viernes, 11 de diciembre de 2009

Sundarbands, regresos a lo etereo

Cuando Lorenzo sintió la congestión del tiempo apremiante y rabioso sintió la necesidad absoluta de huir de allí hacia la tierra legendaria de los Sundarbans, aprovechando la alegría, la sangre y las ofrendas del EID, que le otorgaban unos días de vacaciones en la Universidad.

El viaje lo realizó por la noche, en un autobús atestado de maletas ocupando tres filas de asientos, ya que no habían pensado traer un autobús con maletero para llevar los equipajes que los 26 pasajeros llevaban a cuestas. La salida de Dhaka a través de la avenida donde se encuentra el ZIA International Airport le trajo rumores lejanos de su aterrizaje en esta ciudad accidental y efervescente, voces y anhelos de sus primeros miedos de extranjero, y se percató de que, sin haberse dado cuenta, se había transformado, ya no era el mismo, aquella ciudad lo había marcado, cicatrizado con su abundancia, con su repetición, con sus explosiones de luz y de sonrisas repletas de desesperanza. Y sintió su primer regreso a lo primero, al inicio, a la chispa de aquel sueño bengalí. Y sintió la necesidad azul de escuchar música en la apagada intimidad de los auriculares, que le llenaban de voces, susurros al oído y de secretos que sólo él conocía; se puso primero el izquierdo y después el derecho. La música le entregó aquel estado que buscaba: alejarse de las luces sofocantes e intermitentes de los coches que palpitaban al conductor de su autobus cuando realizaba un adelantamiento suicida o para despreocuparse de los badenes que poblaban todas las carreteras de Bangladesh, que ante la eterna y fabulosa oscuridad de la noche, apenas eran visibles, y el autobus saltaba de una manera verdaderamente inverosimil, rescatando de los sueños a muchos de los viajeros, que ya estaban apunto de encontrar al verdadero tigre azul en sus pesadillas. Y se dejó sitiar por El Guincho.





Sintió miedo de quedarse dormido, y se ocupó de ver a través del cristal empañado de la ventana la tiznada ruralidad de Bangladesh, donde la Luna rebotaba juguetona en cada uno de los ríos que atravesaban. Percibió que por cada una de las aldeas por las que pasaban, el cartel de "Foreign Tourists" que llevaba el vehículo en la luna frontal les convertía en el principal centro de atención en la rotunda monotonía de la 1 y media de la madrugada. Las calles y barrizales estaban atestados de personas oscuras con bufandas rodeando la cabeza y tapando las orejas peladas de frío y los cuerpos encogidos y replegados por las animales dentelladas del puñal afilado de la humedad. Las tiendas a aquella hora estaban abiertas y las luces y el gentío le hicieron pensar que aquellos habitantes estaban infectados de la peste de insomnio de la que huyó Visitación, la india juagira que se hizo cargo de Arcadio y Amaranta en Macondo.


Dos horas más tarde llegaron a la orilla del río Padma, donde el autobús se subió a un ferry para atravesarlo bajo la suave y eléctrica tenacidad opaca de las estrellas nubladas en la distancia. Y entonces, objeto tal vez del destino azaroso de una extraña e inaudita casualidad, empezó a sonar en lo más encendido de sus oídos la voz agrietada de Antony, que poco a poco lo gobernaba y abstraía con su marchito e inolvidable Hope there's someone...







De repente, en un flechazo el tiempo se detuvo. No hubo nada mientras atravesaban el río. El vacío de la noche apaciguó las luces lejanas de los barcos que venían de frente al ferry, como trémulas y tibias estrellas que se hubieran descolgado del cielo y hubieran bajado a flotar al agua, como aquellas hadas japonesas que descendían a bañarse en los lagos y a veces olvidaban sus trajes emplumados y ya no podían regresar a su reino celestial. Y, en la horizontalidad de la superficie, algún delfín mostraba su sonrisa quimérica.


Después de alcanzar la otra orilla y de cuatro horas más de viaje, llegaron al silencio de Khulna, la ciudad dormía bajo las tenues luces abombadas y cálidas que amarilleaban como antiguas fotografías en sepia a lo largo de las calles. Sintió que en aquellos callejones los calendarios no valían, que el tiempo no avanzaba, que se había transformado en alguna espiral que no dejaba de rodar, esparciendo con sus latigazos todos los segundos, horas y semanas muy lejos de allí. Descendieron una pendiente de tierra embarrada y fangosa, y pasando un charco que salpicó de suciedad negra algunas de las ventanas del autobús, éste se detuvo al lado de una frutería descolorida llena de fruta que olía a nuevo en lo profundo de la noche, y todos los viajeros bajaron, siguiendo al guía que los condujo a un muelle donde subieron a un bote de madera bajo el sopor eterno de la noche y que debía trasladarlos al barco de la travesía hacia los Sundarbans. En algún punto inconcreto de Khulna alguna mezquita olvidada dejó escapar las cálidas y luminosas melodías del Corán, llamando a la oración, mientras el remero comenzó a acercar el bote al barco.


Cuando ya estaban instalados en sus respectivos camarotes, Lorenzo ascendió a cubierta, a una terraza en lo superior donde le esperaba el desayuno y los primeros lucimientos de un sol que luchaba por escapar de la niebla.



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Una antigüedad secular se le vino de golpe mientras saboreaba el huevo frito con pan de molde y los secos tragos del café, al encontrarse con matrices de oro desplegadas en el agua...



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Después, en un mínimo instante de lucidez, algo le hizo regresar al futuro...



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El barco empezó a moverse en una apatía pegajosa y aturdida por el amanecer tardío y empezaron las despedidas que regresaban en aquel punto inverosímil de cada una de las sonrisas.



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Y para acompañar a aquellas visiones etéreas, lejanas e intangibles como un racimo de recuerdos, se acordó del viaje de la luz de Tindersticks y su Travelling Light.






Abrumado por los espacios invadidos por la niebla, la suntuosidad evangélica y angelical de las orillas le trajo a la memoria escenas de fantasmas, ancestros olvidados por alguien en lo impuro del amanecer y en la distancia temporal de aquel que no ha aprendido a olvidarlos, y los rescata de vez en cuando con oraciones y plegarias, y los espíritus se congelan por caminos esenciales junto al agua que fluye al revés, desde el mar hacia el nacimiento de la vida.



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Entonces fue cuando empezó a sentir la distancia de las últimas casas y aldeas, a dejarse avanzar hacia lo desconocido, aturdido por las imágenes difuminadas ante el espacio abierto del río desnudo y matinal. Pescadores y hojas sueltas se despedían del barco, sabiendo que tal vez nunca más volverían a cruzarse con él, alejándose hacia el oscuro infinito. Y, de repente, tuvo una mágica visión



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Y sintió miedo. Sintió la sensación de que más que a los Sundarbans aquel barco marchito que lo transportaba le llevaba por la ruta que sacaba a Macondo hacia el mar, y que aquel galeón varado en el barro del fondo del río y devorado por la neblina fuera el mismo con el que se había encontrado José Arcadio en su búsqueda del océano. Tuvo miedo de acercarse a aquel pueblo olvidado en la memoria, y que Melquíades hubiera escrito en sus dolororos y enmohecidos manuscritos su destino terrible. Notó, atemorizado, un ligero hormigueo en el dedo meñique del pie derecho, se quitó la sandalia, y se encontró con una sorpresa agónica: su pie se encotraba en una posición que era obstáculo para una cola de hormigas rojas que abandonaban la cubierta, bajaban por el casco del barco y se perdían en el agua. Y recordó la lucha de Úrsula con aquellos insectos que en alguna ocasión sitiaban el hogar de los Buendía. Y para olvidar aquel gusto desconcertante que le daba una sensación de como si tuviera la boca llena de cal y tierra, se preparó un té mientras contemplaba absorto un Dios de 15 metros de largo, antropófago y amigo de los moradores del reino de la pescadería nocturna...


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Prosiguió su viaje hacia los manglares del tigre de Bengala, y vió una gan bola que rebotaba en el mar, y que en el punto más alto de su subida era como un gigante signo de exclamación....


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Y regresó al espacio del sueño, a unas ruinas circulares que solamente estaban en la memoria de Borges y que dormían desmenuzadas por la fuerza de algún ciclón lánguido, vorágine sexual enviada por Tritón hacia la Luna buscando a la bella Princesa Kaguyahime...



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Después percibió el aleteo lento y encendido en electricidad de una campánula que se convirtió en un Unicornio acervatado para no mojar sus alas hechas con las telas con las que se hacen realidad los deseos de la gente...



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Continuó su trance y llegaron al lugar donde los hombres se alimenta de tigres azules, y que en sus horas muertas recortan las hierbas cuyo olor provoca la inmortalidad, y que nunca han sentido el amor verdadero porque la sangre amarilla y negra del tigre los ha sumido en una especie de olvido perpetuo y sus corazones ya no saben cómo recuperar sus recuerdos. Lorenzo sintió compasión y decidió escribir sobre ellos en algún cuento legendario, porque sabía que Melquíades los había olvidado en sus manuscritos.


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Y fue entonces cuando un escozor empezó a revolotear en su corazón y se dió cuenta de que las mariposas de Mauricio Babilonia no eran amarillas y que Meme tenía alguna especie de daltonismo...


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Y finalmente llegaron a la playa donde dicen que vive Aureliano Babilonia con Felipe León de Arconada, un antiguo soldado español que había desertado de uno de los escuadrones de la conquista de América, aterrorizado de aquellas visiones de sangre y gritos inhumanos, ofrendas de corazones y cenotes repletos de antiguas historias muertas. Allí los dos habitantes del olvido se alimentan de aquellos árboles que son los que otorgan la sabiduría eterna y que les han enseñado a poder ser invisibles y a robar el color a la realidad que les rodea.


