domingo, 4 de octubre de 2009

Los recovecos de la memoria

Bueno, hoy toca un poco de literatura.

Debido al tiempo que me sobra, que me encantan los libros y que cada dos por tres se va la luz y aprovecho para leer, me estoy dedicando a deslizarme placenteramente por algunos libros de Literatura colombiana que hay en el despacho. Así pues, como alguno de ellos me está pareciendo fascinante, aquí os dejo algunas breves notas sobre alguno de ellos, con el fin de que, si os gusta lo que digo, os acerquéis a la librería más cercana y os compréis alguno. Así pues, esta es la primera entrada de una serie relacionada con mis lecturas en Bangladesh.


Como ya podéis saber por mi blog, ahora me encuentro leyendo La ceiba de la memoria, una novela de Roberto Burgos Cantor. La historia se centra fundamentalmente en la situación de los esclavos negros en la ciudad de Cartagena de Indias en la época colonial, pero un elemento muy interesante también es el de la producción de una novela, es decir, el trazado que ésta lleva mientras se configura, fundamentándose, lógicamente, en el poder de la palabra. Además, algo que tiene que ver con esta estrategia es que uno de los personajes de la historia es un tal Thomas Bledsoe, un escritor que en la actualidad acude a Roma para recoger información sobe un misionero español, con el fin de escribir una novela sobre su vida. En realidad, Thomas es Roberto Burgos, por tanto, tenemos una estrategia narrativa muy interesante: la novela dentro de la novela, la escritura dentro de sí misma. En realidad la novela es una sucesión de reflexiones de los distintos personajes de la novela, que relatan sus sentimientos y sensaciones en unas situaciones que ni ellos mismos entendían. Esas reflexiones no sabemos quién las narra, si el mismo personaje al que alguién otorga voz para que sea escuchado y no quede en el olvido, si son palabras de Thomas, que está escribiendo la novela a partir de sus anotaciones y lecturas en el Vaticano o si es Roberto Burgos que los utiliza a todos ellos para relatarnos una situación horrible, y que muchas veces da pie para reflexionar sobre el papel de la Iglesia y de la Inquisición en la evangelización: se oponían a las muertes por los rituales indígenas por ser agresivas y sanguinarias, al mismo tiempo que a todo aquel que no aceptara la evangelización cristiana lo condenaban a las peores torturas e incluso a la muerte; muchos misioneros trataron de establecerse en el mismo plano de los indígenas, tratando de empaparse de aquella cultura, para, sin el uso de la fuerza, tratar de evangelizar a los indios y esclavos que pasaban por las misiones, pero, al mismo tiempo, ante las condenas de éstos a trabajos forzados y a las peores de las torturas, no decían nada, nunca se supo por qué, si por miedo a ser separados de la labor eclesiástica o simplemente porque no podían hacer nada ante aquella situación sin freno.

En cuanto al estilo de la novela, hay que destacar que está muy bien elaborada, aunque tal vez en algunos tramos peque de demasiado retórica; esta estrategia está muy bien desde el punto de vista literario, pero debes estar muy concentrado con lo que lees para no perder el hilo de la historia. Incluso hay momentos en los que se repiten las mismas imágenes y expresiones, y echas de menos un poco de ritmo. Pero bueno, para aquellos que busquen un buen texto para leer detenidamente, se encuentran ante una novela complicada pero muy rica en divagaciones, figuras literarias y frases que, aunque a veces demasiado largas, poseen una sintaxis más que envolvente.

La historia, aparte de contar la barbarie y la anulación como personas a la que se sometían a los esclavos, teje también las historias de una mujer (Dominica de Orellana) y dos misioneros que fueron al mal llamado Nuevo Mundo (porque no era nuevo, estaba ahí desde hacía mucho tiempo) a tratar de evangelizar a unos negros que habían sido eliminados cultural y socialmente de sus aldeas y habían sido llevados allí por obligación. Dominica no es monja, pero debido a que en Castilla llevaba una vida más bien aburrida, ya que sus hijos se habían ido de casa y estaba casada con un impresor que vivía para y por sus libros, decide marchar a colaborar a las Indias, quedando allí atrapada por una realidad que la ataba sin saber por qué, y de la cual no quería escapar. Aunque uno de los personajes de la novela con más potencia en la historia es uno de los dos misioneros, llamado Pedro Claver, para mí Dominica está en un plano que está muy pegado o es muy similar a mi situación actual aquí: le duele tremendamente aquello, lo que ve, lo que escucha, lo que siente; aquello la ha dominado por dentro y por fuera, se siente dentro del discurso de los esclavos, tratando de ayudarlos para volver a insertarlos en su calidad de seres humanos, poniéndose en el mismo plano que ellos, eliminando la otredad que la diferencia de ellos. Trata de igualarse a ellos. Y eso me parece que es admirable. Pero, quiera que no, ella ha marchado allí por su propia decisión, no ha ido por obligación como los esclavos, ella está allí porque así lo ha querido, y siempre será distinta ellos, solamente por esta cuestión. Les diferencia el distinto destino que han tenido, les diferencia la distinta forma de llegada a una realidad tropical (como ésta en la que yo escribo), que todo lo destruye pero que al mismo tiempo todo lo reconstruye con la fuerza del agua de la lluvia y el mar. Un calor (aquí y allí) que todo lo pudre y todo lo cuece.

