lunes, 31 de agosto de 2009
Sexta clase, y entrada 50 de mi blog
viernes, 28 de agosto de 2009
Cuarta y quinta clases
Mi quinta clase la empecé explicándoles la tomatina de Buñol, fiesta que no entendieron, ya que para ellos es impensable que se tiren a la basura tantas toneladas de tomates, no entendían que se pudiera hacer una fiesta así.
A continuación les pregunté si habían buscado información sobre Borges y cual fue mi sorpresa cuando nadie lo había hecho. Les dije que los que salían perdiendo eran ellos y les dije que para el lunes tenían que traerme algo. Lo que haré será apuntarme quién ha buscado y quién no, ya que con Neruda lo que me pasó fue eso, que sólo buscaron informacion dos o tres alumnos.
Después corregimos los ejercicios que les había pedido el día anterior, y me dí cuenta de que realmente los habían hecho cinco personas mal contadas. Después de hacerlos, les pedí para casa los dos siguientes también del verbo ser, pero les dije que me los voy a llevar a casa, con lo que los tenían que hacer en una hoja aparte, así sabré quién los hace y además podré ver qué errores cometen y si lo entienden o no.
Acabados los dos ejercicios les expliqué la concordancia entre nombres y adjetivos, lo cual me dio pie a explicarles el artículo (el, la, los, las). Hicimos algún ejercicio, y después les expliqué los presentes de los verbos Hablar, Compreder-Entender y Escribir, y ahí pasé a unos ejercicios con la construcción "Me interesa.....", y para acabar les pregunté, basándome en un ejercicio, qué sitios del mundo hispano les gustaría conocer, y me dijeron varias cosas interesantes como México, Chile o Andalucía, y hubo un alumno en concreto que me dijo Granada, lo cual me dio pie a darles el nombre de Federico García Lorca, y de paso la guerra civil española.
Y ya antes de dar por terminada la clase, me quise arriesgar y les hice una pregunta, en español, a ver si la entendían: ¿Cuántos idiomas sabes? Y cual fue mi sorpresa cuando todos me dijeron que dos, inglés y bengalí, y que un poquito de español. Me puse super contento porque me dí cuenta de que ya podían responderme a una pregunta en español y les conté que una alumna al final de una de las primeras clases me dijo que tenía miedo porque estaba un poco perdida, y le dije que esperara al mes o mes y medio de clase y ella misma se daría cuenta de que podía hablar un poco de español, y les hice ver que eso estaba empezando a ser verdad, y ellos mismos se dieron cuenta de que realmente era así, asintiendo con la cabeza y dándome las gracias por mis ánimos y por mi ayuda.
Me despedí hasta el lunes.
miércoles, 26 de agosto de 2009
Entrega de Don Quijote y visita al ordenado caos de Old Dhaka
Y aquí, de nuevo el contraste. Al lado de un edificio a mitad, donde vive gente, el color blanco de una mezquita, el cristal de sus ventanas deja reflejarse el cielo, y deja escapar los sonidos musulmanes y ancestrales de la religión íntima y los cantos de los muhaidines. Desde abajo asombra su hegemonía en un barrio así. Su estrucura da cierto orden al caos efervescente de estas calles que cargan de ruidos y timbres de rickshaws su silencio.
Bueno, finalmente llegamos adonde quería Rafique y su chófer, una de las avenidas principales de Old Dhaka, donde fundamentalmente se venden piezas de motor de coches. Se bajaron ellos, y Rafique me dio dos consejos: primero que cuidara de mi cámara, y segundo, que bajo ningún concepto, me bajara del coche. Así, éste se convirtió en el centro más seguro de los siguientes veinte minutos, mi blindaje, mi separación del exterior, con el sol cayendo como un aguacero, a 38º C y las ventanillas bajadas. La ciudad dormía intranquila, esplendorosa, inevitablemente movediza, en el exterior. Y la mirada del rickshawalla del espejo retrovisor me hizo despertar del letargo en el que me encontraba, y aquel despertar me obligaba a una fotografía. La ciudad fuera, yo dentro, en una burbuja de verano, en una pompa de calor, en la intimidad del otro, que observa la ebullición urbana escondido en su cueva.