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Entonces Lorenzo tuvo la urgencia de regresar a todo, al ruido del círculo 2, a los deformados del Círculo 1, a los preservativos tirados en la Calle 35, a las sonrisas de desamparo en los semáforos, a las miradas esquivas de las mujeres escondidas detrás del pañuelo de su timidez, al cielo gris que daba a luz millones de mosquitos, a las aceras llenas de arena de playa. Necesitó regresar porque sabía que regresando a Dhaka era la única forma de regresar al origen de todo, al nacimiento de su soledad diáfana y ósea, a su desnudez percibida en los amaneceres sin nadie que la observara, a sus lecturas nocturnas en el silencio de la ciudad. Sabía que aquel regreso suponía al mismo tiempo el principio de otro regreso y tuvo miedo de sus sentimientos futuros, a no poder sentirlos todos ellos en las escasas y fugaces tres semanas que iba a pasar al lado de ella. Y fue entonces, en aquel instante de luz y fuego, en el que supo que había una canción escondida en su memoria y quiso tararearla para no olvidarla nunca.


miércoles, 9 de diciembre de 2009

Amaranta Úrsula y Aureliano, el silencio de los cien años

Desde aquella noche, Aureliano se había refugiado en la ternura y la comprensión compasiva de la tatarabuela ignorada. Sentada en el mecedor de bejuco, ella evocaba el pasado, reconstruía la grandeza y el infortunio de la familia y el arrasado esplendor de Macondo, mientras Álvaro asustaba a los caimanes con sus carcajadas de estrépito, y Alfonso inventaba la historia truculenta de los alcaravanes que les sacaron los ojos a picotazos a cuatro clientes que se portaron mal la semana anterior, y Gabriel estaba en el cuarto de la mulata pensativa que no cobraba el amor con dinero, sino con cartas para un novio contrabandista que estaba preso al otro lado del Orinoco, porque los guardias fronterizos lo habían purgado y lo habían sentado luego en una bacinilla que quedó llena de mierda con diamantes. Aquel burdel verdadero, con aquella dueña maternal, era el mundo con que Aureliano había soñado en su prolongado cautiverio. Se sentía tan bien, tan próximo al acompañamiento perfecto, que no pensó en otro refugio la tarde en que Amaranta Úrsula le desmigajó las ilusiones. Fue dispuesto a desahogarse con palabras, a que alguien le zafara los nudos que le oprimían el pecho, pero sólo consiguió soltarse en un llanto fluido y cálido y reparador, en el regazo de Pilar Ternera. Ella lo dejó terminar, rascándole la cabeza con la yema de los dedos, y sin que él le hubiera revelado que estaba llorando de amor ella reconoció de inmediato el llanto más antiguo de la historia del hombre.


-Bueno, niñito -lo consoló-: ahora dime quién es.

Cuando Aureliano se lo dijo, Pilar Ternera emitió una risa profunda, la antigua risa expansiva que había terminado por parecer un cucurrucuteo de palomas. No había ningún misterio en el corazón de un Buendía que fuera impenetrable para ella, porque un siglo de naipes y de experiencia le había enseñado que la historia de la familia era un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda giratoria que hubiera seguido dando vueltas hasta la eternidad, de no haber sido por el desgaste progresivo e irremediable del eje.

-No te preocupes -sonrió-, En cualquier lugar en que esté ahora, ella te está esperando.

Eran las cuatro y media de la tarde, cuando Amaranta Úrsula salió del baño. Aureliano la vio pasar frente a su cuarto, con una bata de pliegues tenues y una toalla enrollada en la cabeza como un turbante. La siguió casi en puntillas, tambaleándose de la borrachera y entró al dormitorio nupcial en el momento en que ella se abrió la bata y se la volvió a cerrar espantada.

Hizo una señal silenciosa hacia el cuarto contiguo, cuya puerta estaba entreabierta, y donde Aureliano sabia que Gastón empezaba a escribir una carta.

-Vete -dijo sin voz.

Aureliano sonrió, la levantó por la cintura con las dos manos, como una maceta de begonias, y la tiró boca arriba en la cama. De un tirón brutal, la despojó de la túnica de baño antes de que ella tuviera tiempo de impedirlo, y se asomó al abismo de una desnudez recién lavada que no tenía un matiz de la piel, ni una veta de vellos, ni un lunar recóndito que él no hubiera imaginado en las tinieblas de otros cuartos. Amaranta Úrsula se defendía sinceramente, con astucias de hembra sabia, comadrejeando el escurridizo y flexible y fragante cuerpo de comadreja, mientras trataba de destroncarle los riñones con las rodillas y le alacraneaba la cara con las uñas, pero sin que él ni ella emitieran un suspiro que no pudiera confundirse con la respiración de alguien que contemplara el parsimonioso crepúsculo de abril por la ventana abierta. Era una lucha feroz, una batalla a muerte, que, sin embargo, parecía desprovista de toda violencia, porque estaba hecha de agresiones distorsionadas y evasivas espectrales, lentas, cautelosas, solemnes, de modo que entre una y otra había tiempo para que volvieran a florecer las petunias y Gastón olvidara sus sueños de aeronauta en el cuarto vecino, como si fueran dos amantes enemigos tratando de reconciliarse en el fondo de un estanque diáfano. En el fragor del encarnizado y ceremonioso forcejeo, Amaranta Úrsula comprendió que la meticulosidad de su silencio era tan irracional, que habría podido despertar las sospechas del marido contiguo, mucho más que los estrépitos de guerra que trataban de evitar. Entonces empezó a reír con los labios apretados, sin renunciar a la lucha, pero defendiéndose con mordiscos falsos y descomadrejeando el cuerpo poco a poco, hasta que ambos tuvieron conciencia de ser al mismo tiempo adversarios y cómplices, y la brega degeneró en un retozo convencional y las agresiones se volvieron caricias. De pronto, casi jugando, como una travesura más, Amaranta Úrsula descuidó la defensa, y cuando trató de reaccionar, asustada de lo que ella misma había hecho posible, ya era demasiado tarde. Una conmoción descomunal la inmovilizó en su centro de gravedad, la sembró en su sitio, y su voluntad defensiva fue demolida por la ansiedad irresistible de descubrir qué eran los silbos anaranjados y los globos invisibles que la esperaban al otro lado de la muerte. Apenas tuvo tiempo de estirar la mano y buscar a ciegas la toalla, y meterse una mordaza entre los dientes, para que no se le salieran los chillidos de gata que ya le estaban desgarrando las entrañas.


El hecho fugaz de haber seleccionado este trozo de Cien años de soledad no se debe a un hecho oscuro promovido por alguna señal del azar. Aquí se percibe el valor profundo de la palabra en el idioma de Márquez, el connotativo poder del adjetivo imposible. Se resume en esta cita la historia repetida de esos cien años de olvido recordado o de memoria olvidada, la congelación repetida de los mismos hechos que paralizaron la narración, la escueta realidad de una familia condenada a no avanzar, apelmazada en los manuscritos de Melquíades, quien, al mismo tiempo, traza un soporte metanarrativo donde podemos ver al escritor como alguien que deslía mentiras para convetirlas en verdades, como alguien que desdibuja la historia para volver a trazarla con su imaginación, dando relieve y forma al destino de sus personajes.


Además, la fuerza del amor secreto, el carpe diem de hacer lo que realmente deseamos, aunque sea un riesgo, la batalla incandescente y soberbia del amor, del deseo reservado en nuestro lado más animal, y que cuando se ha conseguido el pacto de no agresión, la guerra se transforma en un hecho que no podemos olvidar y es cuando nos dejamos llevar, para completar las hojas en blanco que tenemos delante y que no son más que, a veces, las sábanas mal tendidas, arrugadas, que mal cubren el colchón. La historia de los Buendía ya se escribió hace mucho pero Melquíades la rescató de la memoria de Gabo. Esos cien años de silencio simbolizan, en alguna parte, una Historia de la Literatura Universal: en ellos confluyen y convergen, a veces paralelos y otras perpendiculares, todos los objetos y fuentes que forman la memoria literaria de cualquier escritor y de cualquier lector. Sin horizonte de expectativa posible, el hueco olvidado de la pasión se rellena con una espiral de la que la literatura nunca saldrá, al igual que los Buendía nunca podrán escapar de sus colas de cerdo y de sus cruces de ceniza, porque la muerte acampa en cualquier lado y sólo queda la memoria colectiva del olvido. Después de los manuscritos de Melquíades ya no queda nada, ni siquiera el silencio, porque nuestro destino ya está narrado en alguna parte.

sábado, 14 de noviembre de 2009

¿Por qué no es un juego de niños?

Mi experimento de clase

Bueno, hace unos días que pensé introducir un experimento en mi blog, con mis alumnos. Se trata de que les comenté que estaba pensando en que una entrada de mi blog la iban a hacer ellos, con sus redacciones, presentándose a sí mismos y hablando de sus gustos y preferencias. El experimento no ha ido del todo bien ya que les pregunté si querían también que les hiciera alguna foto, y en un principio dijeron que sí, pero al final se echaron atrás. Además, de los 18 alumnos que están viniendo a clase, sólo me han entregado 4 redacciones. Os copio aquí lo que han escrito en ellas eliminando los nombres para que sean anónimas. Espero que os gusten. Les cedo la palabra.
Well, I thought some days ago to introduce an experiment on my blog, with my students. It's about I told to them I was thinking that They went to make one post of my blog, with their writings, introducing themselves and talking about their likes and preferences. The experiment wasn't well at all since I asked them if They wanted also that I took some picture, and at first They said It was a good idea, but in the end They cried off. Also, if I usually have 18 students in class, They only have taken 4 writings. I copy to You what They have written in them, deleting the names to They were anonymous. I hope that You like It. I give them the right to speak.
"Soy _____. Soy Bangladeshi. Soy estudiante Español. Yo nací en 1988. Me quiero ir Espana porque estudiar. Mi cumpleaños es cuatro septiembre mil novecientos ochenta y ocho. Yo encantar musica."
"Hola! Me llamo __________. Soy Bangladeshi. Tengo 23 años. Estudio Español. Me gusta mucho leer. También me gusta escuchar musica classica. Mi cantante favorita es Habib. Me quiero ir a España porque visito. Un abrazo!"
"Mi nombre es _________. Yo tengo veintetres años. Yo soy estudiante de ley. Mi padre es un profesor y hombre de negocios. Mi madre es una ama de casa. Yo vengo desde Kushtia. Me Gusta LEER. Mi escritor favorito es Jule Verne y Henry Rider Haggard. Mi cantante favorito es John Denver. Yo escribo poema. Yo estudio español por que es una languas oficiales Naciones Unidas. Yo quiero a juez."
"Hola! Me llamo ______. Soy Bangladeshi y vivo en Dhaka. Tengo 21 años. Soy estudiante y me encanta aprender idiomas. Estudio inglés, francés y español. Tambien me gusta mucho leer, viajar con mis amigos y escuchar musica."

viernes, 13 de noviembre de 2009

Un mes y dos días

Te echo de menos, le digo al aire,

te busco, te pienso, te siento

diciendo que como tú no habrá nadie.

