lunes, 31 de agosto de 2009

Sexta clase, y entrada 50 de mi blog

Bueno, antes de entrar en la materia de mi sexta clase, tres o cuatro curiosidades.
La primera es que el acto del pasado Miércoles 26 en el despacho del Rector, el de la entrega de las ediciones de El Quijote traducido al bengalí, ha salido como noticia en un periódico local, el Financial Express, con mi nombre y todo. Darle click al nombre del periódico y veréis el recorte de prensa, con foto a todo color.
La segunda, que ya he entregado la solicitud al Registro de la Universidad para que me acepten poder estudiar mi Doctorado (aquí PhD), y bueno, todavía no quiero exponeros el tema de estudio, primero por si hay algún espabilado que me roba la idea, y segundo porque todavía no lo tengo muy claro, sólo ligeras ideas.
La tercera, que hoy iba en un CNG y en una acera he visto algo curioso, que me ha hecho pensar un poco: había uno de estos vendedores ambulantes sentado, con la espalda apoyada en un murete. Su producto en venta era una montaña de libros. Sí, como lo leéis, una librería top manta, una librería ambulante. Pero lo curioso era que el vendedor se encontraba leyendo uno de sus libros. Y entonces me he puesto a pensar en una situación graciosa, que tiene que ver con los motivos por los que leía: me he imaginado a un posible comprador pidiéndole consejo sobre qué libros comprar, cosa facil para el vendedor ya que se los habrá leído todos o casi todos, lo que ya no me he podido imaginar ha sido al tipo haciendo una crítica literaria sobre éstos, cosa que no digo que no pueda hacer, pero que, en el caso de que la haga, deber ser muy gracioso, el chico allí apoltronado en la acera, debatiendo sobre el ritmo o el estilo literario de las novelas que tiene repartidas por la acera.
Y la cuarta es el colmo de la casualidad. Esta tarde, mientras venía a Gulshan en el CNG de rigor, en una rotonda que hago entera, he pasado junto a otro CNG, que por cierto, casi se estrella contra nosotros, y me he quedado mirando al conductor, como si me sonara de algo. Después de girar la rotonda viene una avenida muy ancha y casi sin tráfico, con lo que el otro CNG de la rotonda ha conseguido ponerse a nuestro lado, por la derecha, y me he dado cuenta de que el driver me estaba mirando. Y entonces me he percatado de por qué me era familiar su cara: era el mismo CNG que me llevó la semana pasada a la Universidad, el día que el embajador hacía entrega de los Quijotes, y que ya os he contado arriba. El conductor del otro CNG se ha visto obligado a sonreirme por la tremenda casualidad de reencontrarnos en una ciudad de 11 millones de habitantes (entre urbe y zona metropolitana), con un total aproximado de unos 30.000 CNGs (con miedo a quedarme corto). Y mientras ladeaba la cabeza me ha saludado y ha continuado su marcha por este infierno de tráfico.
Bueno, ahora os resumo muy brevemente mi clase de hoy, que ya es la sexta. Primero les he preguntado si habían buscado información sobre Jorge Luis Borges, y me he sorprendido desagradablemente, porque de 25 alumnos que tengo en clase, sólo una alumna se había interesado en buscar algo. Pero bueno, los que salen perdiendo son ellos, porque se están jugando que un día les ponga algún examen sorpresa y los pille infraganti.
Después, como el último día les había pedido que hicieran dos ejercicios del libro pero en una hoja aparte para ver quién los hacía y quién no, he pedido que me los entregaran, y bueno, aquí ha mejorado la cosa, porque me lo han dado 8 alumnos, que dentro de lo que cabe, no son muchos, pero son. Además, los que no me los han entregado se han dado cuenta de que voy a anotarme quién los ha trabajado y quién no, porque voy a apuntarme los nombres y los resultados, con lo que espero que la próxima vez se pongan las pilas.
Bueno, acto segudo, durante una media hora, hemos hecho unos ejercicios de repaso de cosas que ya les he explicado, para ver cómo andaban, y me he dado cuenta de que me están entendiendo de forma genial, porque los han hecho muy bien y casi sin equivocarse. La nota graciosa ha sido que, en uno de los ejercicios, tenían que unir una lista de profesiones con un dibujo de algo característico de ésta; una de las palabras era "albañil" y el dibujo era el de una paleta para poner cemento, me han preguntado qué era un albañil, y les he explicado que era la persona que trabajaba en la construcción de edificios. Me han preguntado después cómo se escribía la palabra "paleta", se lo he puesto en la pizarra, y eso me ha dado pie a explicarles que los dientes centrales de la mandíbula superior también tienen ese nombre. Y de repente me he dado cuenta de que un alumno me miraba con cara de asombro, o mejor, de no entender nada... Me ha preguntado que si era lo mismo la paleta de albañil que los dientes. Y me he dado cuenta de que no lo había entendido bien, y le he dicho: es la misma palabra, no la misma cosa, o sea, en España no hacemos los edificios con los dientes... Y ya os podéis imaginar las carcajadas que ha habido en clase.
Bueno, una vez acabados los ejercicios de repaso, les he explicado un poco de cultura española y latinoamericana, como por ejemplo, qué es el Camino de Santigo, hemos hecho un ejercicio sobre cosas de nuestro país (la moneda, la capital, cómo es el clima, lugares de interés turístico, platos típicos (con lo que casi mato a un alumno cuando me ha dicho que la paella era típica de Barcelona), etc.) y un ejercicio con preguntas tipo test sobre México.
Y para acabar les he introducido el verbo Estar, un poco complicado para ellos porque en inglés el verbo To be significa Ser y Estar, con lo que para ellos es un poco difícil distinguir, en español, cuando utilizar uno y otro. Pero como sólo me quedaban cinco minutos, les he dicho que no se preocuparan, que sólo les introducía algo de teoría, y que ya la desarrollaría el Jueves, ya que he visto las caras que me ponían, mezcla entre no entender nada, cansancio y hambre por no haber comido nada desde las cinco de la mañana, ya que estamos en Ramadan, y los pobres están que se caen por la debilidad.
Y, por último, me permito hacer una recomendación lectora de un libro que me estoy acabando de leer y que si encontráis en alguna librería no dudéis en comprar: Leopardo al sol, de la escritora colombiana Laura Restrepo. Si lo encontráis y os lo léeis o si ya lo habéis leído antes de esta recomendación, permitidme una pregunta: ¿A que historia os recuerda? Espero poder coincidir con vosotr@s.
Un abrazo!


viernes, 28 de agosto de 2009

Cuarta y quinta clases

Bueno, como os he informado en la entrada anterior, esta semana no me ha dado tiempo de comentaros mi cuarta y quinta clases, y aquí os las resumo un poco. No me extiendo demasiado para no hacerlo muy aburrido, pero sí que doy alguna idea por si algún profe de español localiza mi blog (si ponéis en Google "Lector de español en Bangladesh" os sale este cuaderno de bitácora en primer lugar, lo he conseguido, jejejej), y le puede ser útil.
Bueno, empecemos.
La cuarta clase la empecé explicándoles la teoría lingüística que os conté en una entrada anterior. La entendieron a la perfección, porque quería explicarla lenta y claramnte para que la entendieran bien, ya que además de teoría era un consejo: que se fijen en las lenguas que ya conocen (inglés y bengalí) para compararlas a las estructuras que les estoy explicando del español.

Después les expliqué los géneros en las nacionalidades: las que son distintas para el masculino y para el femenino (italiano-italiana) y las que son una sola palabra para ambos sexos (belga). Después hicimos un ejercicio en el que una chica tenía una serie de planes para el fin de semana, de forma que ellos tenían que decir "Ana quiere hacer fotos este fin de semana", y después ellos mismos tenían que preguntarse los unos a los otros lo que querían hacer el fin de semana, escogiendo actividades de una lista que les puse, para que, al mismo tiempo aprendieran vocabulario. Y, acto seguido, les expliqué cómo mostrar interés en algo poniéndole una lista de posibles Cursos (Curso de guitarra flamenca, Curso de cine...) para que ellos dijeran cuáles les interesaban más. Y para acabar ese ciclo de actividades, hicimos una actividad en la que ellos tenían un listado de motivos y los tenían que unir con una serie de dibujos de personas que querían aprender español y estaban haciendo distintas actividades, y acto seguido les puse una grabación en la que tres españoles explicaban los motivos por los que estaban estudiando algún idioma extranjero y mis estudiantes me tenían que decir qué idioma estudiaban y por qué motivo lo estudiaban.