La manufactura es a veces tan notable, que si hay que trasladar 100 kg de cacharros (esas cestas de aluminio que utilizan los vendedores ambulantes para ofrecer al público su fruta), se amontonan estos en un carro, y una persona lo conduce en la parte de delante y dos más colaboran en la parte de atrás, empujando y haciendo, de vez en cuando, de contrapeso para que al de delante no le caiga encima todo el carro, porque, al fin y al cabo, éste es una tabla hecha con varias cañas de bambú (tipo balsa de náufrago), y justo en el centro, está el eje con una rueda a cada lado, con lo que si no se distribuye bien la carga, el sobrepeso en alguno de los dos lados podría tirar al suelo toda la carga, aplastando a la persona que conduce o a los que van detrás empujando.
Y, como no dejaba de hacer fotos, un grupo de niños (y no tan niños) empezaron a rodear el coche, señalando la cámara y hablándome en bengalí. En un principio sentí miedo porque noté que de alguna manera estaban invadiendo mi espacio seguro, y a Rafique ya ni lo veía. En un principio ni los miraba, pero empezaron a meter las manos en el coche y a tocarme el hombro. Yo rompí mi postura de no querer hacerles caso y les miré, diciendoles que sólo sabía inglés, y uno de ellos me preguntó de dónde era. Les dije que era español. Y, como resortes, lanzados por un muelle invisible, empezaron a decirme Barcelona, fútbol, Manchester, Ronaldo, Kaká, Messi, Casillas... Y yo les dije que yo era de Valencia, y de nuevo, un nuevo resorte... Valencia, Villa, Silva... Buenos jugadores... Me dijeron que querían una foto, señalándome la cámara y haciendo una seña como si hicieran una foto, guiñando un ojo y todo y haciendo el sonido de click del obturador. Les pedí que se pusieran todos juntos y salió esta foto. Os dejo que penséis en sus rostros, en su postura ante la vida, en sus miradas...:
Y, en la estrechez del tiempo, una mezquita de color blanco y estrellas en toda su fachada nos anuncia de nuevo la musulmanía, el silencio del rezo, versos olvidados del Corán, en su afán por tocar la luna por las noches, en su centro primordial de la nocturnidad. Abajo, en la calle, toldos, peatones, esquinas, todo se nombra por un lenguaje silencioso donde la tangibilidad de la ficción se hace realidad. La poesía aquí sangra sus versos en las fachadas. El tiempo se ha detenido en los balcones, durmiendo, esperando a que algún día pase un reloj y lo despierte.
Después, escondido, al girar en una esquina, la ruralidad y la manufactura rebosan en un horno de pan en la misma calle, debajo de un improvisado techo de plancha de uralita, bajo el sol refrescante del verano. Cuatro hombres trabajan con la masa de harina y agua y hacen una especie de base de pizza, y la cuecen al fuego. El resultado es una especie de pan duro, más seco que el normal, y que se llama Bakarkhani. En el aire, la realidad compleja expulsa una especie de humo blanco, jirón de algún fantasma del pasado, que ha bajado de infierno a este paraíso terrenal, a saborear el olor de estos bollos artesanales.
Y de nuevo, salimos a una nueva avenida, más ancha, donde el tiempo vuelve a correr en forma de tráfico. El rickshawalla pedalea ante un edificio mutilado por la humedad de una lluvia que igual que aparece desaparece, de golpe, como una sorpresa del monzón. Tiempo y espacio se funden, casan de tal manera que no hay ni un segundo que pueda escapar, no hay ni un milímetro que pueda quedar fuera de esta unidad espacio-temporal. Aquí una sola imagen es una novela, una historia que está ahí abandonada, esperando a que venga alguien a rescatarla y a contarla. Debido a la estrechez de las cosas, el rickshaw casi atropella a dos peatones, que se encaran a nuestro conductor, llegando incluso a las manos, con una bofetada, que espolvorea el polvo y el sudor de la media barba del rickshawalla. La gente trata de parar el altercado. Finalmete, el momento caliente pasa. Y Rafique, como si hubiera sido causante de un momento incómodo, me pide perdón. Yo le digo que no se preocupe, que el odio del que habla Fernando Vallejo en La Virgen de los sicarios está en todas partes, incluso, en la médula de la felicidad de esta gente.
