jueves, 24 de septiembre de 2009

Turista o expatriado

Estamos en tiempo de vacaciones. La gente está recogida en sus casas, en sus habitaciones, en sus silencios. Ya no me ven. Ya no me escuchan. Sólo se oye la lluvia en estos días de soledad estival.

Aprovecho que hoy el sol ha atravesado la maraña entretejida por las nubes. Me visto. Lleno la mochila con mi tercer ojo y el chubasquero. Y salgo.


La tranquilidad todo lo habita. Y llego a un lugar llamado Pizza hut, en Gulshan Avenue. Mientras me como el pan de ajo, la pizza hawayana, la pepsi (sí, aquí ha ganado la guerra a su enemiga Coca-cola) y un té (380 takas) dos tigres de bengala me miran simpáticamente y con su violencia invertda en sus ojos, me siento turista.








Después de irme, camino despacio, como saboreando mi postura de extranjero, como si hubiera dejado atrás el concepto de lo que soy aquí, un expatriado. Y me dejo la cámara colgando. Al poco tiempo llego a Gulshan 1 Circle. La línea fronteriza entre los dos jardines, entre los dos extremos del tiempo. Ponerme en el centro del círculo hace sentirme centro del tiempo. A un lado el pasado. Al otro el futuro. Miro hacia arriba y un edificio refleja egoísta y avaricioso las nubes, como si quisiera meterlas dentro, en el interior de sus ventanas. Y lloverse.







Edificios en curva sostienen tiendas, utensilios, vidas ajenas, miradas. Y uno de ellos, en sus tripas, hace la digestión de una pirámide de cristal. Publicidad en los nombres. Ventanas. Espesor. Reflejos. En Gulshan 1 la vida no tiene precio, se lo ponen en las tiendas, y tú tienes que negociar. Siempre saldrás perdiendo si eres extranjero. Entonces, soy un expatriado.





Por detrás, escondido por los monstruos de hormigón encontramos el DCC Market. Su publicidad de Pepsi nos avisa de que puede hacer calor. Allí conviven tiendas de 15 metros cuadrados, donde los objetos se tienen que sacar fuera de ellas no para llamar la atención de los clientes o turistas, porque dentro no tienen sitio. Y justo al lado de sus arcos comerciales, una mezquita nos informa de que estamos en un país musulmán. Ahora dudo entre ser un turista o un expatriado, porque la diversidad de colores y formas me hacen sentirme extranjero, entre los dos conceptos. Pero mi cámara colgando del cuello, hace que me sienta más lo primero que lo segundo.





Y ya volviendo de nuevo hacia el infierno de la calle 34 nos encontramos con este centro comercial llamado Molly Capital Centre. El cartel floreado de la entrada nos desea Eid Mubarak. Tiendas de ropa. Zapaterías. El centro de atención al cliente de Nokia. El cristal oscuro. Los sharees. Los precios de esta tiendas me informan de que son para los turistas, o bueno, ahora caigo, ¿son para los expatriados?



Para olvidar esa dicotomía decido volver al DC Market y dejarme sorprender, como un turista, de los colores de las flores y las cosas, dejándome dominar por el concepto de turista. Y un tendero me pide a gritos que haga fotos de sus floristería. No sé, me da la sensación o bien de que ha visto mi blog y sabe que puedo poner fotos de su tienda y que las vea la gente, o bien de que quiere camelarme con el tema de las fotos para venderme alguna planta. Y dada la urgencia del vendedor, con sus gritos cada vez más sonoros, decido marcharme y volver a casa lentamente.




Y al pasar de nuevo por Gulshan 1 Circle la imagen que veo me obliga a olvidarme de mi postura de turista y quedarme con el concepto de lo que realmente soy aquí, un expatriado. Alguien excluido de su patria, un exiliado, un cuerpo fuera de su país. Vivir y trabajar aquí es eso: sentirte lejos pero cerca del suelo. Esta realidad te ata a la tierra. Te dice que estás viviendo en Bangladesh. Que no hay escapatoria. Pero te sientes bien ante esto. Ante la alegría que hay en todo y las sonrisas de todos los peatones, reflejados en los edificios.