A continuación les expliqué el presente de Indicativo de Estudiar y Trabajar para que pudieran preguntar y responder a la típica pegunta de ¿Estudias o trabajas?, hicimos un ejercicio para que practicaran y después les expliqué los presentes de Querer y Gustar. Y acabé la clase pidiéndoles dos ejercicios de repaso del verbo ser para casa y les pedí que buscaran información por internet sobre Jorge Luis Borges. Que, curiosa concidencia, sin saberlo, el día 24 de Agosto, día en el que impartí mi cuarta clase, hicieron 110 años del nacimiento de este tan importante escritor argentino.

Mi quinta clase la empecé explicándoles la tomatina de Buñol, fiesta que no entendieron, ya que para ellos es impensable que se tiren a la basura tantas toneladas de tomates, no entendían que se pudiera hacer una fiesta así.

A continuación les pregunté si habían buscado información sobre Borges y cual fue mi sorpresa cuando nadie lo había hecho. Les dije que los que salían perdiendo eran ellos y les dije que para el lunes tenían que traerme algo. Lo que haré será apuntarme quién ha buscado y quién no, ya que con Neruda lo que me pasó fue eso, que sólo buscaron informacion dos o tres alumnos.

Después corregimos los ejercicios que les había pedido el día anterior, y me dí cuenta de que realmente los habían hecho cinco personas mal contadas. Después de hacerlos, les pedí para casa los dos siguientes también del verbo ser, pero les dije que me los voy a llevar a casa, con lo que los tenían que hacer en una hoja aparte, así sabré quién los hace y además podré ver qué errores cometen y si lo entienden o no.

Acabados los dos ejercicios les expliqué la concordancia entre nombres y adjetivos, lo cual me dio pie a explicarles el artículo (el, la, los, las). Hicimos algún ejercicio, y después les expliqué los presentes de los verbos Hablar, Compreder-Entender y Escribir, y ahí pasé a unos ejercicios con la construcción "Me interesa.....", y para acabar les pregunté, basándome en un ejercicio, qué sitios del mundo hispano les gustaría conocer, y me dijeron varias cosas interesantes como México, Chile o Andalucía, y hubo un alumno en concreto que me dijo Granada, lo cual me dio pie a darles el nombre de Federico García Lorca, y de paso la guerra civil española.

Y ya antes de dar por terminada la clase, me quise arriesgar y les hice una pregunta, en español, a ver si la entendían: ¿Cuántos idiomas sabes? Y cual fue mi sorpresa cuando todos me dijeron que dos, inglés y bengalí, y que un poquito de español. Me puse super contento porque me dí cuenta de que ya podían responderme a una pregunta en español y les conté que una alumna al final de una de las primeras clases me dijo que tenía miedo porque estaba un poco perdida, y le dije que esperara al mes o mes y medio de clase y ella misma se daría cuenta de que podía hablar un poco de español, y les hice ver que eso estaba empezando a ser verdad, y ellos mismos se dieron cuenta de que realmente era así, asintiendo con la cabeza y dándome las gracias por mis ánimos y por mi ayuda.

Me despedí hasta el lunes.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Entrega de Don Quijote y visita al ordenado caos de Old Dhaka

Aquí vuelvo de nuevo con todos vosotros. Antes de nada pediros perdón por no haber aparecido por aquí, pero es que estoy empezando a estar bastante ocupado, las clases, que he estado dos días sin internet y que he subido un montón de fotos a esta entrada (mi conexión a internet es bastante lenta, con lo que he tardado el doble en hacerlo), son las razones por las que he estado desaparecido por estos lares, pero, en fin, espero que después de esta tan jugosa entrada me perdonéis.
Os cuento primero las aventuras del miércoles 26 y después os resumo la cuarta y la quinta clase, en una entrada aparte.
Bueno, el miércoles el embajador de España en Dhaka había concertado un encuentro con el rector de la Univesidad para hacerle entrega de una caja con unas 50 copias de El Quijote traducido al bengalí. La cita era a las 10, pero quedamos a las 09:45 Rafique y yo en el despacho. En mi viaje hacia la Universidad participé en el precioso y característico contraste de esta ciudad al ir vestido con un traje, camisa, corbata y zapatos en un CNG, un vehículo que por muchos kilómetros que haga llevándote, va a cobrar como mucho 150 takas (como ya os he dicho otras veces). Era curioso ir allí trajeado, repeinado, afeitado y en un vehículo sin puertas, con toda la ciudad abarrotada en las aceras, observando y mirando cada uno de mis movimientos, cada uno de mis pestañeos. Si ya soy centro de atención sólo por ser "blanquito" (extranjero), el hecho de ir vestido de esa forma, ese matiz se elevaba a la enésima potencia, incluso me saludaban y todo, las mujeres con un movimiento de cabeza y los hombres con la mano y diciendome Hello, How are you?
Llegué al despacho a las 09:30, y me tuve que quitar la chaqueta por el calor espeso que todo lo pega al cuerpo. Me puse el ventilador y el Aire Acondicionado y al rato llegó Rafique, como ya me había recuperado del sofoco, me puse la chaqueta de nuevo y nos fuimos al despacho del rector. Llegamos y cuando el secretario nos estaba pidiendo que nos sentáramos, me empezó a sonar el móvil. El embajador me llamaba y me pedía que le explicara por dónde se accedía al despacho del rector, que estaban ya en la Universidad y no sabían exactamente cómo llegar. Salí fuera del edificio y mientras se lo explicaba, vi el coche oficial a mi lado. Les recibí y entraron al despacho, y yo me quedé con Rafique, al no ser diplomático, hasta que nos invitaron a pasar. Nos sentamos junto a la comitiva y al instante entró el rector. Se pusieron a hablar de cuestiones académicas y el embajador le hizo entrega de los libros, con las fotos de rigor y después, ya al final del encuentro, hablamos un poco de las Fallas, la paella y el Mediterráneo.
Acabada la reunión, la comitiva diplomática se volvió a la Embajada y nos quedamos en la Universidad Rafique y yo. A la salida del edificio donde está el despacho del Rector, Rafique me dijo que me tenía que hacer una foto vestido así:
Como véis, el traje me sienta un poco grande, pero es que tuve algún problema con la talla. La anterior a la que es el traje que me compre, las mangas me llegaban casi a mitad del antebrazo, con toda la camisa al aire, y la posterior, me escondía las manos por debajo de la chaqueta y me llegaba casi por las rodillas. Pero bueno, tenía que ponerme traje para una ocasión así y lo hice.
Después nos volvimos al despacho, y Rafique me dijo que tenía que ir a cambiar el distribuidor del coche, que había quedado con su chófer para que lo recogiera y se iban a Old Dhaka. Me ofreció la posibilidad de irme con ellos, ya que llevaba conmigo la cámara. Acepté la propuesta, pero le dije que antes iba a casa, me cambiaba y volvía al despacho. Me dijo que el chófer tardaría un rato en llegar porque había mucho tráfico. Fui, me cambié y cuando regresé, todavía tuvimos que esperar unos 10 minutos.
Ya en el coche, nos pusimos a hablar sobre la posibilidad de que se les dieran becas universitarias a los alumnos bangladeshíes, y Rafique me dijo que era un problema muy grave, porque realmente muchos alumnos quieren las becas para quedarse allí en España, no para estudiar exactamente, y hay muchos que están disfrutando injustamente de algunas becas, cuando éstas podrían haberse entregado a alumnos que realmente las necesitan. Mientras hablábamos una niña se me puso al lado de la ventanilla, y me empezó a pedir limosna. Como hacía mucho calor, tenía el cristal bajado, y, como no le hacíamos caso, empezó a tocarme la pierna, reclamando mi atención, y Rafique empezó a gritarle que se fuera, que nos dejara en paz. Subí la ventanilla y la niña siguió allí, hasta que vino una mujer, supuestamente su madre, y le dijo que se marchara a pedir a otro coche.
Finalmente, después de sortear algún atasco típico de la ciudad, llegamos al Old Dhaka entrando por Gulistan (Lugar de las Flores). El primer contacto con el origen de Dhaka nunca lo podré olvidar. Mis ojos se marearon de ver tanta afluencia de realidad en tan poco espacio.