Proseguimos nuestro viaje al pasado de Dhaka (me da la sensación de que me encuentro en algún carrito de algún parque de atracciones, viendo a mi alrededor la esencia primigenia de esta ciudad devorada por el caos, como si todo a mi alrededor fuera de cartón piedra y las personas fueran actores y figurantes, contratados por alguien anónimo para hacer su papel en esta historia real). A 100 metros de la pelea de antes, cual es mi sorpresa cuando veo a un hombre que transporta gallos en una cesta en su cabeza, pero fruto de la casualidad, o porque su intuición le informa de que le voy a hacer una foto, o simplemente porque escucha cómo hablamos Rafique y yo en un idioma extranjero, se da la vuelta, ofreciéndome la mejor de sus sonrisas. Cuando el obturador capta su esencia, su felicidad, le doy las gracias. Me responde que soy bienvenido, o sea, de nada.
Finalmente, llegamos al centro de Old Dhaka, el nervio desde el que fluye la congestión del tiempo. Esperamos a que un camión enorme nos deje pasar y atravesamos el aire por debajo un puente aereo, por donde los peatones sortean el abarrotamento del espacio de abajo. Casas a mitad compiten con edificios enormes, moles intesinales de un mounstruo que agota sus esfuerzos mientras duerme intranquilo. El capricho de una memoria olvidada ha dejado señales de vida en todas partes. Estamos a las puertas de la zona editorial y librera más grande de Dhaka.
Nos adentramos en su laberinto interminable, donde no hay tiempo, no queda nada más que vestigios de un futuro que habita en el pasado. Rafique me pide que me quede un momento en la calle mientras sube a una editorial a buscar un libro. Miro a mi alrededor y mis ojos se cansan, se atorbellinan en una espiral de la que mi alma ya no puede escapar. Frenética, la sangre se me arremolina en el cerebro, quiero pensar que estoy soñando, que lo que veo es fruto de alguna realidad paralela a la nuestra. Pero noto que mi objetivo necesita capturar lo que ven mis ojos, por la perfecta belleza del extremado caos del desorden de la ficción que hay ante mí:
Y, como si alguien me despertara de aquella sobredosis de ensoñaciones tumultuosas y atropelladas entre sí, me giro y desde algún lugar sobreelevado, en el interior de una casa medio en penumbra, por algún hueco invisible en la oscuridad, aparece una escalera de cañas de bambú. Y acto seguido unos pies que bajan. Van de escalón en escalón. Primero baja el pie derecho, después el izquierdo, que apoya en el mismo escalón. Voy divisando un cuerpo de alguien que baja de alguna habitación del cielo. Finalmente, hallo la razón por la que baja tan despacio. No es el vértigo, se trata de algo que supera y atrofia los límites de la realidad: un hombre, de edad vetusta, transporta en su cabeza una cesta cargada de libros. Baja con una mano en la cesta, ayudando al cuello a mantener el equilibrio, y la otra mano apoyada en la escalera. Finalmente, toca el suelo y se da la vuelta, detrás de él baja el padre del niño de la foto de antes y se alejan, mientras el chico se da la vuelta y me sonríe, despidiéndose de mí, como un "Hasta otra, espero verte pronto".
Al minuto, cuando todavía no he podido digerir lo que había visto, aparece Rafique, y me indica que le siga. Giramos una esquina y me encuentro ante la entrada a una cueva. Miro hacia arriba y un árbol de carteles se alza ante mí, ofreciéndome toda la publicidad como si fueran sus frutos, sus semillas. La gente se asoma en los balcones, como mirando en su escondite, la luz no entra en el interior de la gruta porque no tiene ningún sitio por donde hacerlo. Y cuando entro en el vientre del animal, en su oscuridad trémula, me doy cuenta de que es el Paraíso de cualquier lector. Y es que aquí las editoriales también son librerías, de forma que venden sus propios libros. Como en las estanterías no caben todos, muchos de ellos duermen apilados en el suelo, esperando a que alguien los libere de su letargo y les de vida en la vigilia en el que son útiles: su lectura.