Y aquí te espero, con mi cajita de la vida,

cansada, a oscuras, con miedo

y este frío nadie me lo quita.

Tengo razones para buscarte,

tengo necesidad de verte, de oirte, de hablarte.

Tengo razones para esperarte

porque no creo que haya en el mundo nadie más a quien ame.

Tengo razones, razones de sobras

para pedirle al viento que vuelvas aunque sea como una sombra.

Tengo razones para no quererte olvidar

porque el trocito de felicidad

fuiste tú quien me lo dió a probar.

El aire huele a ti,

mi casa se cae porque no estás aquí,

mis sábanas, mi pelo, mi ropa te buscan a ti.

Mis pies son como de cartón que voy arrastrando por cada rincón,

mi cama se hace fría y gigante

y en ella me pierdo yo.

Mi casa se vuelve a caer,

mis flores se mueren de pena,

mis lágrimas son charquitos que caen a mis pies.

Te mando besos de agua pá que bañen tu cuerpo y tu alma,

te mando besos de agua pá que curen tus heridas,

te mando besos de agua de esos con los que tanto te reías.

martes, 10 de noviembre de 2009

El Aleph

Aquella mañana de sol claro y cierta nebulosa contaminada, salió decidido a tomar un CNG, y le pronunció el destino: Dhaka University, Rokeya Hall. Y, afortunadamente, entendió el precio pactado, en bangla. Una sonrisa superflua, aromática, desangelada se instaló en lo más breve de su alma.

El tráfico le dejó, de nuevo, en la memoria, la información correcta, como en un descuido de las palabras: se encontraba en Dhaka. El tiempo se congelaba y se descongelaba de acuerdo a la congestión del tráfico. Y, en uno de las parálisis temporales de un semáforo absurdo en sus luces, se dio cuenta de que un joven deseaba una fotografía.


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Y repetidamente, como un martilleo, algo le dijo al oído, burlonamente, que estaba en un CNG, que no podía escapar de allí, aquella espiral era la estrategia divisoria que lo memorizaba, y ya no pudo pensar en otra cosa que no fueran objetos de color verde.


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Pero de manera voluntaria, indecisa, tuvo la sensación de que aquello que lo rodeaba funcionaba como un Aleph. Tuvo la dolorosa sensación, la perpetua y extraña idea, de que allí se reunía todo el espacio y todo el tiempo simultaneamente. Se dio cuenta de que aquella imposibilidad ficcional allí era posible: en un milésima de segundo todo el espacio posible se encerraba en aquella ciudad, y se atomizaba, se expandía como dos polos del mismo signo, implotando hacia dentro de sus lágrimas. Y no había escapatoria recordada.

Fue entonces, quizás en el mismo momento en que Aureliano recordaba la vez que su padre le llevó a conocer el hielo, cuando miró, apenas sin ver, a su alrederor, y en cada esquina de aquel Aleph animalizado, sangrante y visceral, encontró objetos que le acercaban a una orientalidad escondida, tímida e introvertida. Y vio gente que vendía y gente que compraba...


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También vio detrás de las esquinas y de la vegetación tropical, extensas mezquitas entregadas a la oración quíntuple, coránica y lejana...


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Y sintió algo que no cuadraba en aquella realidad cartesiana: compró una sonrisa por 4 takas a una mujer que no podía acariciar con sus manos porque no tenía brazos...


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Aquella ilusión desapacible y medio óptica le causó una especie de sensación de estómago vacío, y tuvo ganas de comer un poco de mugur...


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Pero, así como José Arcadio sí que tuvo la suerte de encontrar a Melquíades, se dio cuenta de que el vendedor de aquel dulce crepitoso no había conocido el invento de la balanza con aguja que el gitano que cada año pasaba por Macondo había podido crear en alguno de sus delirios creativos e inverosímiles...


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Y como si de algo pactado se tratara, aquel vendedor apacible, al ver que le había hecho fotos, le indicó con una gesticulación amistosa y desinteresada, que le vendía un puñado. Entonces él le dijo que no, que no se preocupara, que no le apetecía. Entonces sintió el peso de la conciencia demasiado duro encima de él y decidió que igual sería preferible darle algo de dinero, por la molestia de la foto. Sacó los billetes de 2 takas y se los ofreció, pero el vendedor, como por arte de magia, sacó un paquete de papel de periódico con un puñado de mugur y no aceptó la propina. Eso sí, le dio su mejor rostro para una de sus mejores imágenes...


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Pero lo que no podría olvidar ya nunca más, y por esa obligación de memoria detestó el Aleph, fue a un espíritu de un ancestral pirata al que, según la leyenda oscura de los arrabales de los puertos sucios del barrio rojo holandés, una vez le dijeron que en la zona donde moría el río Buriganga, debajo de los adoquines de alguna acera olvidada, existía un mundo mejor, donde no existía la muerte ni la soledad, donde todo llevaba un nombre, y lo podías llamar en todos los idiomas de la misma manera, un mundo donde la gente se alimentaba de nubes y de luz. Y aquel pirata, agotando todas sus bitácoras, olvidándose de vivir, encerrado en su búsqueda, empezó a vivir a gatas, buscando el pedazo de adoquín que le diera la señal correcta de aquel universo paralelo. Pero, lo que no sabía era que aquel espacio irreal ya lo había descubierto el fantasma del capitán del galeón español que José Arcadio se encontró en su viaje en búsqueda del mar. Y aquel pirata, siglo tras siglo, gateando y gateando durante centurias, se olvidó ya para siempre de levantarse y sólo pudo andar ya con sus rodillas y sus codos. Y fue entonces, ante la imagen aquella que le enviaba el Aleph, cuando, innecesariamente, sintió miedo de la muerte...


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Esta entrada se la dedico a Rafique y a Razud, por sus amenas conversaciones en el despacho y por todo Dhaka. Igual este es el prólogo a otra entrada posterior... A ver si acertáis...

1º Microrrelato - Pat

¿¿Encontrarían la forma de estar juntos??. La vida les habíaa separado de forma algo cruel, sólo la paciencia y el amor les ayudaba a seguir, sólo la fe y la esperanza eran sus aliados. Pero al final todo llega y sus esfuerzos dieron sus frutos. Juntos ahora podrán vivir, aunque siempre quedará en su memoria este tiempo de incertidumbre y espera dolorosa. Así es la vida.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Puntos, comas y verbos

Cuando recuperó la memoria en su frasco de ámbar le retumbó el mar en los oídos, como una caracola olvidada en alguna isla del Caribe. Las amebas se retorcían en sus segundos, y trató, sin conseguirlo, de despegarse la cáscara de antigüedad que le había contagiado el tiempo. Las huellas digitales le informaban de que tal vez hubo un tiempo en el que los edificios eran blancos

White House

O tal vez despertó en una taberna, como Pushkin, rodeado por historias recuperadas a través del fragor de algún vaso de absenta o vodka caliente y cristalino...


Pushkin

Y allí, por encima de las nubes, en alguna habitación aérea, soñó que alguien, detrás del péndulo inquebrantable del tiempo, lo espiaba abrumado y con la espuma de los segundos llegándole a una orilla que nunca podía alcanzar a tocar, temiendo que la sal dulce borrara sus huellas...


Draw

Y como si emergiera del fondo de un océano todavía sin descubrir, supo, o más bien dedujo, que había alguien que lo soñaba, que había alguien que se atrevía a hacer aquello, a someterle a aquella trampa, en la que, ya sin solución posible, él soñaba a alguien que, esperando el autobús, estaba soñando con él que se soñaba en una parada de autobús... Y supo, aterrado, que muchas veces Borges tenía razón... Nunca más despertaría de aquella memoria de arena, que no hacía más que dar vueltas en aquel reloj de cristal...


Dreaming at bus stop

jueves, 5 de noviembre de 2009

Ángel fieramente humano

Toca, como cada semana, comentarios literarios: Dulce compañía de Laura Restrepo.

Antes de nada, decir que tal vez el acierto más importante de la novela haya sido rehuir del Realismo Mágico, estrategia que tal vez hubiera sido demasiado manida para narrar la historia del encuentro de un ángel en una de las barriadas pobres de Bogotá, Galilea (nombre bíblico, por supuesto). El tono y ritmo de la novela tratan de darle una realidad a dicho personaje que se encuentra muy lejos de toda inverosimilitud. Los trazos recomponen una figura que podría llegar a ser falsa, insertada mediante el poder de las palabras adecuadas, en la realidad colombiana: aspectos y elementos socioculturales como la pobreza, la violencia, la presencia militar y policial en las calles, la guerrilla (el ángel trata de escapar al monte, como los guerrilleros, porque no encuentra su lugar en el espacio urbano), las drogas (su adolescencia), la cárcel de La Picota (donde pasó una temporada y de la que consiguió salir no se sabe cómo), la religiosidad popular (toda la familia del ángel y todo el barrio), el pandillismo que recuerda tal vez a los sicarios (por la edad de los integrantes del M.A.F.A., que trata de acabar con la vida del ángel)... Todos estos elementos no hacen más que darle una realidad muy lejana a todo lo "inverosímil" de la Magia y lo colocan en un espacio compacto, tangible, concreto.