Por una calle tan estrecha que apenas cabían el coche, peatones y rickshaws, las fachadas se cansan de mantener tantos carteles y tantos colores, pero agradecen que les hagas fotos, porque piensan que no hay lengua ni idioma en el mundo que pueda describirlas. Las fachadas de Old Dhaka están ahí para eso, para que venga alguien de fuera y les haga una fotografía, o varias. Carteles sobre carteles, alfombras, letras en bengalí, cables, colores dispares, y al fondo, un cartel publicitario de una marca de zumos. El calor y la luz han decidido quedarse aquí en estas paredes, esperando a que el tiempo o la lluvia los quite de aquí y los mueva a otro lado.




Old Dhaka es fundamentalmente una zona comercial, donde todas las empresas de construcción van a comprar el material. Hay 16.000 bajos habilitados como tiendas, y la mayoría de ellas venden piezas de coche (rodamientos, distribuidores, correas, motores enteros, volantes, pedales...), el cliente compra la pieza y la cambia directamene él o alguien que pase o esté por allí y sepa reparar coches. Aquí veis cómo dentro del caos de Old Dhaka hay un cierto orden, porque las tiendas lo tienen todo bien dispuesto y ordenado por piezas y características. Y lo mejor es que aquí les llevas un objeto (parte del motor, puerta, retrovisor...) y antes de ponerte una nueva, tratan de reparártela, aunque sea allí mismo en la acera. Y es que una de las cosas que más me fascina de Bangladesh es la manufactura: aquí todo, absolutamente todo, lo hace el hombre, sus manos, y eso hace que un ser humano tenga un valor económico incalculable, pero, además, la felicidad rebosa por todas partes. Dhaka es la ciudad feliz, las sonrisas son pedazos de nube que han caído con la lluvia y se han quedado, para siempre, en las caras de los bangladeshíes.

Y aquí, de nuevo el contraste. Al lado de un edificio a mitad, donde vive gente, el color blanco de una mezquita, el cristal de sus ventanas deja reflejarse el cielo, y deja escapar los sonidos musulmanes y ancestrales de la religión íntima y los cantos de los muhaidines. Desde abajo asombra su hegemonía en un barrio así. Su estrucura da cierto orden al caos efervescente de estas calles que cargan de ruidos y timbres de rickshaws su silencio.

Y, aunque parezca que a los pies de la mezquita se ha tranquilizado el gentío, si bajo el objetivo de mi canon, me doy cuenta de que en la calle no hay espacio para nada más. No hay hueco donde pueda encontrarse la imaginación, el sueño; todo esto es real, todo esto es vigilia. Y nos damos cuenta que, de nuevo, la felicidad se ha caído de alguna cornisa y ha contagiado a todos, como a este hombre (sí, van tres en un rickshaw, por eso el rickshawalla tiene que ir a pie, porque no puede pedalear, no hay espacio para ello), y, además, otra de las cosas que dejan entrever esta imagen es la curiosidad de esta gente: el tercer hombre del rickshaw se asoma entre el ricksawalla y el chico de rayas, porque sabe que ocurre algo, o tal vez, quiera solamente salir en la foto. Además, de nuevo el contraste, no solo de colores y objetos, si no también, económico. Detrás, hacia la izquierda de la imagen, un conductor de rickshaw habla con el móvil, no hago ningún comentario, os dejo a vosotros que penséis en lo que supone lo que digo.


Bueno, finalmente llegamos adonde quería Rafique y su chófer, una de las avenidas principales de Old Dhaka, donde fundamentalmente se venden piezas de motor de coches. Se bajaron ellos, y Rafique me dio dos consejos: primero que cuidara de mi cámara, y segundo, que bajo ningún concepto, me bajara del coche. Así, éste se convirtió en el centro más seguro de los siguientes veinte minutos, mi blindaje, mi separación del exterior, con el sol cayendo como un aguacero, a 38º C y las ventanillas bajadas. La ciudad dormía intranquila, esplendorosa, inevitablemente movediza, en el exterior. Y la mirada del rickshawalla del espejo retrovisor me hizo despertar del letargo en el que me encontraba, y aquel despertar me obligaba a una fotografía. La ciudad fuera, yo dentro, en una burbuja de verano, en una pompa de calor, en la intimidad del otro, que observa la ebullición urbana escondido en su cueva.



La manufactura es a veces tan notable, que si hay que trasladar 100 kg de cacharros (esas cestas de aluminio que utilizan los vendedores ambulantes para ofrecer al público su fruta), se amontonan estos en un carro, y una persona lo conduce en la parte de delante y dos más colaboran en la parte de atrás, empujando y haciendo, de vez en cuando, de contrapeso para que al de delante no le caiga encima todo el carro, porque, al fin y al cabo, éste es una tabla hecha con varias cañas de bambú (tipo balsa de náufrago), y justo en el centro, está el eje con una rueda a cada lado, con lo que si no se distribuye bien la carga, el sobrepeso en alguno de los dos lados podría tirar al suelo toda la carga, aplastando a la persona que conduce o a los que van detrás empujando.


Y, como no dejaba de hacer fotos, un grupo de niños (y no tan niños) empezaron a rodear el coche, señalando la cámara y hablándome en bengalí. En un principio sentí miedo porque noté que de alguna manera estaban invadiendo mi espacio seguro, y a Rafique ya ni lo veía. En un principio ni los miraba, pero empezaron a meter las manos en el coche y a tocarme el hombro. Yo rompí mi postura de no querer hacerles caso y les miré, diciendoles que sólo sabía inglés, y uno de ellos me preguntó de dónde era. Les dije que era español. Y, como resortes, lanzados por un muelle invisible, empezaron a decirme Barcelona, fútbol, Manchester, Ronaldo, Kaká, Messi, Casillas... Y yo les dije que yo era de Valencia, y de nuevo, un nuevo resorte... Valencia, Villa, Silva... Buenos jugadores... Me dijeron que querían una foto, señalándome la cámara y haciendo una seña como si hicieran una foto, guiñando un ojo y todo y haciendo el sonido de click del obturador. Les pedí que se pusieran todos juntos y salió esta foto. Os dejo que penséis en sus rostros, en su postura ante la vida, en sus miradas...:



Rafique, al cabo de 20 minutos volvió a aparecer y me dijo que antes de volver a la Universidad, me quería enseñar la zona de Old Dhaka donde están todas las editoriales, que es donde está la suya, la que le publicó la Memoria de mis putas tristes en bengalí. Me dijo que bajara del coche, qe íbamos andando.
Como hacía mucho calor, vio un rickshaw, le dijo donde quería ir, pactó el precio con él y me dijo que me subiera. Old Dhaka es distinto encima de un rickshaw. Es un regreso al pasado, una mirada retrospectiva a lo que fue el tiempo, el suelo queda reducido a aire, y las paredes pasan tan cerca que parecen sábanas de un sueño, colgadas de alguna barra invisible. Como una cortina de niebla dura y de colores.

Y, en la estrechez del tiempo, una mezquita de color blanco y estrellas en toda su fachada nos anuncia de nuevo la musulmanía, el silencio del rezo, versos olvidados del Corán, en su afán por tocar la luna por las noches, en su centro primordial de la nocturnidad. Abajo, en la calle, toldos, peatones, esquinas, todo se nombra por un lenguaje silencioso donde la tangibilidad de la ficción se hace realidad. La poesía aquí sangra sus versos en las fachadas. El tiempo se ha detenido en los balcones, durmiendo, esperando a que algún día pase un reloj y lo despierte.