Rafique se detiene en una librería, en la que a la entrada hay un chico joven leyendo algo manuscrito en bengalí, y más hacia le fondo, como escondido en su madriguera, está el dueño del local. Un anciano, medio encorvado, me da la impresión que la curvatura de su espalda la produce su afán por la lectura de los libros que él mismo edita, por estar todo el día sentado. En su rostro, la barba, afeitada a trozos. Y ante sus ojos, unas gafas de culo de vaso, mal graduadas, nos hace pensar que vive en las ensoñaciones de las ficciones que lee todos los días. Rafique le pregunta si tiene un libro. El hombre duda y le dice al chico joven que llame por teléfono al almacén. El chico abandona la lectura de su manuscrito y abre un cajón, donde se esconde un teléfono. Pregunta. Y sí, lo tienen. Rafique, en la dulce espera, se sienta en un taburete, y me pide que me siente en otro que hay a su lado. Me dice que lleva un tiempo buscando un libro de un escritor de la India, pero que no encontraba en ningua librería, hasta que llamó al mismo escritor y le preguntó qué editorial se lo había publicado. Y el escritor le dio el nombre. Era la editorial donde estábamos esperando, que ni siquiera sabían que habían publicado ese libro. Mientras hablábamos, el dueño de la editorial no dejaba de mirarme fijamente. Trajeron el libro que solicitaba Rafique y antes de que nos fuéramos, el dueño de la editorial le preguntó de dónde era yo, y él le dijo que de España. Se deshizo en elogios, Rafique pagó el libro y cuando ya nos íbamos, la sonrisa del hombre me informó de que sólo tenía tres dientes en su boca. Pero era feliz, porque podía permitirse el lujo de estar todo el día leyendo, y cobrar por ello.
Salimos de la librería y Rafique llamó a su chófer, para ver dónde estaba, y así acercarnos al lugar donde se encontraba él, ya que era más facil eso que viniera él a buscarnos, entre tanta marabunta de gente y vehículos. De camino al coche mis ojos dieron, asombrados, atontados ante tanto color, con una frutería donde el cromatismo tropical de la fruta juguetea con la luz filtrada a través del toldo improvisado de color sonrojado. Rojo, verde, amarillo, naranja. Manzanas, limones, mangos, naranjas. Deleite para la vista. Y un frutero que, después de sacar la foto me increpa para que le compre algo de su increíble arcoiris.
De nuevo, camino hacia el coche, me encuentro de nuevo con el cruce de caminos aéreo. La perspectiva me hace reflexionar sobre la posibilidad de que a través de su centro, como en espiral, la realidad es absorbida y guardada en algún punto debajo del suelo, bajo el vértice de este centro de experiencias, sensaciones y palpitaciones que nunca en la vida voy a poder olvidar. Hay que entrar en el espectáculo de Old Dhaka para que su identidad ficcional y real se te queden pegadas a lo más íntimo del tuétano de los huesos. Old Dhaka se tiene que vivir, no hay descripción posible de esta realidad olvidada en algún lado de la memoria de alguien anónimo.
Ya de nuevo en el coche, pude hacer alguna foto más de algún atasco, como por ejemplo, de esta mole de acero abollado que forma parte de un autobús. Las ondulaciones de su piel parecen las hondonadas que ha dejado el paso del tiempo, como cicatrices de alguna batalla perdida, líneas que cuartean un vehículo de otra época, dinosaurio urbano cuya utilidad efectiva es la de transportar en su barriga a gente con sus sueños, sus deseos, sus preocupaciones, y, por que no, su amor.
Finalmente, Rafique se quedó en la Universidad a dar su clase y me dijo que su chófer tenía que pasar por Gulshan (Jardín de flores), de camino a la oficina donde trabajaba su hermana, y como yo tenía que hacer cosas por allí, que me podía acercar sin problemas. De camino a Gulshan, la gente de los CNGs y los coches no dejaban de mirarme, primero porque soy extranjero, y segundo porque llevaba una cámara colgando del cuello, con lo que podía sacarles en alguna foto. Uno de ellos, un rickshawalla no pudo más en su silencio y en un atasco se puso al lado del coche, yo desvié la mirada, pero me sentía observado. Volví a mirarlo, y me saludó. Hi, boss. No me podía estar pidiendo llevarme a algún lado, porque yo iba en coche (cuando voy andando por la calle me cortan el paso ofreciéndome su vehículo y sus piernas para acercarme adonde yo les diga). Lo que me estaba pidiendo con su saludo era una foto. Sin decirnos nada más, cogí la cámara, la encendí, le quité la tapa al objetivo e hice lo que siempre he hecho desde que estoy aquí: retratar la felicidad.
sábado, 22 de agosto de 2009
Día en el Campus
Por el cartel de mi Instituto parece que no haya pasado el tiempo. Inglés y bengalí separados por el escudo de la Universidad. Mi segunda casa. Mi lugar donde ejerzo de lector visitante de español. Por que, al fin y al cabo, aquí soy visitante. Lector ya lo era antes, pero sólo porque leía (y leo). Ahora hago efectiva otra de las diez acepciones que la Real Academia da de la palabra, "En los departamentos universitarios de lenguas modernas, profesor, generalmente extranjero, que enseña y explica en su propia lengua". Soy lector de español en la Universidad de Dhaka (Bangladesh).