Y, cuando te sientas mal, es bueno acercarse al lago a ver el cielo vuelto del revés. El ambiente gris que hay en todo, difuminando y cortando las fachadas, en la superficie del agua.



Pero a veces me gusta mirar al otro lado del lago, donde se esconde la esperanza de esta gente sin nada, de los niños que juegan a futbol con botellas de agua, o vendedores de barro de lluvia como adobe para sus paredes del hogar. Y es aquí donde empieza la vegetación tropical.




Y detenerme de vez en cuando ante la posibilidad de subir la ascensión de cañas de bambú en una construcción, como un camino hacia el cielo. Y tocar las nubes.



Y de nuevo, en Gulshan Avenue, la realidad de expatriado me pega otro golpe. Una mujer duerme... No, mejor (o peor), vive en la acera y en el momento en el que paso a su lado, está durmiendo. Hace unos días la encontré leyendo unos versos del Corán, detrás de sus gafas hinchadas de dioptrías. Y, más al fondo, su hijo, desnudo, mira a los coches pasar, justo en el borde entre la acera y la calzada, como asomado al abismo.



Y, como un turista o un expatriado, me siento observado por multiples ojos.



Y a veces, escondido detrás de las palmeras, el muhaidin de la Mezquita Central de Gulshan canta los versos de Alá, trayéndome suaves lamentos orientales, llamando a una oración rematada de brillantes joyas lunares.




Y el color blanco que hay en todo me recuerda que soy un expatriado, que vivo en la zona del jardín donde habitan los jazmines, las flores que huelen por la noche a ausencia, y que el edificio de la derecha es el mío, donde se esconde el azahar y la horchata, todo de color blanco. Porque quiera que no, yo aquí soy un blanco, un extranjero, un expatriate. Mi bandera es confusa. Me siento como el otro, como el intruso observado por los demás que no son como yo.


Sea como sea, mi mente regresa a Bangladesh al lugar donde los ricksaws miran hacia el cielo, los edificios vuelcan sus habitantes a la calle, el sol lucha por romper las nubes y se habla una de las lenguas más dulces del mundo, el bengalí.


4 comentarios:

Luisa dijo...

Caray, Paco, cómo echaba de menos leerte. Bueno, la verdad es que también te echo de menos en las comidas de los domingos en casa. Las mariposas de Silvio, cuánto tiempo sin oírla, qué bello y qué triste todo lo que dices, lo que sientes; asusta. Se em encoge el corazón y tengo un nudo en la garganta. Te veo paseando solo en las fotos que publicas, te veo en ellas y no puedo explicar lo que siento. Qué pensamientos tan diferentes, de estar en un lado o en el otro lado del mundo...
Bueno, ya queda un poco menos para que volvamos a vernos; hasta entonces, no nos tengas tanto tiempo sin leerte.
Te queremos.

Francisco dijo...

Hola Luisa!!!! Perdona que haya tardado tanto en responderte, pero es que voy loco, con tanta lectura y escritura, entre fotos y novelas, voy que no paro. La verdad es que tienes razón: esto es el más puro contraste entre el vacío y la obligación de sentir todo y nada al mismo tiempo. Es muy complicado describir lo que te produce esta realidad por dentro. Duele pero al mismo tiempo te aleja del dolor.

Y sí, yo también os hecho de menos, sobre todo los domingos en las reuniones, pero como bien dices, queda menos cada día para vernos.

Un abrazo a todos!!! Y gracias por seguirme!!!

Pat dijo...

Que chulada, que contrastes, que fotos, que manera más bonita de contar la realidad que estas viviendo. Me encanta.

Besitos y abrazos.

J. Andrés dijo...

Me dejas sin palabras al llevartelas todas en una declaración certera de lo que siento tambien al estar aqui...