Tal vez, dos personajes que parecen estar cerca del Realismo Mágico son Las Muñís, Doña Chofa y Doña Rufa, dos hemanas que lo saben todo, no se sabe si de manera mágica o si es que son unas chismosas. Son en realidad las que le dan la clave a la protagonista, las que acaban por darle la pista última en su búsqueda y necesidad de darle un aspecto humano a aquella criatura celestial. Y es que aquel ángel tiene algo entrañable, que lo instala siempre entre lo real y lo eterno, algo que no deja indiferente a todos aquellos con los que se encuentra y tratan con él: una reportera que se enamora de él, una madre que trata de encontrarlo desde que fue arrebatado de sus brazos nada más nacer, un sacerdote que trata de matarlo por miedo y terror a que se descubra su "verdad", la doctora que lo trata como si fuera un paciente de psiquiatra, las mujeres que lo bañan y lo limpian como si fuera un objeto precioso y venerable. Si nos damos cuenta, todos estos personajes que son el eje sobre el que se traza la narración de la historia, son los que alejan a la figura del ángel de su realismo mágico, a través de su perspectiva humana le dotan de una verosimilitud hallada lejos de la frontera con lo ficcional.

Tal vez, aparte de la protagonista y del ángel, el personaje más relevante de la novela es Orlando, un niño pobre del barrio (no doy ninguna nota más sobre él por si os apetece leer la novela, dándoos además la intriga de quién será, jeejeje). Él funciona como lo que la teoría rusa llamaría "Coadyuvante", y es que desde su aparición en la novela hasta la última página de la misma, será el enlace entre ella y la realidad del ángel, el que colabore en la consecución de la Verdad, de la localización del punto "real" donde debe establecerse el lugar del ángel. Además, la nota que he omitido sobre él es la que tal vez, ayude en darle una realidad más concreta a éste.

Otra carectirística interesante de la novela es que la historia está contada en primera persona y además por una reportera, o sea, periodista. Ésto, si nos acercamos al espacio desde el que escribe Restrepo, es muy interesante, ya que liga dos aspectos, el primero es que como ya sabemos la autora fue periodista, con lo que unido a la primera persona discursiva, le da a la historia un matiz más verosímil (aunque a veces decidamos dudar de cosas que dicen los periodistas); el segundo es que funda el texto sobre la discursividad testimonial, es decir, es como si Laura Restrepo-reportera sin nombre en la novela hubiera recogido una serie de notas, relatos orales del barrio de Galilea, los cuadernos que Ara, la madre del ángel, ha ido escribiendo a mano y demás documentos referenciales para narrar esta historia, que, además, según mi punto de vista, tiene final abierto. Tal vez, la idea más significtiva de esto a lo que me estoy refiriendo es algo que la reportera dice sobre los cuadernos de Ara, y que me ayudan a enlazar con la idea que quiero poner más abajo, y que os cito a continuación:

"Me tiene prohibido publicar los cincuenta y tres cuadernos antes de la fecha de su muerte, con excepcón de los seis fragmentos que, después de mucho rogarle, pude incluir hoy entre estas notas."

Así, los cuadernos me parecen una de las ideas más interesantes de la novela: Ara los ha escrito por dictado telepático de su hijo el ángel. Los cuadernos manuscritos los escribe la madre pero las palabras no son de ella, son las del personaje que mantienen escondido y que es el centro real-inverosímil de la historia: ¿no recuerda esto a la literatura testimonial? Si recordamos a Rigoberta Menchú en su Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia tenemos que señalar que la obra en sí no fue escrita por ella, a pesar de su primera persona singular en el título, sino que la transcripción de sus palabras la realizó Elizabeth Burgos, dotando de una buena corrección de estilo al relato oral que Rigoberta dejaba grabado en los cassettes. Aunque las palabras sean de la indígena guatelmateca, el discurso escrito es de la compiladora, que es quien al final pone orden y corrige el discurso oral de la primera, de forma que la autoridad de la obra se difumina. En el caso de Dulce compañía podemos dilucidar la misma estrategia: el ángel "dicta" a su madre una serie de palabras y esta las pasa al papel convertida en una especie de "escritora autómata"; pero aquí no se cierra el círculo, porque después de Ara la reportera protagonista-Restrepo cita algunos trozos de estos cuadernos, con lo que podríamos hablar, de una manera figurada, de una triple autoría.

En cuanto a las citas que me gustaría poner, he de deciros que escribiría la novela entera, y aquí es imposible. Me ha resultado muy difícil la selección por la cercanía y simplicidad del texto, por la gran cantidad de sensaciones que genera cada palabra del mismo y porque el ritmo de la historia nunca se detiene.

Así, la primera es de un momento en el que el ángel ha sufrido algo parecido a un ataque de epilepsia y lo llevan a un hospital para hacerle un chequeo, y recibe un visita de la periodista. Dejamos aparte las posibles referencias a un erotismo cutáneo y metafórico:

"Regresé al lado de su cama, y le humedecí los labios con el suero. Él se incorporó un poo, para tomar un par de sorbos. Me miró y en el fondo de sus ojos vi un asomo de reconocimiento, que se apagó enseguida. Se volvió a desplomar sobre la espalda, y yo le fui untando la crema muy despacio, muy profundo, empezando por los pies, por la marca reciente del tobillo, como si ésta indicara el punto de partida en el mapa secreto de su cuerpo. Puse todo mi amor y mi empeño en la tarea, como queriendo desprender de su pie la costra de soledad."

La segunda cita es de más tarde, cuando la protagonista ha quedado con su amiga Ofelia, la directora del hospital donde han ingresado al ángel, para hablar sobre los resultados de las pruebas. Aquí vemos cómo el personaje central es descarnado absolutamente de sus elementos "inverosiímiles" y se carga de elementos reales, que lo acercan más a una verosimilitud narrativa y ficcional.

"Llegó a las 8 en punto, con un pan francés y un termo de consomé de pollo, asegurando que me caería bien. Prendió el televisor, porque no se perdía Aroma de mujer, la telenovela de esa hora, y tuve que esperar a que acabara de verla para empezar a preguntarle.
- Ahora sí, dime qué es lo que tiene.
- Imposible saber. Anda perdido en alguna parte entre el retraso mental, el autismo y la esquizofrenia. Pero muy, muy perdido.
- ¿Pero cómo vas a decir que está perdido un ser que produce semejantes escritos? Es que tú sólo has leido apartes de los cuadernos, pero si te tomaras el trabajo de...
- Un momento, un momento. Así nos vamos montando en una lógica disparatada y después no hay quién nos baje. Empecemos con que los cuadernos no los escribe el ángel, los escribe Ara. Si quieres hablar de los cuadernos, hablemos de Ara. Ésa sí que atina al cuadro esquizofrénico completo, oye voces y todo.
- Mejor no sigamos hablando, porque no llegamos a ninguna parte. Si quieres entender algo de esto, tienes que olvidarte de tu lógica, porque no nos sirve.
Caímos en un silencio incómodo y hasta hostil. Después de un lapso prudente, Ofelia buscó ablandar la situación preguntándome por qué yo me tomaba el asunto tan a pecho.
- Pues sucede que estoy enamorada de ese retrasado, autista y esquizofrénico -le dije de mala manera.
- Muy propio de ti. He debido imaginármelo. Espera -dijo cortada-, voy a echarle un chorrito de jerez a este consomé.
Nos quedamos calladas otro rato. Después ella dijo:
- Vamos a ver, empeceos por el principio. Por ese pasado que estás tratando de recomponer.
Yo no quería hablar más. De pronto todo el cuento me parecía espantosamente absurdo, y me sentía avergonzada y arrepentida de haberle contado a Ofelia la verdad. Menos mal no le había confesado que además había hecho el amor con él. Mínimo se desmaya."

La tercera cita es del momento en el que la reportera protagonista se conciencia de la pérdida del ángel. Sus palabras conmueven: a partir de entonces hay un giro, un cambio, una transformación. El presente configura entonces el pasado, y el futuro ya no existe. La despedida es el reflejo de un punto de inflexión, como en toda relación que se rompe:

"Un viento mojado que vino de los eucaliptos me trajo una plácida sensación de paz y me sopló al oído un mensaje conciso: Él está fuera de tu alcance, y ya no es urgente que lo quieras, ni que te quiera.
Yo entendí y asentí. Lo importante no era tenerlo cerca sino dejarlo libre para que se salvara, para que sobreviviera. Que pudiera cumplir con el propósito tras el cual había venido, cualquiera que fuera y por indescifrable que resultara para mí. Supe, sin dolor, que hoy era el día del adiós."

La última cita supone una especie de frase universal, y que muchas veces hemos escuchado: a menud no sabemos lo que tenemos al lado hasta que lo hemos perdido. La realidad de la novela es que la acabas de leer sin saber si el ángel es un humano que ha sido sublimado hasta alcanzar el grado de ángel por la religiosidad popular o si realmente es un ángel. En mi opinión, después de haber leído la novela, la primera opción cae por su propio peso, aunque a todo lector le gustaría que fuera la segunda.

"No acabo de agradecerle a las gentes de Galilea, que me hicieron ver lo que mis ojos por sí solos no hubieran visto. No es fácil reconocer a un ángel, y sin ayuda me hubiera sucedido lo que a muchos, que lo tuvieron cerca y no se dieron cuenta."

martes, 3 de noviembre de 2009

¿Por qué?







Momento de detenerme y reflexionar

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Ella.


