A veces la poesía está cargada de reflejos de la vida misma. Y duele darse cuenta...
domingo, 21 de marzo de 2010
Nuevo descubrimiento: Emilio Adolfo Westphalen
A veces la poesía está cargada de reflejos de la vida misma. Y duele darse cuenta...
viernes, 12 de marzo de 2010
25ª y 26ª clases: repasos
domingo, 7 de marzo de 2010
Un flash apagado
a romper los colores.
Debo desconvocar las tardanzas,
reanudar las semillas,
reunir la ropa de lavanda,
y entregarme a una mañana.
Una memoria me ha soñado
durante un segundo,
y mis manos ya son un juguete
que alguien construyó con papiroflexia.
En la quiromancia de un orgasmo
hay una ducha a tu lado
sin agua fría, sin rencor.
viernes, 5 de marzo de 2010
Momentos de descubrimientos: Boccanera, Mirpur, protestantismo
Y también me llamó la atención la placa con las fechas más significativas en la historia del templo que se erigía delante de mí, y cual fue mi sorpresa cuando me percaté de que la primera piedra de esta iglesia se puso el día que yo cumplía 17 años, el 29 de Mayo de 1993.
Le pregunté a Christina si se podía visitar la iglesia por dentro, ella se lo preguntó al vigilante, y éste le dijo que sí, y fue a avisar al ayudante del párroco. Al cabo de un minuto salió un hombre y me presenté; mientras abría una puerta lateral me preguntaba de qué país venía y que hacía en Dhaka. Finalmente abrió la puerta, me quité los zapatos y entré dentro de aquel templo, diáfano, sin mármoles, sin oros y sin cabezal en el ábside, sólo había flores, Jesucristo crucificado y un altar de madera, ante una infinidad de esterillas por todo el suelo. Le comenté entonces que en España las iglesias tenían bancos, pero antes de que pudiera acabar la frase me dijo que ya lo sabía y quedebía tener en cuenta que estaba en una zona muy pobre y que no tenían dinero para bancos. Cuando le estaba diciendo que lo entendía, sentí una presencia detrás mío, me giré y me encontré con el párroco de la iglesia, un hombre alto, de unos 37 años, con una camisa gris y alzacuellos, y con aspecto de extranjero. Y de nuevo otra sorpresa, se presentó con su nombre en bangla, traduciéndomelo a cristiano: se llamaba Francisco Javier, cuando le dije que mi nombre era ese no pudo dejar de reír dada la casualidad.
Finalmente abandonamos la iglesia católica dándole las gracias a todos por su hospitalidad y una vez en la calle Christina me preguntó si me apetecía conocer a su familia. Le dije que sí, que era un placer para mí. Me dijo si quería ir andando o en rickshaw y le dije que prefería ir andando. Nos revolvimos por aquel laberinto hasta que finalmente llegamos a una puerta de acero que estaba a medio abrir, y ella me invitó a entrar. Delante de un espacio de tierra medio humeda había una casa que según me explicó ella la había hecho su familia con sus propias manos y con el tejado de uralita con una capa de cañas debajo. Me quedé sin palabras ante aquello. Caminamos por un sendero hecho con piedras hasta llegar a otra casa, que es donde hacían vida. Su madre estaba dentro, y me invitó a pasar. Me quité los zapatos de nuevo, y dado que no tenían salón, me invitaron a sentarme en la cama de matrimonio de sus padres. Mientras hablábamos Christina y yo sobre trivialidades, su madre trajo dos vasos de Sprite frío y unas galletas, porque no podían ofrecerme otra cosa. Me sentí un poco tímido y tenso, porque había momentos de silencio, y me puse a hablar sobre España. Su madre se ausentó para ir a avisar a Shila, la hermana de Christina, que estaba en la habitación de al lado. Christina aprovechó aquel momento de intimidad para preguntarme si me gustaría asistir a una misa en su iglesia. Como nunca he estado en una misa protestante, no me pude negar. Apareció su hermana, muy tímida, y mientras yo me quedaba conversando con ella casi en silencio, Christina se fue al baño a pintarse. Cuando volvió me invitó a ir a la iglesia de nuevo.
Dejé los zapatos a la entrada y entré con Christina. La iglesia tiene dos partes con bancos al final y esterillas más cerca del altar, separadas ambas por un pasillo. Yo me senté en la parte de la derecha, reservada a los hombres, y ella en la izquierda, para las mujeres. La misa comenzó con música, con un coro que cantaba acompañado por una guitarra eléctrica, un bajo y un chico que tocaba la batería, mientras todos los fieles cantaban al mismo ritmo. La música fue un elemento que se sucedió a lo largo de toda la ceremonia, incluso al ritmo de las palmas de la gente, que vivía la oración en lo más profundo del alma. Otra cosa que me llamó la atención fue que así como en una iglesia en España hay fundamentalmente gente mayor, en ésta había gente de todas las edades, lo cual confirmó una idea que ya tenía desde hace mucho tiempo en la cabeza, y es que la pobreza necesita la religión para subsistir. Después de la primera canción, alguien se puso a leer la Biblia y a comentar el pasaje, en bengalí, y algo que me llamó también la atención fue que acabó la perorata diciendo "Amén". Después hubo otra canción, estando todos los fieles de pie, mientras un anciano daba palmas y bailaba moviéndose al ritmo de la música y un niño de unos 4 añitos lo miraba fijamente, sin entender muy bien qué le pasaba. Otra cosa que se me quedó impresa en la memoria fue que junto al altar había un árbol de Navidad que hacía parpadear unas luces rojas, verdes y amarillas, mientras unas estrellas de papel gris plateado colgaban en cada una de las ventanas. Pero lo que realmente me pareció increíble fue el momento en el que se leía un pasaje de la Biblia, en bengalí, y fuera, en la lejanía del crepúsculo, una mezquita dejaba escapar su canto a Alá, informándome de que todavía estaba en Bangladesh y que aquello no era parte de un sueño alucinado.
La misa acabó con otra canción y antes de que acabara Christina me dijo que era el momento oportuno de salir, para evitar la masificación en la puerta. Salimos fuera de la iglesia y me presentó a su padre, y después me dijo que me acompañaba a coger un CNG. Llegamos a la avenida principal y debíamos cruzar a la otra parte, que era dirección a Gulshan. Tratando de cruzar me vi bloqueado en mitad de la avenida, asustado, con coches que pasaban pitando por delante y por detrás, y un rickshaw que no me había visto me dio sin querer en una pierna, dejándome una herida, una cicatriz que ya llevaré siempre en mi piel. Es la marca de Bangladesh en mi cuerpo. Es la señal que hará que nunca me olvide de aquel día.