Otro personaje central es Benkos Biohó, un esclavo que fue arrancado de su aldea junto a tantos otros. En algunos tramos de la novela, narra su relación con Pedro Claver, que trata de inculcarle la religión cristiana a la fuerza, y se entrega en cuerpo y alma para protegerle de los abusos de los amos. Benkos, harto de la situación, decide que los esclavos deben huir de aquella cárcel urbana a las aldeas de alrededor, para fundar una resistencia en contra de la colonia, y cuando ya se han establecido en sus "cuarteles" llamados palenques, acuden con la protección de la noche a Cartagena de Indias para robar pólvora y munición. Debido a esta traición y a que cuando eran ya mayores y no servían para los trabajos forzados para los que era comprados, los esclavos fueron ejecutados. A Benkos lo detuvieron por traición, y lo condenaron a ser ahorcado. Pero antes de ello, tuvo un encuentro con Dominica por la noche: ella se hizo muy amiga de él, y trataba de ayudarlo en sus heridas y en sus ánimos, y, una noche, necesitada y empujada por el deseo, lo llevó a la playa, y en la orilla donde llegaba el mar (el mismo mar que los había llevado allí), se mediodesnudó y tuvieron un encuentro sexual.

La situción de los esclavos se entreteje en la novela, tal vez, como la semilla de la sociedad actual de Colombia. Muchos de estos esclavos tuvieron mestizos con mujeres indígenas, y, actualmente, es un país que posee una importante población de color. Pero lo que me parece realmente interesante de la historia de Roberto Burgos es lo que tiene que ver con la visión del otro, y el contacto entre bloques culturales: cuando el hombre occidental llega a aquellas tierras se establece el encuentro con el "otro" indígena que ya vivía allí, pero, realmente, cuando la estrategia colonial ya se había establecido en lo que llamaban Las Indias, se llevó a otro "otro", procedente de África, que debía enfrentarse y "comprender" dos culturas nuevas de golpe, la indígena y la occidental, y de ese triángulo cultural germinó la realidad y la mezcla que se vive hoy en Colombia y en muchas partes de América, según mi punto de vista.

Para acabar este post os copio dos citas de la novela; podría citaros muchísimas, porque hay trozos muy buenos, pero me limito a dos porque si no sería una entrada eterna. La pimera cita es de los pensamientos que tiene Benkos antes de perder la vida en el cadalso. La segunda es del mismo momento, pero se trata del recuerdo que tuvo con Dominica en la playa. Espero que os gusten. Leedlas lentamente, les extraeréis mucho mejor el jugo. Espero vuestros comentarios eh...

"Aprieto mis ojos y no veo mi tierra. Mar y mar. Mis dioses no acuden. La aldea mis padres los hermanos se ha vuelto invisible. Digo padre: nadie acude. Digo madre: nadie viene. Casa: no aparece. Enamorada digo: y una piedra una piel de sapo muerto en la playa un vacío que absorbe y oprime se anuncia en mi pecho y no cabe. Grito grito grito Benkos Benkos: es mi nombre y no dejaré que me lo quiten. Pero apenas soy una furia un viento de revuelta un constructor de palenques un escupidor de blancos y dentro de poco un pobre ahorcado negro insurrecto a quien le quitarán la soga y las carlancas que le dejaron para tirar su cadáver por ahí sin misa sin tumba sin cruz. Ahorcado de mierda para que veas quién manda en estas tierras del rey de cangrejos de mosquitos de epidemias."