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lunes, 2 de noviembre de 2009

El cuenta-cuentos del semáforo

Hace unos días que me estoy llevando la cámara a la Universidad porque quiero hacer alguna foto a un personaje que, quiera que no, bien por su aspecto, bien por su "función" literaria en esta ciudad, forma ya parte de los recuerdos más interesantes de mi vida. Se trata de un hombre que se pone a pedir limosna en el semáforo de la rotonda que hay a la salida del campus universitario. Es un hombre de mediana edad, con barba de profeta mahometano, con birrete blanco y panjabi del mismo color, abotonado hasta la nuez de la garganta. Lo curioso y principalmente metafórico de este hombre es que, cuando llovía no abría el paraguas e iba descalzo, y cuando el sol caía de canto con toda su esfera fulgurosa, el tipo abría el paraguas (o sea que era sombrilla) y se calzaba sus sandalias con la suela despegada, seguramente para no quemarse los pies con el fragor del asfalto.


Pero lo que no he podido olvidar de ese hombre es su imaginación. Sí, amigos, era la biblioteca de Alejandría de Borges, el Aleph habitaba entre su barba y los botones de su panjabi. Su sonrisa era algo que me daba la información correcta, para que ya nunca me equivocara: el gato de Alicia se había postrado en su rostro. La verdadera cualidad de este personaje borgiano-marqueciano era, y sin fisuras, su espantosa facilidad de inventarse falsedades, de inventarse historias convincentes para llegarte al alma y al bolsillo, ya que era inevitable no darle algo de limosna.


La primera vez que lo ví estaba hablando con el pasajero de un coche que había a la derecha de mi CNG. Le decía muchas cosas pero, parece, no le decía nada. El conductor de mi taxi lo escuchaba y se reía a sus espaldas. Se giró y al otro lado de la reja que me separaba de él me dijo "That man is crazy. Every day is telling stories. Lies". Yo estuve apunto de decirle que por qué decía aquello, porque no contaba mentiras, contaba muchas verdades, tan inverosímiles como creíbles, pero reales. Pero permanecí callado porque tal vez no entendería mi razonamiento literario. Lo cierto es que, fuera como fuera, aquel tipo en aquella tarde de lunes, empezó a formar parte de mi vida, y de la ultima vanguardia de la "literatura callejera". Me quedé prendado de aquel hombre que hacía efectiva aquella transmisión oral de la edad media de las leyendas y cantares populares. Suponía la representación real y tangible de la literatura bucal, de cuerda vocal, de voz hablada, a través del soporte ingrávido del canal aéreo.


Recuerdo perfectamente dos días en concreto. El primero se acercó a mi CNG y con su sonrisa vacía y hueca, se me puso a hablar a través de su silencio pues me hablaba en bangla, moviendo las manos y gesticulando enfervorecidamente, señalando el panjabi, el reloj en su muñeca izquierda y su birrete, que llevaba aquel día al revés porque las costuras estaban hacia fuera. El conductor del CNG lo miraba incrédulo. Él sí que entendía bangla y sabía lo que decía. Al final, dado mi pasotismo al no escuchar su historia, haciendo oídos sordos, el tipo se fue. Le pregunté al chofer que decía y me dijo que me pedía dinero porque necesitaba cambiarse la ropa porque aquella noche tenía una cena con una tal Margaret Tatcher y además, según me decía, el armario se le había quedado pequeño y la ropa no le cabía. Es decir, una paradoja hiperbolizada.


Pero el día grande fue una semana más tarde de aquel cuento. Yo iba con Rafique en un CNG, hablando sobre la literatura lúdica de Cortázar, cuando apareció de nuevo el tipo, instalando su voz entre el diálogo que teníamos mi compañero y yo, hasta que le dijo que se fuera. Entonces, se calló de golpe, y desapareció. Rafique frunció el ceño, y como yo ya conocía al historiador, le pregunté qué cosa había narrado: necesitaba dinero porque quería casar a su hija, pero no con una boda normal, quería casarla en pleno edificio del Parlamento de Bangladesh, y que necesitaba una "limosnilla" para las flores del suelo. Aquel día ya era de noche y llovía. Tal vez el agua del monzón le había dado la idea de los pétalos.


Sea como sea, y aunque trato de intentar hacerle una foto, hace unos días que la literatura del semáforo se ha callado. Lo cual me causa una especie de agonía o preocupación obscena, porque me da por pensar que aquí, cuando una persona desaparece de su semáforo, puede ser por varias razones: o bien se ha cambiado de "puesto trabajo" (o sea de luz urbana), o la policía le ha detenido (en este caso se llevó al cuartelillo a toda una biblioteca con piernas), o bien cayó enfermo y tuvo que ir a cantar sus juglarías a alguna habitación oscura de algún hospital o, duramente e inevitablemente, puede habérselo llevado la muerte con sus reinos antiguos y su presencia social y eterna.


Así, amigos, no he podido hacerle ninguna fotogarafía. Tal vez porque el azar o el sino de su destino es no salir retratado para permanecer en el anonimato, como tantas obras que se han escrito y publicado bajo el nombre del único autor que nunca muere, el tal Anónimo. El día que él muera, morirá en nosotros un verso, un misticismo que rehúye de la tangibilidad de la palabra para no darse a conocer. Al fin y al cabo, Gabo empezó su andadura literaria con "La tercera resignación": ¿Debemos morirnos tres veces para conocer todo lo ambiguo, lo desconocido, lo inmaterial e improductivo de la sensación que producen todas aquellas palabras que se quedan aplacadas en el silencio?

sábado, 31 de octubre de 2009

"Concurso" de microrrelatos. La memoria olvidada de Monterroso

Hace unos días que llevo pensando en hacer una especie de experimento. Alguna conversación con mi compañero de la Universidad, mis propias lecturas, el recuerdo de algún concurso radiofónico de microrrelatos y la memoria escondida que me acerca a Augusto Monterroso me han ayudado a terminar de cuajar la idea, que ahora, mientras me hacía un café con leche he decidido llevar a cabo, hacerla tangible y mostrarla en mi blog.


No sé si sabréis que actualmente en el aspecto puramente literario, Monterroso tiene el honor de ser, seguramente (y si no es así me gustaría que alguien me rectificara), el escritor con el cuento más corto del mundo. Es este:


Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.


Así, apoyándome en todo lo que he dicho antes y en la idea de escribir una historia en un espacio mínimo de palabras, os propongo a todos aquellos que quieran participar en este proyecto hacer una especie de generación textual comunitaria. Aquí os voy a dejar un microcuento con la idea que con la última frase o palabra (lo que elijáis) escribáis, con un tope de 85 palabras un microcuento que dé comienzo con el final del mío y lo pongáis en los comentarios. Dado que hoy es Domingo, he pensado que sería buena idea hacerlo de Domingo a Domingo, y éste día colgar el microrrelato que más me haya gustado, de forma que con la última frase o palabra de éste se abrirá la gestación del siguiente con la misma base que el anterior (85 palabras como tope, cerrando la entrega del mismo el Domingo siguiente de esa semana). En el caso de que no haya microrrelato alguno en los comentarios, seguiré yo la cadena o cancelaré el proyecto. Espero que hayáis entendido la idea, si no es así, preguntadme dudas que tengáis y trataré de resolverlas. Espero con ansiedad de lector vuestros microrrelatos. Aquí os dejo el primero, de un servidor:


El rayo escaso de sol que atravesaba invasor su ojo izquierdo le informó de que ya era de día. Sin café, huyó de allí con miedo y la urgencia de alguien que debe olvidar la amnesia que lo atenaza. Sin lugar, sin reloj, sin ropa, sin la nada siquiera, supo que había escapado de su pasado. Sintió el peso de la libertad y no supo qué hacer con ella. Los milicos seguramente ya no lo encontrarían.

Támesis, el pueblo donde todo puede ocurrir y ocurre

Hoy, de nuevo, literatura: Mi hermano el alcalde, de Fernando Vallejo.



La novela se traza a través de la ironía y la crítica de aboslutamente todo lo que puede ser criticado, desde, por supuesto, el discurso político. El humor aquí deborda a la palabra y su soporte reconvierte el texto en algo que queda fuera de la literatura, con el trabajo hilarante que supone la inducción a la risa más mordaz.



Vallejo ejecuta a un personaje que llega a ser alcalde de un pueblo de Antioquía llamado "Támesis, como el río de Londres. Sí, como el río, pero en bonito. El río, si les digo la verdad y bien que lo conozco, se me hace triste y monótono, fatigado, sin ganas de vivir, como si arrastrara por la inercia de las edades sus cansadas aguas. El pueblo, en cambio, es alegre y parrandero." Carlos, el decidido hermano del escritor, decide que quiere ser alcade en un ataque de dengue, como si fuera empujado por una especie de ensoñación cercana a la locura. Así, Támesis, y en concreto su alcaldía, es el lugar irreal pero tangible donde todo lo inverosímil puede ocurrir próximo al Realismo mágico, como es el caso de los loros, que surcan sus aires azules, como flechas verdes, y que son los que dicen verdades universales, esas verdades que nadie se atreve a decir y que muchas veces quedan almacenadas en el silencio, y esos pajaritos, incluso son capaces de insultar a uno de los guerrilleros más violentos y absurdos, Tirofijo, ayudados por el eco:


"Que se joda que aquí vienen los loros verdes en bandada. Vienen de Los Llanos, de decirle a Tirofijo dos verdades:
- ¡Tirofijo hijueputa!
Y el eco:
- Puta, puta, puta...- va repitiendo como un demente el eco."


Pero, la sátira y la crítica saltan también fuera del pueblecito, abarcando, como ya hizo Vallejo en otras de sus novelas, a todo el país, siempre desde el plano político. Las más mordaces de la ironías se representan en una de las materias primas principales de Colombia, el café, ¿o es la cocaína? El caso es que ambas se exportan al extranjero, a veces en avión:


"Y lavado el café que nos da Midiosito, se seca en los llamados silos y sale convertido en pepas de oro. Ésas son las que tuestan las tostadoras y que una vez tostadas se muelen para que, en agua hirviendo y humeante pocillo o taza con la banderita amarillo, azul y rojo de Colombia se lo tome usted en los aviones de Air France, y volando, volando y soñando despierto pierda el sueño. Al aterrizar en el aeropuerto Charles de Gaulle nos empelotan los de inmigración a ver si traemos, enchufado en el salvohonor o 'culo', cuando menos un kilo de cocaína. ¡Qué cocaína vamos a traer, si en Colombia lo que producimos es café!