Después, escondido, al girar en una esquina, la ruralidad y la manufactura rebosan en un horno de pan en la misma calle, debajo de un improvisado techo de plancha de uralita, bajo el sol refrescante del verano. Cuatro hombres trabajan con la masa de harina y agua y hacen una especie de base de pizza, y la cuecen al fuego. El resultado es una especie de pan duro, más seco que el normal, y que se llama Bakarkhani. En el aire, la realidad compleja expulsa una especie de humo blanco, jirón de algún fantasma del pasado, que ha bajado de infierno a este paraíso terrenal, a saborear el olor de estos bollos artesanales.



Y de nuevo, salimos a una nueva avenida, más ancha, donde el tiempo vuelve a correr en forma de tráfico. El rickshawalla pedalea ante un edificio mutilado por la humedad de una lluvia que igual que aparece desaparece, de golpe, como una sorpresa del monzón. Tiempo y espacio se funden, casan de tal manera que no hay ni un segundo que pueda escapar, no hay ni un milímetro que pueda quedar fuera de esta unidad espacio-temporal. Aquí una sola imagen es una novela, una historia que está ahí abandonada, esperando a que venga alguien a rescatarla y a contarla. Debido a la estrechez de las cosas, el rickshaw casi atropella a dos peatones, que se encaran a nuestro conductor, llegando incluso a las manos, con una bofetada, que espolvorea el polvo y el sudor de la media barba del rickshawalla. La gente trata de parar el altercado. Finalmete, el momento caliente pasa. Y Rafique, como si hubiera sido causante de un momento incómodo, me pide perdón. Yo le digo que no se preocupe, que el odio del que habla Fernando Vallejo en La Virgen de los sicarios está en todas partes, incluso, en la médula de la felicidad de esta gente.



Proseguimos nuestro viaje al pasado de Dhaka (me da la sensación de que me encuentro en algún carrito de algún parque de atracciones, viendo a mi alrededor la esencia primigenia de esta ciudad devorada por el caos, como si todo a mi alrededor fuera de cartón piedra y las personas fueran actores y figurantes, contratados por alguien anónimo para hacer su papel en esta historia real). A 100 metros de la pelea de antes, cual es mi sorpresa cuando veo a un hombre que transporta gallos en una cesta en su cabeza, pero fruto de la casualidad, o porque su intuición le informa de que le voy a hacer una foto, o simplemente porque escucha cómo hablamos Rafique y yo en un idioma extranjero, se da la vuelta, ofreciéndome la mejor de sus sonrisas. Cuando el obturador capta su esencia, su felicidad, le doy las gracias. Me responde que soy bienvenido, o sea, de nada.



Finalmente, llegamos al centro de Old Dhaka, el nervio desde el que fluye la congestión del tiempo. Esperamos a que un camión enorme nos deje pasar y atravesamos el aire por debajo un puente aereo, por donde los peatones sortean el abarrotamento del espacio de abajo. Casas a mitad compiten con edificios enormes, moles intesinales de un mounstruo que agota sus esfuerzos mientras duerme intranquilo. El capricho de una memoria olvidada ha dejado señales de vida en todas partes. Estamos a las puertas de la zona editorial y librera más grande de Dhaka.



Nos adentramos en su laberinto interminable, donde no hay tiempo, no queda nada más que vestigios de un futuro que habita en el pasado. Rafique me pide que me quede un momento en la calle mientras sube a una editorial a buscar un libro. Miro a mi alrededor y mis ojos se cansan, se atorbellinan en una espiral de la que mi alma ya no puede escapar. Frenética, la sangre se me arremolina en el cerebro, quiero pensar que estoy soñando, que lo que veo es fruto de alguna realidad paralela a la nuestra. Pero noto que mi objetivo necesita capturar lo que ven mis ojos, por la perfecta belleza del extremado caos del desorden de la ficción que hay ante mí:


Un niño que también espera a que su padre baje de la misma editorial donde está Rafique no deja de mirarme, dándome vueltas continuamente. Le señalo la cámara y le pregunto si quiere una foto. Asiente con la cabeza. No me quedan palabras para describir la imagen. Solamente deciros que parece que la poca luz del sol que dejan penetrar las nubes y la contaminación se quedó en su pelo. Admirad la tranquilidad de este rostro.



Y, como si alguien me despertara de aquella sobredosis de ensoñaciones tumultuosas y atropelladas entre sí, me giro y desde algún lugar sobreelevado, en el interior de una casa medio en penumbra, por algún hueco invisible en la oscuridad, aparece una escalera de cañas de bambú. Y acto seguido unos pies que bajan. Van de escalón en escalón. Primero baja el pie derecho, después el izquierdo, que apoya en el mismo escalón. Voy divisando un cuerpo de alguien que baja de alguna habitación del cielo. Finalmente, hallo la razón por la que baja tan despacio. No es el vértigo, se trata de algo que supera y atrofia los límites de la realidad: un hombre, de edad vetusta, transporta en su cabeza una cesta cargada de libros. Baja con una mano en la cesta, ayudando al cuello a mantener el equilibrio, y la otra mano apoyada en la escalera. Finalmente, toca el suelo y se da la vuelta, detrás de él baja el padre del niño de la foto de antes y se alejan, mientras el chico se da la vuelta y me sonríe, despidiéndose de mí, como un "Hasta otra, espero verte pronto".



Al minuto, cuando todavía no he podido digerir lo que había visto, aparece Rafique, y me indica que le siga. Giramos una esquina y me encuentro ante la entrada a una cueva. Miro hacia arriba y un árbol de carteles se alza ante mí, ofreciéndome toda la publicidad como si fueran sus frutos, sus semillas. La gente se asoma en los balcones, como mirando en su escondite, la luz no entra en el interior de la gruta porque no tiene ningún sitio por donde hacerlo. Y cuando entro en el vientre del animal, en su oscuridad trémula, me doy cuenta de que es el Paraíso de cualquier lector. Y es que aquí las editoriales también son librerías, de forma que venden sus propios libros. Como en las estanterías no caben todos, muchos de ellos duermen apilados en el suelo, esperando a que alguien los libere de su letargo y les de vida en la vigilia en el que son útiles: su lectura.

Rafique se detiene en una librería, en la que a la entrada hay un chico joven leyendo algo manuscrito en bengalí, y más hacia le fondo, como escondido en su madriguera, está el dueño del local. Un anciano, medio encorvado, me da la impresión que la curvatura de su espalda la produce su afán por la lectura de los libros que él mismo edita, por estar todo el día sentado. En su rostro, la barba, afeitada a trozos. Y ante sus ojos, unas gafas de culo de vaso, mal graduadas, nos hace pensar que vive en las ensoñaciones de las ficciones que lee todos los días. Rafique le pregunta si tiene un libro. El hombre duda y le dice al chico joven que llame por teléfono al almacén. El chico abandona la lectura de su manuscrito y abre un cajón, donde se esconde un teléfono. Pregunta. Y sí, lo tienen. Rafique, en la dulce espera, se sienta en un taburete, y me pide que me siente en otro que hay a su lado. Me dice que lleva un tiempo buscando un libro de un escritor de la India, pero que no encontraba en ningua librería, hasta que llamó al mismo escritor y le preguntó qué editorial se lo había publicado. Y el escritor le dio el nombre. Era la editorial donde estábamos esperando, que ni siquiera sabían que habían publicado ese libro. Mientras hablábamos, el dueño de la editorial no dejaba de mirarme fijamente. Trajeron el libro que solicitaba Rafique y antes de que nos fuéramos, el dueño de la editorial le preguntó de dónde era yo, y él le dijo que de España. Se deshizo en elogios, Rafique pagó el libro y cuando ya nos íbamos, la sonrisa del hombre me informó de que sólo tenía tres dientes en su boca. Pero era feliz, porque podía permitirse el lujo de estar todo el día leyendo, y cobrar por ello.