Este cartel ya lo habéis visto en otra entrada, pero ahora lo podéis ver más de cerca. Es de un banco, y me parece muy interesante porque lleva implícita una huella cultural. En esta cultura, musulmana donde las haya, el cerdo no está aceptado como animal, con lo que la hucha que para nosotros es ese animal, aquí es un elefante. Pero además, lleva también un dato sociológico, y tiene que ver con la economía. La moneda que hay apunto de entrar por la ranura es la de 2 takas, o sea 0,02 €. Es una correlación sueldo medio anual-cantidad que puedes ir ahorrando. En un país donde tal vez un sueldo medio mensual puede ser 150-300 € se tiene que ahorrar en céntimos, y muy poco cada mes. Pero, por lo menos, hay bancos que como éste, aseguran dichos ahorros, con la consiguiente tranquilidad que se manifiesta en la cara de este cliente que vemos en la imagen con el móvil. Además, para qué engañarnos, caben muchos más ahorros en un elefante que en un cerdo. Aunque también, para poder ahorrar un euro, hacen falta muchas monedas de dos céntimos, o sea, de 2 takas.
Y, por fin, aquí os presento mi alimentación casi de a diario. El arroz guarnecido con la verdurita y el muslito de pollo, que la verdad es que está muy bueno. Hoy, lo mejor de la comida ha sido la conversación con Rafique. Le he comentado que el otro día la alumna que se me acercó al final de la clase me dejó entrever que están un poco perdidos, y que tengo miedo de que empiecen a abandonar sus estudios de español por no entender casi la mitad de las cosas. Le dije a Rafique que había tratado de animarla diciéndole que era sólo la tercera clase, y que ella misma se daría cuenta que dentro de un mes y medio sabría bastante español. Rafique me confirmó que eso pasaba todos los cursos con los alumnos del nivel Junior, y que estuviera tranquilo porque ante eso no había nada que hacer, que es el alumno el que decide si seguir o no con sus estudios. Yo le dije que había pensado que sería buena idea para la siguinte clase explicarles por encima una teoría lingüística que tenía que ver con el aprendizaje del lenguaje. Rafique me pidió que le explicara a que me refería. Le dije que cuando tenemos entre un año y dos, nuestro cerebro se encarga exclusivamente de recopilar información que escucha, sin pronunciar una palabra, y que es a partir de los 21 meses o los dos años cuando trata de reproducir esos sonidos que ha ido almacenando, ejecutando órdenes a la lengua y a las cuerdas vocales, hasta que más o menos, entre el segundo y el tercer año ya empieza a hablar correctamente, ejecutando sonidos con significado y sentido en sí mismos. Y que también, que se han hecho estudios y se ha llegado a la conclusión de que la mejor edad para aprender un idioma no materno es entre los cinco y los diez años, poque el cerebro todavía tiene recientes esas actividades de almacenar y reproducir que ha utilizado a la hora de aprender el idioma propio. Rafique me escuchaba en silencio, ya conocía esas teorías, pero parecía que nunca se las habían explicado de forma tan clara, y eso que yo estaba hablando todo el rato en inglés.
Bueno, proseguí diciéndole que yo el problema lo veía cuando empiezas a aprender un idioma nuevo, extranjero, a los 20-25 años, edades entre las que se encuentran nuestros alumnos, porque el cerebro ya ha olvidado las tareas de aprendizaje-reproducció, y que lo que yo proponía era suplir esa carencia tratando de comparar estructuras del español con las de la lengua que ellos conocen, el inglés, que, aunque literalmente no son idénticas, sí que se sostienen sobre la misma base. Por ejemplo, una frase como What's your name en español, literalmente, tendría que traducirse como ¿Qué es tu nombre?, pero sin embargo se traduce como ¿Cómo te llamas?, que, aunque no sea idéntica a lo que es en inglés, la base estructural de la construcción es la misma, el sentido o significado de ambas construcciones es el mismo, la intención de ambas es saber cual es el nombre de la otra persona, para poder llamarlo en cualquier momento por su identidad. Pues eso es lo que quiero tratar de hacer ver a mis alumnos: que "muevan" su lenguaje conocido al idioma nuevo que están aprendiendo, que no se fijen tanto en las traducciones literales, que traten de comparar, de poner frente a frente las estructuras del inglés con las del español, y que con esa comparación, traten de recuperar su significado último.