Además, La Cascada (a la que los vecinos del pueblo cambiaron la s y la c por una g y se empezó a llamar La Cagada) es la casa donde, antes de ser elegido alcalde de Támesis, Carlos invitaba a todos los vecinos a fiestas donde la gente destrozaba con la borrachera todo aquello que se encontraba delante, como reflejo literario del país entero, y no sólo eso, si no que el nombre de la casa familiar se convirtió en una parte del lema del discurso pre-electoral de la campaña hacia el ayuntamiento, ya que el futuro alcalde pretendía llevar a cabo un supermegaproyecto de una central hidroeléctrica que suministrara luz a practicamente todo el cono Sur del continente americano. Esta idea no es más que otro reflejo del sujeto colombiano-tamesino representado por Vallejo a través de su prosa agrietada y alocada: en el pueblo el optimismo del tamesino de a pie le conducía a buscar una felicidad eterna, una felicidad inexistente e imposible, en una sociedad desbocada y entregada a una simpleza y pobreza infinitas. Támesis, desde este plano, es el reflejo de la búsqueda de Colombia de aquellas ilusiones que no se encuentran más que en la fantasía de aquellas ensoñaciones que en muy contadas ocasiones se hacen realidad.


Además, Támesis también se permite reírse de los designios del Señor Todopoderoso. Sin comentarios:


"La iglesia de Támesis fue construida con una sola torre, que es como la conoció mi padre. Un día el Señor con un temblor se la tumbó, y el párroco de entonces, el padre Vélez, hombre previsor, le construyó dos:
- Si los designios del Altísimo para la próxima son tumbarnos una torre, ahí nos queda la otra.


Como está ahora, con dos torres, se puede ver en el sitio que abrió Carlos en Internet: doble u, doble u, doble u, punto, paraíso, punto, támesis, punto, com. No necesita marcar más. Incluso si quita las doble u, no importa. Pero no le vaya a quitar los puntos ni el paraíso. "


En la historia que recorre el lector desde la primera a la última palabra de la novela se percibe un cierto sabor agridulce a olvido, a pérdida de algo cercano al paraíso, a nostalgia de algo que nunca se ha vivido pero que tal vez no haya ni siquiera alcanzado la forma de una posible utopía. La batalla de los tamesinos en su búsqueda de algo que han perdido y que saben que nunca van a alcazar hallar, crea esa especie de risa floja que sentimos cuando nos damos cuenta de que hay ciertas cosas que no salen de su imposibilidad y que, para huir del dolor de ser conscientes de ello y de no poder reconocer esa imposibilidad, hace que caigamos en la risa y burla autoejecutada desde nosotros mismos, hacia dentro, como una especie de implosión, destruyéndonos a nosotros mismos con nuestro sentimiento de culpa. Reírnos de nuestra incapacidad de alcanzar nuestra felicidad absoluta a través de los tamesinos.


La devastadora fuerza que corroe con la ironía se manifiesta en los diez mandamientos (que en realidad se reducen a 4) que se reparten en la novela y además, tal vez, y en muchas ocasiones, las verdades a través de la crudeza y la violencia de la ironía son más dolorosas que dichas directamente. Así, acabo esta entrada con estos cuatro mandamientos (que hay que cumplir para ser un buen tamesino) y una cita donde la verdadera realidad colombiana se duele con una verdad absoluta, disfrazada de tragicomedia. Espero vuestros comentarios opinando y diciendo qué os ha parecido esta entrada. Un abrazo!!!


Primer Mandamiento: "Piche, amigo, mientras pueda y se le pare que vida no hay sino una sola y lo que no se coma usted después se lo comerán los gusanos: los gusanos de la Muerte que se le tragarán todos los resaltos y orificios, las ilusiones y las ambiciones."


Segundo Mandamiento: "No le des güevon, de comer a la chusma para que te adulen y te elijan: que coman mierda y voten por su puta madre."


Tercer Mandamiento: "El que se haga elegir para el bien del prójimo y no para el propio es un güevón."


"Además, y sopéselo usted que es imparcial, extranjero, ¿no hay que pagar pues en Colombia un impuesto de valoración cada vez que le echan una capa de asfalto a una calle cerca a la casa de uno o tapan un hueco? La Batea, que está en una curva a la orilla de la carretera, lo pagó. Y no se valorizó. Y La Cascada lo pagó. Y tampoco. Y si ambas fincas con el tiempo resultaron valiendo más en pesos, fue porque se devaluó el peso. Allá llaman "valorización" a la devaluación. Las yucas que se compraban con lo que valía La Cascada antes de la devaluación son las mismas yucas que hoy se compran con lo que vale La Cascada después de la devaluación. En yucas La Cascada hoy no vale una yuca más por la asfaltada de una carretera. Ni en bolígrafos, ni en condones, ni en cocos. Y al que se siente sin trabajar a rascarse las pelotas a ver si se le valorizan, ahí va el impuesto de las pelotas. ¡Qué se van a valorizar! Nada en Colombia se valoriza. Todo se desvaloriza, empezando por la vida humana. Para pagar el impuesto de valorización de La Cascada tuvimos que vender el jeep nuevo. El viejo ya se lo habían robado a papi a punta de pistola: se le reventó la úlcera que le había resultado de hacer tanta fuerza por tanto impuesto y desangrado murió en el hospital. Senadores y representantes de la Cámara del Honorable Congreso de Colombia: con el debido respeto les propongo, señorías, que al impuesto de valorización le cambien el nombre por el de impuesto de devaluación. Cuarto mandamiento: No te hagas elegir si no vas a robar, pendejo. Y que el pueblo trague polvo y mierda."

jueves, 29 de octubre de 2009

Palabras deslenguadas

Ahora, en este exiguo y breve instante, puedo decir que sucede que ya no me canso de ser hombre. Entre estas idas y venidas, nombres, números y calles, mis alumnos se asombran de que podamos comer pulpo. Me piden folletos turísticos: Córdoba, Granada, Valencia, Museos, la paella, Andalucía, Bilbao, mezquitas, mapas, Lori Meyers... Todo augura que ni estoy aquí ni estoy allí. El tiempo se ha acumulado todavía más y la diferencia ahora es de seis horas: siempre me ha parecido inaudita la capacidad que hay aquí de conocer el futuro por adelantado, sé, de todos modos, lo que va a ocurrir seis horas antes de que ocurra en España. Y la verdad es que aquí el reloj se desajusta, se corrompe con la espesura de la ciudad, se olvida de funcionar, y los segundos se agolpan, hasta que viene alguien y empuja para que comiencen a moverse y la aguja refunde su ti-tac.
Las palabras las he dejado en mi lengua, para dejarlas libres cuando estornudo. Hablo con los CNGs y me saludan los pájaros de barro. Las cifras en los precios bajan, debe ser por la inflación de fuera, o por la inflamación de los extranjerismos. La soledad ya no es la misma, se repite de vez en cuando, pero siempre hay algo que la aleja. Ahora sé mirar a través de las celosías, y veo a los tullidos, a los deformados en los semáforos, arrastrándose para adelantarse al tiempo, y sonríen cuando descubren el suave tacto de las 2 takas en sus manos. Ahora también sé que con dos papeles de ese tipo pueden saborear el melancólico, oriental y tropical sabor de un té manchado con algo de leche consensada. No hace falta azúcar. Ahorro pasos cuando un rikcshaw me invita a llevarme. Volver por la noche a casa sabiendo que las farolas de luz enrojecida por el calor de los mosquitos ya no se van a aagar. Y las estrellas bajan a dar fuego a los ínfimos candiles de gas oscuro y azul de las vidas ambulantes que venden cigarrillos sueltos, plátanos o mecheros medio vacíos de gas en sus cajas de madera sucia con dos ruedas medio desinfladas.
A veces creo que no queda nada. Que el calendario está mejor encima de la nevera. Al lado de tu foto. Sí, porque despertarme por la noche es buscarte en los ruidos de la calle o en los sonidos que produce la madera de los marcos de las puertas cuando vuelve a su estado normal, después
de
la dilatación que ha sufrido durante
el día... Y a través
de las rejas de la ventana la voz de alguien que recita
el corán desde la altura de un altavoz
me dice
me nombra
sabe que, diga lo que diga, y suelte lo que suelte,
mis palabras se hacen verso. Y es ahí cuando el lenguaje
me trae infinitas veces tu piel, tu sentido, tu semántica lejana
y descubro el significado de muchas palabras, muchas de ellas
todavía sin lengua.
Por lo menos ya no llueve...
Sucedía, sí, sucedía que me cansaba de ser hombre.
Ahora ya sólo espero que el pasado se haga futuro
y no quedarme en el presente.
Ahora ya sé que sucedía.
Ah, y, de nuevo, allá en el lago, alguien me sigue observando.