Cuando Rafique ya tenía el libro, me dijo que tenía que pasar por su editorial, a por unos libros. Nos fuimos para allá. Es un cuartito minúsculo, oscuro, con vitrinas que guardan, celosas, detrás de sus cristales, millares de libros. Y, a un lado, en columnas apiladas de obras literarias, en el suelo, se encontraba la sección de Latinoamericana. Rafique señaló unos libros y se los separaron. Mientras el dueño le escribía la factura con un bolígrafo de la marca Matador, me giré hacia el silencio de la estrechez de la calle, y me di cuenta de que seguía en Old Dhaka, un edificio abandonado por la Historia en la calle divisa adormecido a la gente pasar, rebotando la luz que le cae de algún punto del cielo. Las escaleras nos dejan pensar, casi con miedo a equivocarnos, que en sus alturas, detrás de sus huecos, carteles y cables, la gente habita, buscando la felicidad ente su hormigón húmedo de lluvia.


Salimos de la librería y Rafique llamó a su chófer, para ver dónde estaba, y así acercarnos al lugar donde se encontraba él, ya que era más facil eso que viniera él a buscarnos, entre tanta marabunta de gente y vehículos. De camino al coche mis ojos dieron, asombrados, atontados ante tanto color, con una frutería donde el cromatismo tropical de la fruta juguetea con la luz filtrada a través del toldo improvisado de color sonrojado. Rojo, verde, amarillo, naranja. Manzanas, limones, mangos, naranjas. Deleite para la vista. Y un frutero que, después de sacar la foto me increpa para que le compre algo de su increíble arcoiris.


De nuevo, camino hacia el coche, me encuentro de nuevo con el cruce de caminos aéreo. La perspectiva me hace reflexionar sobre la posibilidad de que a través de su centro, como en espiral, la realidad es absorbida y guardada en algún punto debajo del suelo, bajo el vértice de este centro de experiencias, sensaciones y palpitaciones que nunca en la vida voy a poder olvidar. Hay que entrar en el espectáculo de Old Dhaka para que su identidad ficcional y real se te queden pegadas a lo más íntimo del tuétano de los huesos. Old Dhaka se tiene que vivir, no hay descripción posible de esta realidad olvidada en algún lado de la memoria de alguien anónimo.


Ya de nuevo en el coche, pude hacer alguna foto más de algún atasco, como por ejemplo, de esta mole de acero abollado que forma parte de un autobús. Las ondulaciones de su piel parecen las hondonadas que ha dejado el paso del tiempo, como cicatrices de alguna batalla perdida, líneas que cuartean un vehículo de otra época, dinosaurio urbano cuya utilidad efectiva es la de transportar en su barriga a gente con sus sueños, sus deseos, sus preocupaciones, y, por que no, su amor.


Finalmente, Rafique se quedó en la Universidad a dar su clase y me dijo que su chófer tenía que pasar por Gulshan (Jardín de flores), de camino a la oficina donde trabajaba su hermana, y como yo tenía que hacer cosas por allí, que me podía acercar sin problemas. De camino a Gulshan, la gente de los CNGs y los coches no dejaban de mirarme, primero porque soy extranjero, y segundo porque llevaba una cámara colgando del cuello, con lo que podía sacarles en alguna foto. Uno de ellos, un rickshawalla no pudo más en su silencio y en un atasco se puso al lado del coche, yo desvié la mirada, pero me sentía observado. Volví a mirarlo, y me saludó. Hi, boss. No me podía estar pidiendo llevarme a algún lado, porque yo iba en coche (cuando voy andando por la calle me cortan el paso ofreciéndome su vehículo y sus piernas para acercarme adonde yo les diga). Lo que me estaba pidiendo con su saludo era una foto. Sin decirnos nada más, cogí la cámara, la encendí, le quité la tapa al objetivo e hice lo que siempre he hecho desde que estoy aquí: retratar la felicidad.



Y, para acabar esta entrada, aquí os dejo la que tal vez sea la mejor fotografía que he hecho desde que estoy aquí viviendo. No os hago ningún comentario porque quiero que la disfrutéis en silencio. Espero que os quedéis sin palabras, como hice yo.



sábado, 22 de agosto de 2009

Día en el Campus

Ayer fue un día totalmente universitario. Había quedado allí con Rafique, pero hemos decidido que no vamos a poner hora para vernos, si no que ya llegaremos y allí nos encontramos. Yo hice todo lo pertinente por la mañanas, que ya conocéis, y llegué a la Universidad a las 11. Justo cuando estaba entrando y quitándome el bolso, entraba también Rafique. Nos preguntamos qué tal todo y nos sentamos a charlar sobre mi clase del lunes, lo que me pasó con la alumna al final y tal, y cuando estaba acabando de contárselo, vino el profesor de francés, se pusieron a hablar de sus cosas, y mientras aproveché y me puse a preparar un archivo sobre la diferencia entre la G y la J, cuestión que les quiero explicar en una de las clases siguientes.

El profesor de francés se marchó y nos quedamos otra vez solos. Nos pusimos a hablar de la experiencia que nos ocurrió el miércoles, que os cuento ahora porque quería tener las dos versiones, la de Rafique y la mía. El caso es que el miércoles fui presentado "informalmente" al Rector de la Universidad. Comimos Rafique y yo, y después él se quedó allí porque tenía clase y yo me vine a Gulshan porque tenía cosas que hacer. Y cuando Rafique estaba a mitad de la clase, llegó al aula el director del Instituto y le preguntó si tenía mi móvil, y Rafique le dijo que sí, claro. El director le pidió que se lo diera, porque me tenían que llamar porque estaba el embajador con el Rector. Rafique no se lo creía, porque ningún embajador va sin avisar antes, pero le dio mi móvil.

Cuando yo estaba bajando del CNG (después de la consabida hora de viaje), me suena el móvil. Lo cojo y me empiezan a hablar en bengalí, pero como no lo entiendo, empiezan a hablar en inglés, pero continúo sin entender nada, porque se oye muy mal, y cuelgo. Y al minuto escaso vuelve a sonarme. Lo cojo y ahora al otro lado hay alguien que me habla español pero con acento latinoamericano. Me pregunta si soy Francisco, el lector de español en Dhaka. Le digo que sí. Me dice que es alguien que está haciendo una ronda con una editorial por la India y Bangladesh, que me quieren conocer. Yo le digo que si se pueden esperar una hora me acerco. Me dice que no pueden, y le propongo vernos al día siguiente, pero me dice que al día siguiente regresan a la India. Me dice que de todas formas seguimos en contacto, porque les gustaría hacer alguna charla sobre cultura o literaturas latinoamericanas. Me pide el número de teléfono, pero desgraciadamente no me lo sé de memoria y me pide el e-mail. Se lo doy y yo le pido el móvil. Me lo da y le pregunto el nombre. Me lo dice lentamente, como saboreando las sílabas y para que yo lo escuche bien: S.G. (pongo las siglas porque ya os desvelaré el nombre real más adelante, cuando el contacto esté más desarrollado). Me quedo callado. Confuso. No me creo que sea verdad. Pero no me atrevo a decirle nada por respeto, por miedo a que no sea quien imagino que es. Y quedamos en seguir en contacto. Cuando le doy a la tecla roja del móvil, me quedo pensando que debía haberle dicho que se esperara que iba allí echando chispas. Después ya en casa, puse su nombre en el google, y sí, era justo la persona que yo había rconocido: uno de los escritores más importantes de América Latina de estos momentos. No me lo podía creer: lo normal es que un lector busque a su escritor preferido para conocerle, pero nunca había visto que un escritor se pusiera en contacto con su lector desconocido para conocerlo.

Como yo no podía ir, el director del Instituto volvió al aula a decirle a Rafique que debía acabar la clase porque el señor Francisco no podía venir y querían conocer a alguien del departamento de español. Rafique no entendía nada, porque al embajador ya lo conocía, y tuvo que dar por terminada la clase. Fueron al despacho del Rector y se encontraron allí con el embajador del país latinoamericano en cuestión, el canciller, una secretaria y otra persona que debía ser alguien de una editorial, porque delante de él había muchos libros. Rafique fue presentado y al rato se puso a hablar con el presunto agente editorial, un tal S. Rafique le miraba la cara intentando reconocerlo, porque le resultaba muy familiar, pero no podía localizar en su memoria el apellido, ya que sólo le habían dicho el nombre. S. le hizo entrega al departamento de español de algunos títulos de escritores de América Latina (García Márquez, Laura Restrepo o Fernando Vallejo, entre ellos), y Rafique le dijo que había traducido al bengalí la última novela de Márquez, Memoria de mis putas tristes y S. le dijo que era el hombre que estaban buscando, con una alegría enorme. Y quedaron en seguir en contacto. Cuando Rafique volvió a casa, revisando entre sus archivos digitales de favoritos de Internet, encontró una foto del S. con el que había hablado esa misma tarde en la portada de una edición del periódico El País, y se dio cuenta de con quién había estado conversando: ni más ni menos que S.G.

