viernes, 9 de abril de 2010

Extrañezas y consejos

Hola de nuevo a tod@s.

Después de estar un tiempo desaparecido, viviendo cambios en mi vida y tratando de encontrarme a mí mismo, he regresado del eterno letargo de la soledad que todo lo modera. Ahora lo único que me queda es este calor que todo lo espesa y todo lo destruye. Después de pasar alguna noche deshidratado (a veces tu cuerpo se seca y quiere eliminar toda el agua que tiene, como si ese flujo líquido que pierde fueran los malos recuerdos de un pasado que se ha roto) y después de sudores y temperaturas de 40º C, hay algo de Bangladesh que está intentando controlarme, y no sé exactamente qué es. Aquí la vida es maravillosa, y me estaría mintiendo a mí mismo si dijera que estoy mal aquí, porque esto es una experiencia que todos nosotros deberíamos vivir alguna vez en la vida porque necesitamos poblarnos de la luz que se descuelga cada día de esta realidad, que, por otra parte, está rota y es como si nos necesitara a nosotros para completarse.

Ahora ya sé otra cosa sobre Bangladesh, y es que a veces la ignorancia nos hace darnos de golpe contra nuestros propios sentimientos. Este país es así de tramposo. Cuando llegas por primera vez todo es abrumador, etéreo, luminoso y animal. No puedes dejar de asombrarte por los colores, el orden del caos que se desenvuelve en cada calle, las miradas de los niños sin brazos en los semáforos, el sabor del fuego de la comida, la belleza perfecta del bengalí, una lengua que no deja de sorprender al extranjero por su dulzura y al mismo tiempo por su dificultad. Cuando llegamos a Bangladesh por primera vez nos dejamos controlar por el repetido sonido de los timbres de los rickshaws, el ancestral canto de las mezquitas a las 5 de la mañana, la tiznada y colorida luz del sol cuando amanece y nos olvidamos de que venimos de fuera.

Todas esas sensaciones se convierten en más brutales cuando has salido del país y has regresado de nuevo. Es entonces cuando nos damos cuenta de que no somos simples turistas que estamos aquí de paso, con una maleta y una guía de viaje de la Lonely Planet. Cuando cruzas por segunda vez la frontera de Bangladesh te das cuenta de que ésto no era lo que imaginabas o sentías, ésto se revuelve y se mueve en contra tuyo, pero no con rencor, si no tratando de controlarte, de atarte, y es entonces cuando te das cuenta de que necesitas deslizarte por debajo de esta realidad y tratar de huir de tí mismo e intentar estudiarte desde fuera y encontrar qué es realmente lo que te ha traido aquí. Es tal vez entonces cuando es necesaria la inmersión social en esta especie de trampa, es entonces cuando es necesario el sentirse uno más de ellos, dejar de ser extranjero; de alguna manera dejarte controlar por Bangladesh para aprender a escapar de él pero sin perder el regusto maravilloso que ya tienes dentro de tí.

Por tanto, lo primero que creo que se debe hacer es aprender la lengua, para poder entender de manera más clara esta realidad desubicada. Y es lo que estoy tratando de hacer (en unos días empezaré una serie de entradas sobre bengalí para que todo aquel que quiera venir aquí pueda tener unas ligeras nociones del idioma), aunque siempre me sentiré como el otro.

Otra cosa que estipula la identidad de un país o sociedad es la comida, con lo que es interesante dejarte llevar por el suave sabor del arroz, los vegetales, el pollo y el pescado, los noodles, el chili o el dal, y no sólo saborearlo, si no lo más importante, que es saber cocinarlo. Y eso también estoy tratando de aprenderlo.

Pero tampoco debemos olvidar que otra marca social es la ropa, con lo que últimamente me he dedicado a comprar algún fotua (es una especie de camiseta o camisa fina que no se pega al cuerpo y que es más corta que el panjabi), panjabis y alguna que otra camisa.

Por último, para tratar de escapar de aquí, buscando una pequeña salida, estoy tratando de almacenar notas para mi novela en cualquier trozo de papel. Ella es una especie de salvadora, una especie de rescate, esa salida ínfima y luminosa que está ahí ayudándome.