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jueves, 22 de octubre de 2009

Moleskine 4

22-10-2009 13:25 (Despacho de la Universidad) Ahora que ya llevo tres meses viviendo aquí puedo decir que esta ciudad es como Babel, una ciudad que más que múltiples lenguas está atravesada por multitud de historias, está narrada por las diferencias que nos unen a todos los que vivimos en ella, por un motivo o por otro; pero hay algo extraño y tal vez desconocido que nos conecta.
Desde hace aproximadamente dos semanas estoy teniendo la fortuna de encontrarme con gente nueva, sobretodo en Gulshan, que es donde todos los extranjeros nos entregamos a la initimidad de unos hogares más o menos confortables. He podido conocer entre otros personajes (que, no sé si es por que mi mente cada vez está más narrativizada, pero son personas muy cercanas a la literatura) a un estadounidense que estuvo viviendo 10 años en El Salvador y que trabaja en el Banco Mundial, una chica taiwanesa que, cuando apenas tenía cuatro años, fue adoptada por una estadounidense, y que trabaja en la embajada de Estados Unidos, otra chica nacida en Italia pero de madre belga y padre español y que trabaja en la Comisión Europea junto a un chico nacido en el Congo y que se fue a vivir a Bruselas cuando era un niño, o una japonesa que trabaja en un banco asiático y su sueño es trasladarse a trabajar a América Latina. Y paro de contar poque no podría detenerme nunca de mostraros aquí historias de seres humanos cuyas raíces permanecen en sus cuerpos, porque en ellos siempre estará esa señal o marca de identidad que les enlaza con sus orígenes. Los extranjeros hemos aterrizado aquí por cuatro razones, todas relacionadas con el campo laboral: embajadas, ONGs, Banco Mundial o somos profesores.
Aún así, en esta Babel inmesa y amenazante, todos a los que he poddo conocer hablan mi lengua materna o quieren aprenderla o reforzar los conocimientos que ya poseen de ella. Muchos de los tabajadores de ONGs tuvieron la afortunada dicha de ser destinados a Latinoamerica, anteriormente a que sus vidas laborales los trajeran a Bangladesh. Allí, en su gran mayoría, se pudieron enamorar del exotismo tropical de las mujeres latinas, casándose con ellas, y trayéndolas aquí con ellos y toda comitiva de generaciones futuras. Así, lo latino aquí cobra un significado más que tropical, ya que, por lo poco que he visto, es la tercera lengua hablada en Dhaka, y eso me causa una fascinación tal que, el otro día, en una fiesta de boda de una pareja de españoles, me llegué a imaginar que aquello no era real, que era producto de alguna de mis ensoñaciones que tengo mientras estoy despierto, ya que me di cuenta de que, en toda la noche podía estar hablando castellano o español con más de la mitad de los invitados (llegarían a haber entre 80 y 120, tal vez más): me encontraba en una terraza de un edificio de 5 plantas en plena capital de Bangladesh, hablando mi lengua materna (la misma que tengo la suerte de enseñar y transmitir a mis alumnos de la Universidad), rodeado por una noche tropical, mientras el DJ, al que el calor sofocante de la madrugada había contagiado una especie de sopor y se había visto dominado por el dulce sopor del sueño, dejaba sonar a través de los 5 altavoces repartidos por toda la terraza canciones de Manu Chao, Julieta Venegas, algún bolero o alguna orientalidad de Shakira.
Pero, sin embargo, también hay algo que me atraviesa a mí y no lo hace con ellos, y por tanto, me hace, tal vez, distinto dentro de nuestro matiz de expatriados. Yo tengo la suerte de trabajar en la Universidad, y no lo digo en cuanto al tipo de puesto de trabajo que es, sino lo digo porque ésta se encuentra en el otro extremo de la ciudad, en el lado opuesto a Gulshan, Baridhara o Banani, las tres zonas donde viven y trabajan los extranjeros. Esta tesitura me "obliga" a tener que desplazarme en CNG, de forma que, durante ese espacio de tiempo en el que me escondo en esta burbuja verde con ruedas, me siento distinto a los demás extranjeros, porque me inmiscuyo en la voracidad de esta sociedad sublime en la que la gente tropical y oscura, con gotas de sudor como rocío en toda la piel, me saludan, sonriendo, diciéndome "Hello, boss", y no con su mágico y luminoso "As-sa-lam wa-lai-kum". Y cada vez que entro en clase me siento más afortunado porque, quiera que no, soy como un mestizo, mi aspecto es extranjero, pero mi alma es ya un poquito bengalí, y mis alumnos van conmigo casi a todas partes, porque son ellos los que me han implantado esa parte de Bangladesh que apenas se ve en Gulshan y en los expatriados, que son las sonrisas que me pueblan por dentro.
Muchas veces, ya no tanto, me he preguntado qué hago aquí, a qué he venido, y el sonido leve del muhaidin en la mezquita, simultáneamente en las demás de la ciudad, me informan con aspectos coránicos que debo dejarme soñar este sueño bengalí en el que me encuentro aletargado. Es aquí donde debo estar. Es aquí donde debo soñar despierto.
Mientras tanto, por así decirlo, el sol expulsa todo el oro que le sobra para que la noche se culmine sobre el lago.


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jueves, 15 de octubre de 2009

Aquella guerrilla que no pudo entrar en la ciudad

Hoy toca de nuevo literatura, nuevamente, colombiana. Os voy a hablar sobre la novela Historia de un entusiasmo, de Laura Restrepo.

Primero explicaros que la obra se llamó en un principio Historia de una traición, y que ese título correspondía al mensaje que recorre toda la novela, que es el intento de negociación entre las guerrillas colombianas y el gobierno del recién electo Belisario Betancur, allá por los años 80, y el cambio en la promesa de paz que éste hizo y el giro radical que tomó al final de tal diálogo, rompiendo tal promesa y tratando de asesinar a uno de los guerrilleros del llamado M-19, una de las guerrillas colombianas. Sin embargo, Laura Restrepo, que participó en propia persona en dicha negociación de paz, decidió cambiarle el título porque en realidad, hubo algún momento en tal diálogo en el que se llegó a pensar en una posibilidad, casi cercana, de paz, y eso creó una especie de entusiasmo en una sociedad que continuamente veía enterrar a sus muertos.

La novela se centra fundamentalmente en las dos guerrillas más importantes de dicho momento, las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército Popular) y el M-19 (Movimiento 19 de Abril). La escritora, junto con Bernardo Ramírez, un ministro, fue miembro de la Comisión de Paz creada por el gobierno como enlace entre éste y los guerrilleros, jugándose en algún momento hasta su propia vida, estando en el centro de una batalla campal entre un batallón del M-19 y el Ejército, que trataba de sitiar el campamento, con bombas de mortero y bombardeos aéreos. La novela, por tanto, se ejecuta a partir de un modelo testimonial, a través de alguna anotación en servilletas, libretas y algún billete de avión que ella misma iba reuniendo para poder escribir finalmente dicha novela. El problema de toda obra de carácter testimonial es que nunca sabemos quién es el autor: sí, está claro que la que montó finalmente la historia fue Restrepo, pero a partir de palabras y hechos de otras personas, a partir de grabaciones, de transcripciones de diálogos, de notas de prensa, de anotaciones en el margen de algún libro. Esas palabras son las que el lector lee, y muchas veces no son de la autora.

Por otra parte, la literatura, y fundamentalmente el género narrativo, se fundamenta en la realidad, o más correcto sería decir que a través de ella se traza un ficcionalización de unos personajes que no existen, que no son reales, pero que se narran en algún lugar de una realidad que les presta su soporte. En el caso de la Historia de un entusiasmo, en mi opinión, ocurre al contrario (y eso también tiene que ver con la narrativa testimonial): unos personajes reales, con nombre y apellido real, son literaturizados y ficcionalizados para desarrollarse en una historia que se narra a sí misma a través de la memoria literaria de Laura Restrepo, que ejecuta sus estrategias narrativas para formular una historia (narrativa) de la Historia colombiana, en un marco temporal real y tangible, pero además, con un ritmo narrativo que en vez de ser pesado, engancha en una lectura amena y más que entretenida. En cuanto al espacio, lógicamente, la historia se desarrolla en la geografía colombiana, y esta idea me parece muy interesante porque a lo largo de la novela podemos establecer el mapa de Colombia, algo que he descubierto en las pocas novelas colombianas que me he leido estas últimas semanas.

La Historia de la negociación de las guerrillas colombianas y el gobierno colombiano tuvo, en mi opinión después de leer la novela, un momento cumbre, que fue la firma de la tregua (que no significó un alto al fuego). Los guerrilleros exigían al gobierno una serie de reformas para el pueblo (más ayudas rurales, subida generalizada de sueldos, más participación de grupos minoritarios en el plano político...) a cambio de un alto al fuego (no una entrega de las armas) por parte de la guerrilla. El gobierno, aunque no consiguió el desarme de la guerrilla, sí que aceptó dichas reformas a cambio del silencio de las armas. Pero esas reformas nunca llegarían, y una parte de dicho tratado de tregua se desmoronó, porque la guerrilla, en cierto modo, se institucionalizó políticamente, poniendo fin a los disparos, aunque fuera en dicha tregua, ya que, además, según dicho tratado, la guerrilla dejaba de ser del todo ilegal, siendo amnistiada por dicho documento, firmado por ambas partes. Así, esta tregua fue utilizada por los guerrilleros para tratar de hacer llegar, de una forma constitucional, sus ideas, en un principio, en el espacio rural, y finalmente, intentando llegar a las principales ciudades colombianas. Fue en este momento cuando el gobierno de Betancur decidió romper la tregua y por tanto el pre-acuerdo de paz cercando a la guerilla con las fuerzas armadas, en un giro por parte del presidente que nunca se entendería, y es que, realmente, el poder corrompe, y aunque seas un presidente democrático, finalmente dejas de lado la sociedad que te ha votado confiando en tí y olvidando algunos de tus principios. Así de dura es la realidad. Porque a través de todo este proceso se originó una rueda que nunca dejó de rodar: por una parte el gobierno que trató de negociar la paz con las guerrillas prometiendo reformas sociales, por otra parte los grupos guerrilleros, que aceptaron un alto al fuego esperando a que se llevaran a cabo dichas reformas, y por otra parte el Ejército (muchas veces movido por el mismo Belisario, si no siempre), que trataba de hacer desaparecer a la guerrilla mediante combates militares. A través de ese trazado, parece que se intenta representar a las guerrillas como héroes de la paz, y muchas veces no fue así, porque en muchas ocasiones, para poder funcionar económicamente, ejercían secuestros, que muchas veces acababan en asesinatos a bocajarro y desapariciones. Pero, también hubo otro problema añadido a las guerrillas, que debían muchas veces salir a la luz pública para desmentir asesinatos y secuestros que ellas no habían llevado a cabo: en muchas ocasiones grupos de delincuentes comunes y grupos mínimos de guerrillas secuestraban a grandes personalidades a cambio de un rescate, haciéndose pasar por las guerrillas que estaban negociando con el gobierno. Así pues, una rueda que nunca dejaría de rodar, atropellando finalmente las pocas esperanzas que hubo en el país de una paz duradera, en un proceso que tuvo a la prensa como un eje que trataba de dar un espacio a cada una de las dos partes, siendo muchas veces odiada por el gobierno por las verdades que ésta sacaba a la luz.