Así que, ayer, antes de ir a comer, como Rafique tenía su e-mail, me pidió una carta entre formal y literaria para enviarla por correo electrónico a S.G. dándole las gracias por todos los libros que nos habían regalado, pidiéndole disculpas por la poca atención recibida por nuestra parte y ofreciéndonos a seguir en contacto. Pero como no había internet en ese momento, la guardamos en un word esperando la conexión.

Después de la carta, di un pasito más hacia mis estudios del Doctorado en la Universidad de Dhaka. Aquí, para hacer un doctorado debes hacer una solicitud para poder hacerlo en esta Universidad, adjuntando una copia de tu Curriculum Vitae y una copia de todos los títulos y cursos a los que hayas asistido. De momento ayer hice la solicitud y le di a Rafique 40.000 takas para que me comprara una impresora en una tienda que tiene al lado de su casa, para poder imprimir aquí el curriculum y todos los títulos y certificados, que me los traje todos escaneados. La verdad es que estoy muy ilusionado, y ya voy pensando posibles materias en las que poder investigar.

Después, nos hemos ido a comer donde siempre, pero esta vez mi canon se vino conmigo y puedo deleitaros con alguna foto más.


Aquí tenéis a uno de los bedeles de la facultad. Viendo pasar el tiempo por las calles de Dhaka. siendo partícipe del gentío, pero a un lado. Su barba y su pelo tintados de naranja nos indican que va a la moda. Sus preocupaciones parecen haber quedado muy atrás, escondidas en el pasado. En la sombra imagina cómo sería Dhaka sin humedad, sin calor. Sin sudar. Tal vez esté rezando. Tal vez esté pensando qué hará cuando se le acabe este trabajo dentro de dos años, tiempo máximo que puede estar en este puesto público, ya que los funcionarios van cambiando cada dos años.


Por el cartel de mi Instituto parece que no haya pasado el tiempo. Inglés y bengalí separados por el escudo de la Universidad. Mi segunda casa. Mi lugar donde ejerzo de lector visitante de español. Por que, al fin y al cabo, aquí soy visitante. Lector ya lo era antes, pero sólo porque leía (y leo). Ahora hago efectiva otra de las diez acepciones que la Real Academia da de la palabra, "En los departamentos universitarios de lenguas modernas, profesor, generalmente extranjero, que enseña y explica en su propia lengua". Soy lector de español en la Universidad de Dhaka (Bangladesh).


De camino al Restaurante Universitario, me he encontrado con esta imagen medio inglesa y medio bengalí. Inglesa por el autobús amarillo, de dos plantas y estirado hacia arriba como en el mismo Londres, y bengalí porque no se ve bien pero va abarrotado de gente, y además por que como podéis comprobar, entre rickshaws y gente cruzando, el frenesí de esta ciudad enorme no descansa. Ir a pie por las calles es un peligro, pero, sin embargo, desde que estoy aquí ya hace un mes y una semana, todavía no he visto ningún accidente. Lo cual me hace pensar que están acostumbrados a este tráfico intolerable en una mentalidad occidental. Y es que la visión del otro nos hace pensar en nuestras diferencias para identificarnos ante el otro: lo que no tenemos o somos nosotros son ellos.

Este cartel ya lo habéis visto en otra entrada, pero ahora lo podéis ver más de cerca. Es de un banco, y me parece muy interesante porque lleva implícita una huella cultural. En esta cultura, musulmana donde las haya, el cerdo no está aceptado como animal, con lo que la hucha que para nosotros es ese animal, aquí es un elefante. Pero además, lleva también un dato sociológico, y tiene que ver con la economía. La moneda que hay apunto de entrar por la ranura es la de 2 takas, o sea 0,02 €. Es una correlación sueldo medio anual-cantidad que puedes ir ahorrando. En un país donde tal vez un sueldo medio mensual puede ser 150-300 € se tiene que ahorrar en céntimos, y muy poco cada mes. Pero, por lo menos, hay bancos que como éste, aseguran dichos ahorros, con la consiguiente tranquilidad que se manifiesta en la cara de este cliente que vemos en la imagen con el móvil. Además, para qué engañarnos, caben muchos más ahorros en un elefante que en un cerdo. Aunque también, para poder ahorrar un euro, hacen falta muchas monedas de dos céntimos, o sea, de 2 takas.


Y, por fin, aquí os presento mi alimentación casi de a diario. El arroz guarnecido con la verdurita y el muslito de pollo, que la verdad es que está muy bueno. Hoy, lo mejor de la comida ha sido la conversación con Rafique. Le he comentado que el otro día la alumna que se me acercó al final de la clase me dejó entrever que están un poco perdidos, y que tengo miedo de que empiecen a abandonar sus estudios de español por no entender casi la mitad de las cosas. Le dije a Rafique que había tratado de animarla diciéndole que era sólo la tercera clase, y que ella misma se daría cuenta que dentro de un mes y medio sabría bastante español. Rafique me confirmó que eso pasaba todos los cursos con los alumnos del nivel Junior, y que estuviera tranquilo porque ante eso no había nada que hacer, que es el alumno el que decide si seguir o no con sus estudios. Yo le dije que había pensado que sería buena idea para la siguinte clase explicarles por encima una teoría lingüística que tenía que ver con el aprendizaje del lenguaje. Rafique me pidió que le explicara a que me refería. Le dije que cuando tenemos entre un año y dos, nuestro cerebro se encarga exclusivamente de recopilar información que escucha, sin pronunciar una palabra, y que es a partir de los 21 meses o los dos años cuando trata de reproducir esos sonidos que ha ido almacenando, ejecutando órdenes a la lengua y a las cuerdas vocales, hasta que más o menos, entre el segundo y el tercer año ya empieza a hablar correctamente, ejecutando sonidos con significado y sentido en sí mismos. Y que también, que se han hecho estudios y se ha llegado a la conclusión de que la mejor edad para aprender un idioma no materno es entre los cinco y los diez años, poque el cerebro todavía tiene recientes esas actividades de almacenar y reproducir que ha utilizado a la hora de aprender el idioma propio. Rafique me escuchaba en silencio, ya conocía esas teorías, pero parecía que nunca se las habían explicado de forma tan clara, y eso que yo estaba hablando todo el rato en inglés.

Bueno, proseguí diciéndole que yo el problema lo veía cuando empiezas a aprender un idioma nuevo, extranjero, a los 20-25 años, edades entre las que se encuentran nuestros alumnos, porque el cerebro ya ha olvidado las tareas de aprendizaje-reproducció, y que lo que yo proponía era suplir esa carencia tratando de comparar estructuras del español con las de la lengua que ellos conocen, el inglés, que, aunque literalmente no son idénticas, sí que se sostienen sobre la misma base. Por ejemplo, una frase como What's your name en español, literalmente, tendría que traducirse como ¿Qué es tu nombre?, pero sin embargo se traduce como ¿Cómo te llamas?, que, aunque no sea idéntica a lo que es en inglés, la base estructural de la construcción es la misma, el sentido o significado de ambas construcciones es el mismo, la intención de ambas es saber cual es el nombre de la otra persona, para poder llamarlo en cualquier momento por su identidad. Pues eso es lo que quiero tratar de hacer ver a mis alumnos: que "muevan" su lenguaje conocido al idioma nuevo que están aprendiendo, que no se fijen tanto en las traducciones literales, que traten de comparar, de poner frente a frente las estructuras del inglés con las del español, y que con esa comparación, traten de recuperar su significado último.

