sábado, 31 de julio de 2010

Regresos

Y Lorenzo regresó a Bangladesh, a completar su segundo curso en la Universidad. Creyó que todo lo iba a encontrar distinto, más extraño, más lejano, como algo prohibido. Pero no, nada había cambiado. El hecho de imaginarse que regresaba a una casa vacía que había que volver a llenar, un reloj que se había parado y él debía darle de nuevo cuerda, le hizo reponerse ante la soledad que habitaba entre todas aquellas paredes. Pero, desgraciadamente, el olor a cerrado le hizo creer que allá dentro había algo que lo llamaba, que lo necesitaba. La ciudad, trémula e inquebrantable se había instalado dentro de la casa, dejando todo invadido de polvo y contaminación. Pero el jet lag seguía siendo el mismo. Los rickshaws seguían musicalizando aquellas calles con sus timbres. En las mezquitas seguían llamando a la oración. La lluvia no cesaba ni daba tregua. Y, por supuesto, la ausencia de electricidad dos o tres veces al día. Todo, absolutamente todo continuaba en su lugar, dándole pistas continuamente, señalándole el mismo camino angosto por el que debía caminar para llegar a certificar que aquello era Bangladesh, y que, tal vez, no había salido del país en el mes y medio que había pasado en España. Y respiró hondo. Vació las maletas y se puso a dormir para recuperar las cuatro horas de diferencia que le habían robado los dos aviones entre Barajas y el ZIA international airport.

Al despertarse todavía eran las ocho de la tarde y ya era casi prácticamente de noche. Llamó a su colega para avisarle de que ya estaba en el país y concretaron una reunión el día siguiente. Se duchó mientras dejaba que el agua caliente hiciera su trabajo con la bolsita de té que había dejado en la taza y al salir, medio mojado para poder soportar el calor, conectó su portátil y sintió la necesidad de retomar su blog. Sus dedos se sentían ávidos por volver a escribir y su cámara le llamaba desde su cajón para rehacer fotografías. Además, mientras saboreaba el té rojo le llegaba la idea de que un escritor hace eso: siente la necesidad de escribir porque se siente solo, es esa soledad la que le hace escribir; cuando una persona se siente así necesita hablar con los demás, pronunciar que está ahí, hacerse ver y sentir, y, por lo tanto, escuchar, para alejar esa soledad. Al fin y al cabo, los buenos escritores (no los best-sellers) escriben por eso, porque la escritura es la única forma que tienen para ser escuchados, o mejor, leídos. Para ahuyentar de su alrededor el terrible monstruo de la soledad con la antorcha magnífica e iluminada de su palabra escrita. Y así lo hizo Lorenzo. Reabrió su blog, que se había parado emocionalmente cuando se acabó su primer curso en la Universidad de Dhaka. Volvía con más ganas que el primer curso, ya que la idea de lo desconocido ya no le preocupaba, sino era mucho mejor, ya podía moverse por aquella ciudad desorbitada sin problema, entendiendo el bengalí y volviendo a ser profesor y escritor. Una sonrisa se dibujó en su rostro cansado por el viaje porque nuevamente se sentía feliz.

Mientras le daba el último sorbo a su té, que aún estaba caliente, abrió el Winamp y comenzó a escuchar la primera canción...