Para terminar mi pequeña crítica de la novela os copio dos citas. La primera es cuando el M-19, ya en el espacio de la pseudolegalidad, trata de realizar un Congreso o encuentro entre todos sus partidarios con el fin de desarrollar, en cierta medida, un discurso cercano a la política. Al acto, que iba a tener lugar en plena selva en un sitio llamado Los Robles, en uno de sus campamentos, estaban invitadas todas las personas que quisieran participar en dicho encuentro, y entre las que se encontraban grandes personalidades de la sociedad colombiana. Un día antes de la fecha programada para el encuentro (que iba a durar tres días) el gobierno decide proclamarlo ilegal, sacando a todas las tropas a las carreteras que daban acceso al campamento, haciendo imposible el acceso al lugar. A pesar de dicha prohibición, hubo personas que pudieron llegar a él, entre las que se encontraba Restrepo. Al final de los tres días que duró el Congreso, la sociedad colombiana fue consciente de que la tregua y las promesas de reformas del gobierno eran mentira, ya que había prohibido un encuentro cívico (aunque fuera para escuchar a unos guerrilleros armados), que era reflejo de una de las refomas que el gobierno se había propuesto llevar a cabo: darle voz a los grupos minoritarios en el plano político. El final de aquellos tres días en la selva es lo que os copio en la primera cita. La segunda se refiere al momento en el que el Tratado de Paz se ha roto totalmente con el intento de asesinato de uno de los guerrilleros más importantes del M-19, Antonio Navarro Wolf. Leedlas con detenimiento y ya me decís qué os parecen.


"Utopía: del griego ou -no-, topos -lugar-; no existe tal lugar. El congreso entre los robles ha durado un abrir y cerrar de ojos y no existe en Colombia otro espacio abierto bajo las estrellas donde los hombres y las mujeres puedan reunirse a soñar con un futuro sin violencia y sin miseria, donde la convivencia entre los humanos no esté teñida por el desprecio, la desigualdad y la intolerancia. Un lugar donde no duerman unos en la cama y otros en el suelo, sino todos en el suelo; donde no haya unos que comen y otros que pasan hambre, sino una ollada de arracacha para repartir entre todos; donde las mujeres se bañen sin temor en las quebradas, donde quepan todos los niños y los viejos puedan leer El Quijote en corrillo; los árboles crezcan hasta cumplir mil años, los astros alumbren en la placidez de su silencio y los jóvenes puedan tener confianza en que la vida venidera será menos inhóspita que la que debieron llevar sus padres y sus abuelos.

Hombres y mujeres jugando por un rato a que está en sus manos hacer la vida más llevadera: no fue más lo que sucedió en aquel pico de la cordillera y, sin embargo, quienes allí estuvimos no habíamos visto antes nada tan importante y probablemente no lo volveríamos a ver.

Los ministros y empresarios que creen que hacer política consiste en reunirse en un salón de convenciones a calcular votos y traficar influencias, no entendían por qué el M-19 no transaba con un congreso a puerta cerrada, con temarios y credenciales, como son los congresos de sus propios partidos. Un congreso que no hiciera "desorden ni alboroto" como dijo el ministro de Gobierno, ni amenzara las instituciones. Los ministros y los empresarios no saben que sólo a cielo descubierto y en el pico de una montaña se puede jugar a que este feo destino no es el destino que nos tocó.

Las discusiones políticas y programáticas en Los Robles no fueron gran cosa: mucho se habló de paz y se reitero la decisión de hacer por ella "hasta lo imposible", pero el cerco cada vez más estrecho del ejército y los rumores que llegaban de que el Gobierno estaba dispuesto a dar luz verde al ataque al campamento, hacían que esa jurada esperanza de paz sonara lánguida y nostálgica como un lamento de quema andina. Como advirtieron los columnistas, aquello se pareció más a un safari o a un encuentro scout que a una deliberación consistente y una responsable toma de decisiones. Fue más el desorden y el alboroto, como temía el ministro de Gobierno. Pero fue mágico y extraordinario como un juego de niños en el bosque, un compartir papas saladas con desconocidos a la orilla del río, un saludar a la madrugada en medio del bailongo, un instante de alegría en medio de la inclemencia de este país donde, si algo amenaza las lúgubres instituciones, es justamente la alegría.

Es posible que los grandes momentos históricos no estén hechos de muchas palabras, ni siquiera de acciones trascendentales, sino de iluminados encuentros. Encuentros de una gente con otra y unas ideas con las opuestas, encuentros de enemigos irreconciliables que se reconcilian, de amigos que se abrazan, de desconocidos que se hacen amigos, de los hombres con su futuro, de un pueblo con su esperanza, de un país que, en ese peculiarísimo cruce de circunstancias y caminos, de repente se reconoce a sí mismo como tal y se anima a pensar que tal vez, después de todo, su vida de nación no tiene por qué ser tan dura.
Sólo "desorden y alboroto", como predijo el ministro de Gobierno, o sólo "confianza" como dijo Antonio Caballero. Botas pantaneras y pantanos, hogueras en la noche helada y agua de panela caliente en gachas, romería de jóvenes y viejos trepando loma a escondidas de la tropa y un no poder dormir en toda la noche, en parte por el frío y la incomodidad de la cama de troncos, pero sobre todo por la agitación insomne y deslumbrada que produce un instante de paz, de fe y de entusiasmo en medio de la amodorrada apatía de un país acostumbrado a mirarse la cara sólo en los espejos turbios de su guerra sin principio ni final.
Los Robles, el país donde todo fue posible. Los Robles, el país de nunca jamás."
* * *
"En la última visita le conté al presidente que de su despacho saldría directamente hacia el avión que me llevaría al exilio, porque la ruptura de los pactos de paz había llenado de amenazas y puesto en serio peligro las vidas de los que nos habíamos comprometido con el proceso. Le conté también que llevaba entre la maleta todos los papeles, los documentos y los testimonios que me permitirían reconstruir esa historia.
"Cuente con una beca de mi gobierno para escribir su libro", me ofreció.
"Imposible, presidente, es un libro contra usted."
"Ya lo sé. De todas maneras cuente con la beca, y escriba lo que le parezca"
"No gracias, presidente."
"Como quiera. Pero antes de que se vaya, Laura, quiero que hable con alguien", me dijo, y pidió que le pasaran una llamada a Londres.
Tomé la bocina del teléfono y allá en el fondo, detrás del zumbido de la distancia, reconocí la voz del ministro Bernardo Ramírez (que ahora era embajador) y en ese momento volví a verlo entre las balas, con la melena alborotada y agitando el trapo blanco. Sólo que ahora era una imagen quieta y borrosa, como una lámina de historia antigua.
"Dígale a mi amigo Belisario que estoy dispuesto a hacer lo que sea, ¡la paz no se puede acabar, carajo!", maldijo como hacía siempre.
Pero la paz se acababa, ministro, y estos eran sus últimos minutos. La tregua había estallado a tiros y su amigo Belisario hacía rato tenía otros planes, muy distintos, en la cabeza.
Quizá los años de soledad que se avecinaban no fueran demasiados; seguramente habría una segunda oportunidad sobre la tierra, debajo del mismo cielo pero con otros hombres y otros signos. Quizá también habría una tercera: el fatalismo histórico era un recurso poético y no político. Pero esa primera oportunidad, única e irrepetible, se había perdido, se había resentido la esperanza, y los intentos posteriores tendrían un costo social y humano cada vez más alto. Cada nueva paz llegaría arrastrando tras de sí un país agotado y más ensangrentado. Antes de que transcurrieran cuatro años, habrían de caer asesinados por las balas del ejército casi todos los protagonistas principales de esta historia, entre ellos Iván Marino Ospina, el Negro Alfonso Jacquin, Álvaro Fayad, Carlos Pizarro y más de tres mil guerrilleros amnistiados y supuestos simpatizantes de la guerrilla. Como los Aurelianos marcados con la cruz en la frente de Cien años de soledad, tal y como había sido predicho por Fayad.
Pero todo eso sería después, si alguna vez era. Por lo pronto a nadie tomó por sorpresa la consecuencia directa que tuvo el atentado contra Navarro: el 20 de junio de 1985 el M-19 dio la tregua por definitivamente rota e inició un periodo de combates y tomas violentas que marcarían al país como una mala cicatriz en la cara.
Se habían acabado los días de la paz y habían empezado los días de la guerra. Al principio la gente no notó el cambio, sorprendida más bien al descubrir cuánto se parecían los unos a los otros. Lentamente nos fuimos dando cuenta."
Para dar por terminado este post tan largo, os pego dos vídeos que conmemoran la vida de uno de los guerrilleros del M-19, para darnos cuenta de que hay más héroes revolucionarios que el Che. A mí personalmente no me gusta ensalzar la vida de una persona que haya usado armas de fuego (estoy en contra de la violencia), pero sí que estoy de acuerdo con alguna de las ideas de la guerrilla, como por ejemplo, tratar de ayudar a los pobres, poder tener voz dentro del terreno político y democrático, y, por supuesto, buscar la paz, pero, lógicamente, desarmándose, y no como se trató de conseguir por parte de la guerrilla, aunque vista la situación, el Gobierno de Betancur también cometió sus errores y su sordera hizo que los guerrilleros se negaran a la entrega de las armas.





La paz es como la felicidad, no se tiene sino por momentitos. Uno no sabe que la tuvo sino cuando ya pasó.

Gabriel García Márquez