Rafique, que había estado callado escuchándome, me dijo que le parecía una idea fantástica, y que la comentara en clase, que no perdía nada, sino al contrario, que podía ganar mucho de mis alumnos.

Pedimos el té, nos lo tomamos y nos volvimos al despacho, y seguí haciendo más fotos.


Justo a la salida del edificio donde está el restaurante de los profesores, están estos dos edificios, que son la Facultad o el Instituto de Ciencias. He tratado muchas veces de limpiar el objetivo porque las fotos me salen muy grises (en esta en concreto hay una ISO 1600, la máxima que acepta mi cámara, pero la contaminación y el ambiente gris del clima no dejan entrar la luz en mi objetivo, y parece que sea siempre el anochecer). La mayoría de los edificos del Campus son como estos, blancos, con grandes ventanas, y de una media de entre cinco y diez alturas. Monstruos que están cargados de cultura en su interior y que parece que por su exterior no haya pasado el tiempo, que sólo hayan recibido la visita del agua del monzón.


El pasado 13 de Agosto tuve vacaciones porque era la celebración de una festividad hindú. Debido a ésto, decoraron esta puerta de entrada a uno de los parques del Campus Universitario de esta forma, con colores e inscripciones en bengalí. Abajo, medio tapados por el CNG que está pasando podéis ver también dos sombrillas, que son parte de un puestecito de helados y otra casetita donde puedes tomarte un té y unas galletitas. Y, al fondo, la inmensidad de la vegetación.


Este dibujo en mosaico está justo enfrente de la puerta que os he puesto arriba, en el otro lado de la Avenida. Está en uno de los muros que dan al recinto del Instituto de Ingeniería, y me parece muy interesante porque el individuo del centro, el del bigotito, me recuerda a un rickshawalla, con su pañuelo atado a la cabeza para evitar que le caiga el sudor por la cara, y su camisa. Pero lo mejor es su sonrisa: me hace pensar en esta sociedad, en su carácter, en el sobrevivir al día a día, sólo necesitan ser felices con lo mínimo, lo que gana un ricsawalla en el día le da para comer mínimamente ese día y tal vez al siguiente, aunque suelen comer en los puestos de la calle, con lo que tampoco le saldrá muy caro. Pero, lo que os decía, son felices con lo mínimo.


Por eso, como necesitan ser felices y necesitan su vehículo, le quitan el veneno y el polvo de la contaminación de esta ciudad, aprovechando cualquier charco, como es este que se forma por el agua que sale de una manguera, utilizada para achicar inundación en uno de los edificios de la Universidad, y que antes de colarse en la alcantarilla, se remansa en esta especie de charco, deleite de rickshaw. En realidad, lo que hace este rickshawalla no es otra cosa más que limpiar su puesto de trabajo, como si limpiáramos nuestra oficina o nuestro despacho. Me encanta esta foto porque se ve el brillo que ha conseguido darle al guardabarros de la rueda de delante, y la foto de abajo muestra que el rickshaw lo tiene muy bien conservado.



Aquí tenéis una de las estatuas erguida en recuerdo de una de las batallas por la que ha pasado este país para conseguir su independencia territorial, política, y, tal vez la más importante, lingüística. Sangre derramada de estudiantes, profesores y civiles en una guerra, que como todas las guerras, fue absurda, pero que como todas las guerras, se llevó a cabo.
Ya de vuelta en el despacho, nos hemos puesto a hablar sobre la traducción de una obra extranjera a tu lengua. Rafique me explicó los problemas con los que se encontró al traducir al bengalí la obra de Márquez que ya os he comentado arriba. Me dijo que quería reflejar el ambiente cálido de la narrativa de Gabo, pero que lo más difícil fue buscar un sinónimo de algunas palabras que se pudieran entender en el idioma de sus lectores, y que también había tenido alguna dificultad con el personaje femenino que hace de matrona del burdel, que hablaba de manera demasido coloquial. Yo le dije que bueno, que yo pensaba que una traducción de una novela o poesía era hacer una obra distinta a la original, porque, quieras que no, en una traducción, el traductor está representando su propia lectura de la obra original, que no tiene que ver a veces con la visión que ha reflejado el autor original de la obra. Rafique me dijo que compartía esa opinión. Aquí os dejo la portada de su edición bengalí de Memoria de mis putas tristes.


Después le he pedido que me ensañara los libros que nos había regalado S.G. el miércoles, y le he pedido si podía elegir alguno para traérmelo a casa, y como podéis ver, he elegido La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo.
Después he salido a buscar un CNG y Rafique se ha metido en clase, y mientras esperaba, he podido hacer dos fotos más.

Una estatua en lo alto de la rotonda central del Campus, me parece simbolizar la Universidad pero al mismo tiempo, esta ciudad. Hombres y mujeres estudian en una comunidad universitaria, tienen acceso al conocimiento universal, pero al mismo tiempo, están arracimados en un espacio mínimo, como esta ciudad, en la que vivimos todos apelotonados, en un territorio escaso e ínfimo. Y, a la izquierda de la imagen, la parada de taxis (el cochecito azul y blanco es el taxi en el yo me vine, porque los CNGs no me querían traer), CNGS, autobuses y rickshaws.

Y para el final, un puestecito típico de helados, al lado de uno de coca-colas. Casi caigo en la tentación de comprarme un cucurucho, pero todavía no me atrevo, porque no sé mi estómago cómo lo soportaría, porque no sé cómo los hacen, pero ya os contaré si algún día me como alguno, porque con este calor apretece un heladito.
Besos y abrazos. Y muchas gracias por leerme.

jueves, 20 de agosto de 2009

Tercera clase - Profesor, el libro está todo en español

Bueno, ayer tuve mi tercera clase, y tampoco fue muy mal la cosa, porque además, la planteé más práctica que la anterior y les gustó más, o eso me decían sus caras.
Quería llegar con tiempo a la Universidad para pasarme antes de ir al despacho por la casa que me prestan, y ver qué necesitaba en el caso de que fuera por allí algún día (agua, algo de comida que no necesite nevera, y esas cosas de urgencia que debe haber en todas las casas), y, bueno, ya que iba a la casa, aprovché e hice alguna foto curiosa. Es una casa muy grande, con dos habitaciones, con un baño en cada una de ellas, un salón gigante y una cocina, algo pequeña, pero que para hacerme algo rápido antes de ir al despacho sí que me da.


La mirada se introduce por este tablero de ajedrez en forma de reja en una ventana y se funde con el patio, con lo tropical, lo extranjero y exótico de este país. El agua de la lluvia que todo lo inunda ha dejado su tizne verde en las hojas, y el ambiente gris amenaza una nueva descarga de monzón. Las hojas se visten de belleza y pueblan todo el patio de luces. Vegetación olvidada que vaticina un nuevo colorido en el que las gamas del verde se escriben en todas partes.


La luz invade el hogar a través de su allanamiento de morada. Paredes blancas. Una puerta al fondo que nos ilustra y anuncia la entrada a una habitación. Al lado derecho una puerta amarilla sirve de entrada al baño de invitados, con hospitalidad, y más cerca de nosotros, un pasillo amueblado también por la luz nos conduce hacia la cocina y dos cuartitos sirvendo de despensa. A la izquierda, podemos acceder a la otra habitación, pasando antes por un pequeño cuarto de baño, y más cercano a nosotros, dejando penetrar la luz a través de dos puertas y una ventana, podemos detenernos en un espacioso comedor-salón. El suelo gris se metaforiza en el cielo. El color blanco de las paredes, las poesías que se esconden en el mullido algodón de las nubes.



Grata sorpresa la de este cartel que anuncia un Festival de imágenes comprometidas, de historias politizadas. Deepa Mehta. Palabras en español. Amarillo y blanco. Fiesta cinematográfica. India dolorida y del pasado. Fuego. Amores imposibles.



Flores rojas sirven de alfombra poética a este hormigón del comedor. Ausencia de muebles me obligan a necesitar una mesa donde poder estudiar y comer. Sillas, algún sofá. Rojo, amarillo y blanco. Flores olvidadas en el suelo, que nunca morirán, bajo la fuerza inestimable del ventilador, venciendo a la humedad. Estambres de sangre, que simbolizan la fiesta de colores que hay en las calles.



