, dejando penetrar la luz a través de dos puertas y una ventana, podemos detenernos en un espacioso comedor-salón. El suelo gris se metaforiza en el cielo. El color blanco de las paredes, las poesías que se esconden en el mullido algodón de las nubes.



Grata sorpresa la de este cartel que anuncia un Festival de imágenes comprometidas, de historias politizadas. Deepa Mehta. Palabras en español. Amarillo y blanco. Fiesta cinematográfica. India dolorida y del pasado. Fuego. Amores imposibles.



Flores rojas sirven de alfombra poética a este hormigón del comedor. Ausencia de muebles me obligan a necesitar una mesa donde poder estudiar y comer. Sillas, algún sofá. Rojo, amarillo y blanco. Flores olvidadas en el suelo, que nunca morirán, bajo la fuerza inestimable del ventilador, venciendo a la humedad. Estambres de sangre, que simbolizan la fiesta de colores que hay en las calles.



En la pared alguien ha olvdado su bandera. El verde del patio sirve de base para el rojo del suelo. Flor redonda en un jardín lleno de fragancia, en una tela orgullosa de ser símbolo y homenaje de un país. El aire eléctrico de las aspas hacen deslizarse lentamente y golpear contra la pared la forma de este corazón en circunferencia sangrienta durmiendo en este colchón de vegetación tropical, y que lagrimea un himno doloroso y lento.


Y en lo alto de una estantería más color. Azul eléctrico y rojo. Navidad esmeralda de luz en espumillón de lentejuelas. Luz que remata el rojo adornado de un cenicero que sobresale del borde, como deliberando un suicidio. Objetos cuya utilidad es desconocida y que significan lo mismo que nada. Sombras que se avecinan en un descontrol de yugulares que alguna vez degustaron el suave e irritante sabor de algún cigarro o la destilante soñolencia de la marihuana o de un chocolate marroqui. Elementos que nos hacen pensar en el pasar del tiempo, y en la ceniza de un ave fénix que se descoyunta cada segundo que pasa para volver a saludarnos al segundo siguiente.

Miré la hora y ya era el momento de ir al despacho. Guardé mi segunda mirada en el bolso, y salí, cerrando las dos puertas de la entrada. Esto me hizo pensar en que en este país existe una cierta cultura del candado. No existen cerraduras. La mayor parte de las puertas llevan dos anillas o una barra vertical, con un enganche, que se introduce a través de una ranura en una especie de U con el lado abierto de la letra pegado a la puerta, y que una vez introducida la barra corrediza, se cierra el candado. La verdad es que es más económico, por que cambiar una cerradura estropeada sería más caro.

Llegué al despacho, y aproveché la tranquilidad de la mañana para terminar de prepararme la clase. Y, después, como me había dicho Rafique que tal vez vendría un poco más tarde por unas cuestiones familiares, y no llegaba, me fui a comer. La primera vez que he comido solo en la Universidad. Y la verdad es que el Campus parece distinto cuando caminas solo por toda su extensión. La gente, profesores y alumnos, te miran distinto. La soledad la vas dejando atrás y vas siendo acompañado por todos. Lo que también me llama la atención de este país es el contacto visual, la comunicación con los ojos que hay entre los peatones. Lo cual supone una fractura de lo que creía un tabú cultural. Fundamentalmente los hombres se te quedan mirando fijamente, esperando tu respuesta ocular. Si les devuelves su diálogo, te saludan. Si no se lo devuelves, se paran y se te quedan mirando, hasta que pasas y te alejas. Con las mujeres no es tan exagerado, porque buscan ese contacto de forma más tímida, y si les estableces ese diálogo de miradas, te sonríen, vayan acompañadas o solas. Este elemento cultural es curioso, y supongo que será una manera de expresar su respeto hacia una persona extranjera.
Pedí el menú de 50 takas y comí mi arroz con pollo y caldito de lentejas, aderezado con verduras y limón. Y después, mi té (20 takas) para ir despejado a clase. Mientras comía me mandó un mensaje Rafique y me dijo que finalmente no nos podíamos ver, con lo que tenía que encargarme de repartir las fotocopias de los libros de clase yo solo, con una lista de los alumnos para que firmaran como que se les entregaba el material.

Volví al despacho, hablando de nuevo con la mirada con los peatones, y me separé más o menos las fotocopias que debía entregar e imprimí una lista con los nombres de mis alumnos, hice tiempo y a menos diez abrí la puerta del aula, para aprovechar los diez minutos y hacer la entrega. Cuando ya estaba la clase llena y todos los alumnos tenían su material, les pedí que me dijeran la fecha en la que estábamos. Después de dudar y de mirarse entre ellos, esperaron a que volviera a fomular la pregunta, hasta que una alumna, tímidamente, con la voz temblorosa, me dijo Veinte de Agosto de Dos Mil y Nueve. Le corregí y pedí a todo el mundo que dijera la fecha en voz alta.