Pedimos el té, nos lo tomamos y nos volvimos al despacho, y seguí haciendo más fotos.
Justo a la salida del edificio donde está el restaurante de los profesores, están estos dos edificios, que son la Facultad o el Instituto de Ciencias. He tratado muchas veces de limpiar el objetivo porque las fotos me salen muy grises (en esta en concreto hay una ISO 1600, la máxima que acepta mi cámara, pero la contaminación y el ambiente gris del clima no dejan entrar la luz en mi objetivo, y parece que sea siempre el anochecer). La mayoría de los edificos del Campus son como estos, blancos, con grandes ventanas, y de una media de entre cinco y diez alturas. Monstruos que están cargados de cultura en su interior y que parece que por su exterior no haya pasado el tiempo, que sólo hayan recibido la visita del agua del monzón.
El pasado 13 de Agosto tuve vacaciones porque era la celebración de una festividad hindú. Debido a ésto, decoraron esta puerta de entrada a uno de los parques del Campus Universitario de esta forma, con colores e inscripciones en bengalí. Abajo, medio tapados por el CNG que está pasando podéis ver también dos sombrillas, que son parte de un puestecito de helados y otra casetita donde puedes tomarte un té y unas galletitas. Y, al fondo, la inmensidad de la vegetación.
Este dibujo en mosaico está justo enfrente de la puerta que os he puesto arriba, en el otro lado de la Avenida. Está en uno de los muros que dan al recinto del Instituto de Ingeniería, y me parece muy interesante porque el individuo del centro, el del bigotito, me recuerda a un rickshawalla, con su pañuelo atado a la cabeza para evitar que le caiga el sudor por la cara, y su camisa. Pero lo mejor es su sonrisa: me hace pensar en esta sociedad, en su carácter, en el sobrevivir al día a día, sólo necesitan ser felices con lo mínimo, lo que gana un ricsawalla en el día le da para comer mínimamente ese día y tal vez al siguiente, aunque suelen comer en los puestos de la calle, con lo que tampoco le saldrá muy caro. Pero, lo que os decía, son felices con lo mínimo.
Por eso, como necesitan ser felices y necesitan su vehículo, le quitan el veneno y el polvo de la contaminación de esta ciudad, aprovechando cualquier charco, como es este que se forma por el agua que sale de una manguera, utilizada para achicar inundación en uno de los edificios de la Universidad, y que antes de colarse en la alcantarilla, se remansa en esta especie de charco, deleite de rickshaw. En realidad, lo que hace este rickshawalla no es otra cosa más que limpiar su puesto de trabajo, como si limpiáramos nuestra oficina o nuestro despacho. Me encanta esta foto porque se ve el brillo que ha conseguido darle al guardabarros de la rueda de delante, y la foto de abajo muestra que el rickshaw lo tiene muy bien conservado.
Aquí tenéis una de las estatuas erguida en recuerdo de una de las batallas por la que ha pasado este país para conseguir su independencia territorial, política, y, tal vez la más importante, lingüística. Sangre derramada de estudiantes, profesores y civiles en una guerra, que como todas las guerras, fue absurda, pero que como todas las guerras, se llevó a cabo.
Después le he pedido que me ensañara los libros que nos había regalado S.G. el miércoles, y le he pedido si podía elegir alguno para traérmelo a casa, y como podéis ver, he elegido La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo.
jueves, 20 de agosto de 2009
Tercera clase - Profesor, el libro está todo en español
La mirada se introduce por este tablero de ajedrez en forma de reja en una ventana y se funde con el patio, con lo tropical, lo extranjero y exótico de este país. El agua de la lluvia que todo lo inunda ha dejado su tizne verde en las hojas, y el ambiente gris amenaza una nueva descarga de monzón. Las hojas se visten de belleza y pueblan todo el patio de luces. Vegetación olvidada que vaticina un nuevo colorido en el que las gamas del verde se escriben en todas partes.