En la pared alguien ha olvdado su bandera. El verde del patio sirve de base para el rojo del suelo. Flor redonda en un jardín lleno de fragancia, en una tela orgullosa de ser símbolo y homenaje de un país. El aire eléctrico de las aspas hacen deslizarse lentamente y golpear contra la pared la forma de este corazón en circunferencia sangrienta durmiendo en este colchón de vegetación tropical, y que lagrimea un himno doloroso y lento.


Y en lo alto de una estantería más color. Azul eléctrico y rojo. Navidad esmeralda de luz en espumillón de lentejuelas. Luz que remata el rojo adornado de un cenicero que sobresale del borde, como deliberando un suicidio. Objetos cuya utilidad es desconocida y que significan lo mismo que nada. Sombras que se avecinan en un descontrol de yugulares que alguna vez degustaron el suave e irritante sabor de algún cigarro o la destilante soñolencia de la marihuana o de un chocolate marroqui. Elementos que nos hacen pensar en el pasar del tiempo, y en la ceniza de un ave fénix que se descoyunta cada segundo que pasa para volver a saludarnos al segundo siguiente.

Miré la hora y ya era el momento de ir al despacho. Guardé mi segunda mirada en el bolso, y salí, cerrando las dos puertas de la entrada. Esto me hizo pensar en que en este país existe una cierta cultura del candado. No existen cerraduras. La mayor parte de las puertas llevan dos anillas o una barra vertical, con un enganche, que se introduce a través de una ranura en una especie de U con el lado abierto de la letra pegado a la puerta, y que una vez introducida la barra corrediza, se cierra el candado. La verdad es que es más económico, por que cambiar una cerradura estropeada sería más caro.

Llegué al despacho, y aproveché la tranquilidad de la mañana para terminar de prepararme la clase. Y, después, como me había dicho Rafique que tal vez vendría un poco más tarde por unas cuestiones familiares, y no llegaba, me fui a comer. La primera vez que he comido solo en la Universidad. Y la verdad es que el Campus parece distinto cuando caminas solo por toda su extensión. La gente, profesores y alumnos, te miran distinto. La soledad la vas dejando atrás y vas siendo acompañado por todos. Lo que también me llama la atención de este país es el contacto visual, la comunicación con los ojos que hay entre los peatones. Lo cual supone una fractura de lo que creía un tabú cultural. Fundamentalmente los hombres se te quedan mirando fijamente, esperando tu respuesta ocular. Si les devuelves su diálogo, te saludan. Si no se lo devuelves, se paran y se te quedan mirando, hasta que pasas y te alejas. Con las mujeres no es tan exagerado, porque buscan ese contacto de forma más tímida, y si les estableces ese diálogo de miradas, te sonríen, vayan acompañadas o solas. Este elemento cultural es curioso, y supongo que será una manera de expresar su respeto hacia una persona extranjera.
Pedí el menú de 50 takas y comí mi arroz con pollo y caldito de lentejas, aderezado con verduras y limón. Y después, mi té (20 takas) para ir despejado a clase. Mientras comía me mandó un mensaje Rafique y me dijo que finalmente no nos podíamos ver, con lo que tenía que encargarme de repartir las fotocopias de los libros de clase yo solo, con una lista de los alumnos para que firmaran como que se les entregaba el material.

Volví al despacho, hablando de nuevo con la mirada con los peatones, y me separé más o menos las fotocopias que debía entregar e imprimí una lista con los nombres de mis alumnos, hice tiempo y a menos diez abrí la puerta del aula, para aprovechar los diez minutos y hacer la entrega. Cuando ya estaba la clase llena y todos los alumnos tenían su material, les pedí que me dijeran la fecha en la que estábamos. Después de dudar y de mirarse entre ellos, esperaron a que volviera a fomular la pregunta, hasta que una alumna, tímidamente, con la voz temblorosa, me dijo Veinte de Agosto de Dos Mil y Nueve. Le corregí y pedí a todo el mundo que dijera la fecha en voz alta.

Después les pregunté si habían encontrado cosas sobre Pablo Neruda en internet, y me dí cuenta de que sólo se habían preocupado de hacerlo dos alumnas y un alumno. Me dijeron la fecha del nacimiento, el lugar, su primer libro, con cuantas mujeres se casó, dónde fue cónsul, cuáles eran sus obras más importantes y cómo y cuando murió.

Después traté de potenciar su imaginación con un juego, pero sin éxito. El juego tiene el nombre de "La silla caliente", pero yo se lo cambié por el de "La silla mágica" por si encontraban alguna connotación sexual, ya que en esta cultura el sexo está tabuizado. Bueno, el juego consiste en que un alumno se sienta en una silla de cara a los demás compañeros, y éstos le hacen las preguntas típicas de cómo te llamas, cuantos años tienes, de donde eres o a que te dedicas, de forma que el alumno que está sentado en la silla mágica se invente las respuestas, y cree un personaje imaginario. Como no sabían casi nombres españoles, ni profesiones ni nacionalidades, me preocupé de hacer un listado para el alumno que tenía que responder. Después de explicarles el funcionamiento del juego, pregunté quién quería ponerse en la silla. Todo el mundo mirando al suelo y a sus hojas. Hasta que volví a hacer la pregunta de nuevo. Y un alumno se levantó y se sentó en la silla mágica. Les dije en español a todos que le preguntaran cómo se llamaba. Se me quedaron mirando. Les hice la misma petición en inglés. Y de repente, todos, absolutamente todos, gritaron What is your name??? No sabía donde meterme, de cómo tenía los nervios. Les pedí que la hicieran en español. Se la hicieron. Y el alumno de la silla mágica dijo su nombre real, su nombre en bengalí. Me dí cuenta de que no habían entendido nada. Le dije que debía elegir un nombre de la lista que yo le había entregado. Repitieron la pregunta, ahora en español, y el alumno dijo que se llamaba Antonio. Y así con las siguientes preguntas... veía caras de extrañeza porque no entendían que aquel chico se llamara Antonio, si era bangla. Dejé el juego, preocupado por la ausencia de imaginación que tienen mis alumnos.

Bueno, y después de algunos ejercicios de audición repasando la teoría de la segunda clase, les expliqué las tres conjugaciones del español y los presentes de Indicativo de los verbos Ser, Tener y Llamarse, y acabé la clase informándoles de que debido a que pasado mañana domingo comienza el Ramadan, las clases se adelantan a las 2 y sólo durarán una hora y media. Les volví a preguntar si tenían alguna duda y me despedí. Fui al despacho a hacer tiempo para que se vaciara el aula y cerrarla, después de apagar las luces, ventiladores y Aires Acondicionados. Esperé cinco minutos y volví al aula, y me encontré con un grupito de alumnos que estaban hablando. Y una alumna, rodeada de los demás, se me acercó y me dijo que me tenía que decir una cosa: que a veces iba muy rápido explicando y que se perdía. Le dije que trataría ir más despacio, pero que de todas formas, que si tenía alguna duda, que me parara y me preguntara. Y me dijo que lo sentía, que a partir de ahora lo haría. Y después, señalando a las fotocopias, me dijo que había hojeado los libros y que no entendía por qué todos la primera a la última página, los libros estaban todos en español, que tendrían que estar también en inglés. Yo me sonrei y miré a un alumno que ella tenía al lado, que también me sonrió porque sabía cual era mi respuesta: los libros están sólo en español porque es un curso de español. Le dije que ningún libro de español para niveles iniciales tenían nada en inglés. Pero me di cuenta de que la chica estaba muy desesperada porque se sentía muy perdida. Y traté de animarla: le dije que tuviera en cuenta que era la tercera clase, que era normal que estuviera así, pero que no se preocupara porque ella misma se daría cuenta de que dentro de dos meses podía defenderse en español. Me sonrío con la mejor de sus sonrisas. Suspiró. Y me dijo, en español, "Muchas gracias". Y todo el grupo que había alrededor nuestro, dijo lo mismo, moviendo la cabeza hacia adelante, como una señal de respeto.