Después les pregunté si habían encontrado cosas sobre Pablo Neruda en internet, y me dí cuenta de que sólo se habían preocupado de hacerlo dos alumnas y un alumno. Me dijeron la fecha del nacimiento, el lugar, su primer libro, con cuantas mujeres se casó, dónde fue cónsul, cuáles eran sus obras más importantes y cómo y cuando murió.

Después traté de potenciar su imaginación con un juego, pero sin éxito. El juego tiene el nombre de "La silla caliente", pero yo se lo cambié por el de "La silla mágica" por si encontraban alguna connotación sexual, ya que en esta cultura el sexo está tabuizado. Bueno, el juego consiste en que un alumno se sienta en una silla de cara a los demás compañeros, y éstos le hacen las preguntas típicas de cómo te llamas, cuantos años tienes, de donde eres o a que te dedicas, de forma que el alumno que está sentado en la silla mágica se invente las respuestas, y cree un personaje imaginario. Como no sabían casi nombres españoles, ni profesiones ni nacionalidades, me preocupé de hacer un listado para el alumno que tenía que responder. Después de explicarles el funcionamiento del juego, pregunté quién quería ponerse en la silla. Todo el mundo mirando al suelo y a sus hojas. Hasta que volví a hacer la pregunta de nuevo. Y un alumno se levantó y se sentó en la silla mágica. Les dije en español a todos que le preguntaran cómo se llamaba. Se me quedaron mirando. Les hice la misma petición en inglés. Y de repente, todos, absolutamente todos, gritaron What is your name??? No sabía donde meterme, de cómo tenía los nervios. Les pedí que la hicieran en español. Se la hicieron. Y el alumno de la silla mágica dijo su nombre real, su nombre en bengalí. Me dí cuenta de que no habían entendido nada. Le dije que debía elegir un nombre de la lista que yo le había entregado. Repitieron la pregunta, ahora en español, y el alumno dijo que se llamaba Antonio. Y así con las siguientes preguntas... veía caras de extrañeza porque no entendían que aquel chico se llamara Antonio, si era bangla. Dejé el juego, preocupado por la ausencia de imaginación que tienen mis alumnos.

Bueno, y después de algunos ejercicios de audición repasando la teoría de la segunda clase, les expliqué las tres conjugaciones del español y los presentes de Indicativo de los verbos Ser, Tener y Llamarse, y acabé la clase informándoles de que debido a que pasado mañana domingo comienza el Ramadan, las clases se adelantan a las 2 y sólo durarán una hora y media. Les volví a preguntar si tenían alguna duda y me despedí. Fui al despacho a hacer tiempo para que se vaciara el aula y cerrarla, después de apagar las luces, ventiladores y Aires Acondicionados. Esperé cinco minutos y volví al aula, y me encontré con un grupito de alumnos que estaban hablando. Y una alumna, rodeada de los demás, se me acercó y me dijo que me tenía que decir una cosa: que a veces iba muy rápido explicando y que se perdía. Le dije que trataría ir más despacio, pero que de todas formas, que si tenía alguna duda, que me parara y me preguntara. Y me dijo que lo sentía, que a partir de ahora lo haría. Y después, señalando a las fotocopias, me dijo que había hojeado los libros y que no entendía por qué todos la primera a la última página, los libros estaban todos en español, que tendrían que estar también en inglés. Yo me sonrei y miré a un alumno que ella tenía al lado, que también me sonrió porque sabía cual era mi respuesta: los libros están sólo en español porque es un curso de español. Le dije que ningún libro de español para niveles iniciales tenían nada en inglés. Pero me di cuenta de que la chica estaba muy desesperada porque se sentía muy perdida. Y traté de animarla: le dije que tuviera en cuenta que era la tercera clase, que era normal que estuviera así, pero que no se preocupara porque ella misma se daría cuenta de que dentro de dos meses podía defenderse en español. Me sonrío con la mejor de sus sonrisas. Suspiró. Y me dijo, en español, "Muchas gracias". Y todo el grupo que había alrededor nuestro, dijo lo mismo, moviendo la cabeza hacia adelante, como una señal de respeto.

1 comentario:

(^o^) dijo...

Lo ves? Tú también tienes ciclos de cine! Si solo hay que mirar tós los cartelacos que se cuelgan por las paredes!
jajaja

Un brazo chileno de Cachai-Pinto para Pako-Pó!
jajaj