Pero además de escribir, esta nueva soledad que me ha llegado de golpe me está permitiendo tener más tiempo para leer, de forma que ahora estoy entregándome a Neruda y sus sonetos de amor, en los que identifica el cuerpo de la mujer con la naturaleza, y me he dado la licencia de escribir un poema tratando de igualar Bangladesh con el cuerpo de una mujer lejana y oscura, intocable. Aquí os lo copio para dar término a este post extrañamente solitario.

Rokeya Hall

Ayer miré desde mis ventanas la noche blanca
y supe que ya te llevaba dentro.
Tu arroz, tu piel, tu té, tu alma bengalí, tu lengua oscura
se han añadido a mis memorias, escondidas, tímidas.
Las miradas de algunos calendarios me suavizan el dolor
de saber que un día me sufriré con tus olores y tus huellas.
País mágico, en tu cuerpo he visto moverse la música lejana del tiempo.
Sonrisa preciosa, en la ligera y suave línea de tus caderas
he escuchado el sonido del manglar, del agua, el rugido del tigre.
En el agua de tus ojos he conocido el rumor del silencio
producido por el paso de un ángel.

Y tal vez mañana, el sonido que hacen los gatos en la calle amándose
me traigan la locura que es caminarte por el cabello, tu boca y tus manos.
Tu tierra negra ya la tengo aquí, en mi corazón, y no me la puedo limpiar nunca.

martes, 6 de abril de 2010

Shondha Tara

Después de volver
se olvidó de todo.
Sin nada, sin presión.
Dicen que tampoco sin gravedad.

En la memoria del agua
permanecen algunos sueños.
Habitaciones sin encender,
sin las primeras estrellas.

Descaminó murallas, ciudades,
luces, noches y soledades.
Los cinturones ya no servían.
Los ojos cerrados no soñaban ya nada.
Sólo altavoces, sonidos memorizados,
dinero en el armario
y alguna ventana cerrada.

Más que la letra pequeña,
aprendió que debía seguir la letra grande,
para no caer en los mismos errores.

Descifró y escribió su futuro
en sus manos, pero se olvidó de leerlo.
Una piel tostada le habla desde
el otro lado del espejo.
Una sonrisa le deja una señal.

Hay una manzana al fondo de la nevera
con una flecha clavada,
atravesando algún corazón.
En otros rincones hay algún fotua.

Una pareja se mira
pero no se besan.

El rickshaw al frenar
ha dejado una marca en el asfalto
que ya nadie podrá borrar.
Es la marca del dolor en su piel.

Y, allá, en la tranquilidad del hielo,
algún café le recuerda algo.
En las tibias esperas,
el teléfono no suena nunca.
Y se sienta en la cama
a reiniciar su memoria,
a desmontar su nueva soledad.

Un chocolate mal envuelto
se ha quedado olvidado
en alguna zona oscura de la
despensa de otra casa.

En algún parque un árbol
está apunto de romperse.
Y en el zoo el nuevo animal
es la atracción de todos.

Una pelota botando en una calle
le ha recordado el futuro
de alguna de sus infancias.

Después de todo,
ya no sabe qué decir.

En la convocatoria de la víspera,
su memoria vuelve a comenzar.
Y un color blanco le trata
con respeto, con luz.
Y una vibración de lenguas
le traslada a algún idioma,
como si después del arroz
ya no hubiera té.

Entre un cristal y otro
descodificó un mensaje
enviado a distancia.

Las ciudades son distintas
a través de las ventanas.
Parece que llueve distinto,
y los días son diferentes.

En un billete de avión
hay un poema mal escrito,
que alguien lee en voz alta,
mientras permanece en silencio.

Se olvidó de recoger la ropa
interior del suelo,
y una lavadora no la ha limpiado.

Cuando la luz se va de
viaje, hay momentos de
sudores, silencio, soledad.
Y sus gemidos revolotean
como los piares del kokil.

Al morderse las uñas
ha visto una semilla de rosa
y se la ha clavado en una encía
como una aguja invisible.

Y supo que debía volver a vivir.