En la pared alguien ha olvdado su bandera. El verde del patio sirve de base para el rojo del suelo. Flor redonda en un jardín lleno de fragancia, en una tela orgullosa de ser símbolo y homenaje de un país. El aire eléctrico de las aspas hacen deslizarse lentamente y golpear contra la pared la forma de este corazón en circunferencia sangrienta durmiendo en este colchón de vegetación tropical, y que lagrimea un himno doloroso y lento.
Después les pregunté si habían encontrado cosas sobre Pablo Neruda en internet, y me dí cuenta de que sólo se habían preocupado de hacerlo dos alumnas y un alumno. Me dijeron la fecha del nacimiento, el lugar, su primer libro, con cuantas mujeres se casó, dónde fue cónsul, cuáles eran sus obras más importantes y cómo y cuando murió.
Después traté de potenciar su imaginación con un juego, pero sin éxito. El juego tiene el nombre de "La silla caliente", pero yo se lo cambié por el de "La silla mágica" por si encontraban alguna connotación sexual, ya que en esta cultura el sexo está tabuizado. Bueno, el juego consiste en que un alumno se sienta en una silla de cara a los demás compañeros, y éstos le hacen las preguntas típicas de cómo te llamas, cuantos años tienes, de donde eres o a que te dedicas, de forma que el alumno que está sentado en la silla mágica se invente las respuestas, y cree un personaje imaginario. Como no sabían casi nombres españoles, ni profesiones ni nacionalidades, me preocupé de hacer un listado para el alumno que tenía que responder. Después de explicarles el funcionamiento del juego, pregunté quién quería ponerse en la silla. Todo el mundo mirando al suelo y a sus hojas. Hasta que volví a hacer la pregunta de nuevo. Y un alumno se levantó y se sentó en la silla mágica. Les dije en español a todos que le preguntaran cómo se llamaba. Se me quedaron mirando. Les hice la misma petición en inglés. Y de repente, todos, absolutamente todos, gritaron What is your name??? No sabía donde meterme, de cómo tenía los nervios. Les pedí que la hicieran en español. Se la hicieron. Y el alumno de la silla mágica dijo su nombre real, su nombre en bengalí. Me dí cuenta de que no habían entendido nada. Le dije que debía elegir un nombre de la lista que yo le había entregado. Repitieron la pregunta, ahora en español, y el alumno dijo que se llamaba Antonio. Y así con las siguientes preguntas... veía caras de extrañeza porque no entendían que aquel chico se llamara Antonio, si era bangla. Dejé el juego, preocupado por la ausencia de imaginación que tienen mis alumnos.
Bueno, y después de algunos ejercicios de audición repasando la teoría de la segunda clase, les expliqué las tres conjugaciones del español y los presentes de Indicativo de los verbos Ser, Tener y Llamarse, y acabé la clase informándoles de que debido a que pasado mañana domingo comienza el Ramadan, las clases se adelantan a las 2 y sólo durarán una hora y media. Les volví a preguntar si tenían alguna duda y me despedí. Fui al despacho a hacer tiempo para que se vaciara el aula y cerrarla, después de apagar las luces, ventiladores y Aires Acondicionados. Esperé cinco minutos y volví al aula, y me encontré con un grupito de alumnos que estaban hablando. Y una alumna, rodeada de los demás, se me acercó y me dijo que me tenía que decir una cosa: que a veces iba muy rápido explicando y que se perdía. Le dije que trataría ir más despacio, pero que de todas formas, que si tenía alguna duda, que me parara y me preguntara. Y me dijo que lo sentía, que a partir de ahora lo haría. Y después, señalando a las fotocopias, me dijo que había hojeado los libros y que no entendía por qué todos la primera a la última página, los libros estaban todos en español, que tendrían que estar también en inglés. Yo me sonrei y miré a un alumno que ella tenía al lado, que también me sonrió porque sabía cual era mi respuesta: los libros están sólo en español porque es un curso de español. Le dije que ningún libro de español para niveles iniciales tenían nada en inglés. Pero me di cuenta de que la chica estaba muy desesperada porque se sentía muy perdida. Y traté de animarla: le dije que tuviera en cuenta que era la tercera clase, que era normal que estuviera así, pero que no se preocupara porque ella misma se daría cuenta de que dentro de dos meses podía defenderse en español. Me sonrío con la mejor de sus sonrisas. Suspiró. Y me dijo, en español, "Muchas gracias". Y todo el grupo que había alrededor nuestro, dijo lo mismo, moviendo la cabeza hacia adelante, como una señal de respeto.