"Oigo. Es Gaspar de Argote, el chantre de la Catedral. Hace sonar su órgano con la música distinta de los tambores. Pedro me despide. Nada soy ya. Qué puede quedar de mí. Un nombre. Benkos Biohó. Un olvido. Dominica en su mirador verá este mismo mar. Infinito sin pájaros. La música del órgano de Gaspar la escucho. Pedro le pidió siempre que tocara su órgano de vapor para el funeral de los negros. Lo que él llama un responsorio. No tengo más pensamientos. Más recuerdos. Desde este parapeto veo el mar. Veo las fortalezas que levantamos. Veo mi nada. Veo. Veo la noche después de subir y bajar escondidos del cerro. Veo la noche única en que tuve la valentía para entrar al mar. Y Dominica me esperaba. Tú me esperabas. O me llamabas. Y yo demorado. Indeciso. Inseguro. Voy a ti. La noche única en que un lugar fue para mí. Tú lo debes saber. Yo no lo supe expresar. Mi intensidad es silencio. Aunque grito. Tú me mordiste. Tú me apretaste. Tú me enterraste tus uñas y tus dedos y tus dientes y tus ruidos. Tú. Y yo dormido me desperté. Las potencias del demonio que vimos arriba en el cerro. Las potencias de mi vida interrumpida. Lo que me quedaba después de este viaje sin consentimiento. Y el mar estaba tibio. Me empujaba. Me alejaba. A ti. De ti. La blanca Dominica de Orellana no me mandaba. No me golpeaba. Y la linda Malemba en la playa cuidando que una estrella no nos cayera en la cabeza. El mar tibio y plagado de la fosforescencia de los peces volaores. Mi piel es negra. Tu piel es blanca. La noche es oscura. Se escapó la luna esta vez. Muchas estrellas guiñaban. Caían al mar. Y yo traído por quién sabe qué corrientes me acerqué. Resto de cuál naufragio tú tú Dominica que llegaste por este mismo mar de un mundo que yo no conozco y del cual me cuentas un mundo de castillos y de casas de piedra y de calles y de curas y de papeles. Y qué te cuento yo si mi memoria se borra. Apenas queda este dolor que ahora concluye con el ahorcamiento. O sigue porque allá en la muerte uno se enferma de lo mismo. Esa era la discusión con Pedro. Yo le decía: acabemos con esto. Y me abrazaste. Nunca me abrazaron antes. Yo no sabía si era tu boca o la de los peces que me mordisqueaban. Y tu mano de pulpo pequeño de estrella de mar que he visto en la playa secos y muertos pero tu mano viva explorando mi entrepierna y despertando mis restos mis ansias. Y en la noche de estrellas fugaces y corrientes tibias después que vimos en el cerro comer carne de niños y el diablo entrando al conocimiento de tantas mujeres a las que sangraba con sus espuelas de plata y sin rostro porque el diablo cree que el amor no tiene rostro para qué entonces esa noche. Y la marea me empujaba Dominica. Amiga tuya y mía la marea me conducía. Yo te sentí. El clima de estas tierras llamadas firmes no te gastaba. Y se fue el miedo. Mi grito se envolvió remolino. Y yo pregunté atemorizado. Yo no entendí todas tus palabras. Sentí tus piernas que flotaban en mis costados. Y yo en el centro. En cuál centro. Me zampo en ti. Me recibes me absorbes como el mar me ahogas me anclas sueltas los sonidos de los gatos me llamas me llamas y yo miedoso entro. Mis escasas palabras en tu lengua no sirven. Entonces: aúllo. Y entro en ti. Suave y tibia. Más tibia que el mar. Después qué. Mi ancla en ti. Mis días se acaban. Un ahorcado. Qué queda. Lo que soy en ti. Ni hijos. Ni fuerza. Apenas esta noche en la cual fui recibido. Me ahorcan. El mar el mar y el momento en el cual te conocí Dominica. Yo grité esa noche. La noche esa fue mi grito. Tú gemiste. Y te aceptaste como mi tierra. Ahí quedé. Qué soy. Miro el mar y acepto el abismo. Alguien me trajo a esta tierra. No es la mía. Dominica me ahorcan. Guárdame en ti Dominica."

Roberto Burgos Cantor

La ceiba de la memoria

Editorial Planeta Colombiana, 2007

1 comentario:

Luisa dijo...

Es precioso, tienes razón en toda la descripción que has hecho en tu entrada de hoy, que yo termino de leer mucho tiempo después.
Me quedo con varias ideas; por un lado, la angustia ante una muerte segura, anunciada y completamente injusta (cuánto daño y cuánto horror se puede causar cuando uno cree poseer la verdad absoluta). El recuerdo a Dominica es brutal, soberbio y angustioso a la vez.
Y retengo una y otra vez en la memoria (quizá sea porque soy madre) "Nunca me abrazaron antes". Cuánto dolor...
Sigue escribiendo, Paco.
Un abrazo de tu cuñada que te quiere.